domingo, noviembre 18, 2007

Los Alonso-Peña y los Peña-Calle en Sª Cruz del Valle Urbión



¡Cuidado con los troncos!, gritamos los cuatro adultos a la vez, pero ellos sólo sonrieron de felicidad



Hojas, colores, frío... El otoño esconde los grandes tesoros de los niños




Una escena bucólica: un castaño otoñal rescatado de una antigua película romántica



Bicicletas, maletas, nevera, cámara de fotos... Todo listo para abandonar la ciudad y disfrutar del puente lejos de la gran urbe. Chicos, nos vamos, exclamó Alonso con optimismo. Arrancó y al segundo el atasco nos abdució. Imité a mis niños, cerré los ojos y confié en la buena conducción de mi marido. Al cabo de dos horas, los coches desaparecieron (cuestión que nunca he entendido y que he analizado con asiduidad) y el paisaje se modificó. Cogimos el desvío de Pradoluengo y el verdor con tonos ocres nos invadió. El agua rebosaba en un pantano, los ríos fluían con gran caudal y las hojas del otoño revoloteaban por el entorno que rodeaba las curvas de la carretera.
-Papá, para que voy a vomitar. -suplicó Álvaro rompiendo la imagen idílica.
Al abrir la puerta nos pegó con fuerza el frío de Burgos, Álvaro despejó su malestar y al poco rato llegamos a nuestro destino: Santa Cruz del Valle Urbión , en la sierra de la Demanda (Emma, no te emociones, que ocupa más el nombre que el pueblo, me explicó Roberto por teléfono).
Recorrimos una larga calle. Pues no parece tan pequeño, comenté a Juan Fran, que creo que no me escuchó porque estaba hipnotizado por las montañas
La panda Peña-Calle nos esperaban en la puerta de casa. ¡Pimos, pimos!, gritó Manuela y no se lo pensó dos segundos: cogió a Álvaro de la mano y le llevó a ver los patos que nadaban por un caz (o acequia) cercano.
La casa nos recibió con el calor de la calefacción. Rápidamente colocamos los equipajes y nos fuimos a recorrer las callejuelas del pueblo. En el bar de la Ceci nos tomamos unas coca-colas y volvimos a casa a comer. Y ahí comenzaron los problemas con la cocina. La vitro de inducción (es que funciona con imanes, repitió mi hermano un mínimo de siete veces al día) nos desesperó. Oye, Virginia, que se ha apagado. Ay, Emma, es que como la vitro es inteligente en cuanto quitas la sartén se apaga, me explicaba muerta de risa...
Por la tarde, preparamos la expedición: Cayetana abrigada hasta las orejas colgada de la mochila de Roberto, Manuela en la sillita empujada por Virginia por si se cansaba, Diego y Álvaro en bicicleta y nosotros cargados con la mochila con merienda y ropa de abrigo. Anduvimos poco, pero tardamos mucho porque los niños son así: mamá, espera que me voy a subir a este tronco, decía por ejemplo Diego, y detrás suyo subían Álvaro y Manuela; y ahora nos metemos en ese prado, ordenaba Álvaro, y Diego y Manuela obedecían... Hasta que llegamos al río. Paramos en el puente de granito y los niños se acercaron a la orilla. Elemental, Diego se cayó, se empapó los pantalones y las botas y rápidamente tuvimos que volver. Como aún era pronto aprovechamos para ir a comprar a Pradoluengo algo de embutido (todo ahumado, que es lo típico de la zona).
En la cena descubrimos que si encendiamos a la vez la vitro de inducción y el microondas saltaban los plomos, pero como somos tan listos no hallamos la solución hasta que saltaron tres veces los plomos. Roberto histerizó a los niños con sus canciones. Es que así cenan, explicó emocionado por su repertorio musical. Juan Fran, Virginia y yo descartamos asesinarlo, pero estuvimos a punto de encerrarle dentro de la chimenea.
Una vez que las cuatro fieras se durmieron, cenamos, jugamos al "Quiere ser millonario", tomamos unas copas y reímos con nuestras historias.
El sábado, excursión por la idílica sierra de la Demanda y el frío burgalés. En la comida batallamos de nuevo con la vitro de inducción (que funciona con imanes) y por la tarde, mientras los chicos admiraban en la plaza las piezas de la cacería, nos fuimos Virginia, las niñas, Álvaro y yo a conocer el Palacio de la familia, del siglo pasado.
Esa noche estuvo más revuelta. Sobre todo por el estómago de Álvaro que vomitó por todas las habitaciones. Mientras, la chimenea crepitaba en el salón y las risas y buenhumor nos acompañaron hasta altas horas de la madrugada.
El domingo, tras degustar los sabrosos pinchos de Paul, cargamos los coches con los equipajes, los cuarenta kilos de patatas, los membrillos y el recuerdo de un fantástico puente en Santa Cruz del Valle Urbión. Habrá que repetir.



Diálogo de primos: "Pimo, espérame, que yo voy". "Sí, Manuela, pero date prisa"




Soy toda una campeona



¿Dónde está Yeye?




Por Dios, ¿por qué me habrá tocado esta familia de chalados?


PD: Roberto, ¡el cestillo!, que no puedo hacer arroz. ¡Cachis!

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