lunes, noviembre 05, 2007

Rugidos de motor

Todo se junta: Alonso, de viaje en Portugal y a mí me toca trabajar el fin de semana. Pregunta del millón: ¿qué hago con los niños? Solución: mi madre. Así que por la mañana me dirijo con los niños hacia su casa. ¡Mamá, ahí está la abuela!, gritan los peques. Aparcó en el primer hueco que encuentro y bajamos del coche. Kaos ladra emocionado y arrastra a mi madre hasta nosotros mientras la barra de pan se aferra a la bolsa para no caer al suelo.
Beso a los niños, doy las instrucciones pertinentes e innecesarias a mi madre y me despido para ir al periódico. Me siento en el coche, meto la llave y el motor no se inmuta. Repito la operación y el mutismo continúa. ¡Mierda!, grito. Salgo del coche. ¡Mamá, mamá!, vocifero en mitad de la calle. Todo el mundo mira menos ella. ¡Mamá, mamá! Por fin se gira, me despide con la mano y sigue caminando. ¡Mamá, que se me ha roto el coche! Pero ¿qué te ha ocurrido?, pregunta extrañada. No sé, pero no arranca, rujo indignada. Bueno, Emma, tranquila, coge mi coche y vete a trabajar.
Al volver de mis horas de tedio en el periódico compruebo que el coche sigue sin dar señales de vida. Media hora después de llamar al seguro aparece la grúa. El operario revisa con sus cables al batería y sentencia: señora, se le ha descargado la batería. En cinco minutos arranca el coche y se despide desde la grúa.
Mi madre, que es más terca que una mula, decidió acompañarme a por la batería nueva. ¡Y menos mal! porque según íbamos por el túnel de Cuatro Caminos el coche se paró.


¡¡Mierda!!, grité como una loca alzando los brazos y moviendo las manos desesperadamente para que el conductor de detrás no nos embistiera. Y los gritos se sucedieron;
-¡Mamá, abre la guantera y dame el chaleco, tengo que poner rápidamente los triángulos!
-Emma, ¡esto es peligrosísimo!
-Ya, dame el chaleco, que no tenemos luces de emergencia.
-No salgas por tu puerta, los coches van embalados. Nos van a matar.
-¡Mamá, no me des tantos ánimos!
El sonido atronador de los coches pasando a nuestro alrededor era horrible. Salí como pude, abrí el maletero, saqué los triángulos y los puse temiendo por mi vida.
-Mamá, déjame le móvil para llamar al seguro. Ay, no escucho nada.
-Voy a llamar a la policía.
-Espera que llame al seguro.
-No, Emma, que los coches no nos ven y nos van a matar.
-Ahora mismo te vas con los niños y cogéis un taxi.
-Emma, tú estás tonta, no podemos salir del coche. Nos atropellan seguro.
-Ay, es verdad, mierda, mierda.
Un loco metido en un Mercedes se acercó hacia nosotros embalado.
-Emma, por Dios, mira ese loco, ay, que nos embiste.
Paró antes, a dos metros del coche, y atropelló uno de los triángulos. Los niños nos miraban aterrorizados desde el asiento de atrás.
-Buenos tardes, por favor les llamo porque necesitamos que algún agente venga a socorrernos. Estamos en mitad del túnel de Cuatro Caminos, se nos ha roto el coche, no tenemos batería, ni ningún dispositivo de luz para indicar nuestro estado de emergencia, han estado a punto de colisionar contra nosotros varios coches... Por favor, que acuda alguien hasta que aparezca la grúa -explicó mi madre al telefonista del 112.
Desesperada salí del coche con mi chaleco fosforito, me coloqué pegada al maletero y, ejerciendo de guardia de tráfico, empecé a indicar a los coches que cambiaran de carril para que no nos atropellaran. Al cabo de diez minutos vislumbramos las luces azules de la policía.
-Buenos días, señora. ¿Qué le ha ocurrido?
Expliqué rápidamente todas nuestras desgracias.
-Esté tranquila, esperaremos hasta que venga la grúa.
Los coches al ver la policía disminuyeron la velocidad, pero el peligro seguía latente. A los dos minutos el policía volvió a nuestro coche.
-Esta situación es peligrosísima, su automóvil está detrás de la curva y los coches casi no nos ven. Hay que salir de aquí como sea. ¿Me puede dejar un momento su coche?
Los niños miraron atónitos como el policía se subía al coche.
-Mamá -susurró Diego- si hoy no morimos recuérdame que no salgamos ningún sábado de casa.
El policía soltó el freno de mano, dejó que el coche cayera hacia atrás y misteriosamente logró que el focus arrancara.
-Muchas gracias -expresé con lágrimas en los ojos mientras recogía el triángulo atropellado.
-Es nuestro deber, señora, les seguiremos un rato para comprobar que el coche no se para.
Subí al coche y noté como la tensión destrozaba mi cuerpo.
-Mamá no tengo fuerzas, estoy agotada.
-Yo tampoco, Emma, qué tensión, qué miedo, pero no un miedo cualquiera, te juro que he sentido miedo físico, estaba aterrorizada. Y encima los pobres niños detrás. ¡Qué pesadilla!
Por fin cambiamos la batería y, como premio por haberse portado tan bien, invité a los niños a cenar al Burguer King mientras mi madre y yo desahogábamos los nervios con una cervecita.

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