La imagen que tengo frente a mí empaña mis ojos de lágrimas y de tristeza: el suero se introduce en su cuerpo a través de un vía en la muñeca, un tubo en la nariz le permite que el oxígeno entre en su nariz y sus ojos cerrados la llevan a un mundo misterioso. Percibimos sus sonrisas oníricas y sus labios gesticulan palabras incomprensibles que no acertamos a descifrar. Ella duerme, un sueño extraño y profundo. Alrededor, nuestro dolor.
De pronto, la mente te bombardea con instantes maravillosos vividos junto a ella: la primera vez que vi el mar, en Oropesa de mar, los paseos por Rosales, las noches amenizadas por sus coplas, sus explicaciones en los distintos museos de Madrid (Emma, soy como un libro abierto de Historia:, he vivido la monarquía de Alfonso XIII, la República, la Guerra Civil, la Guerra Mundial, la dictadura, la democracia...), las risas en los teatros, sus fantásticas cenas cuando éramos pequeños de sopa y tortilla de jamón serrano, sus besos y abrazos a los niños, su imagen presumida (venga, abuela, que nos vamos a dar un paseo por el pantano, le decía mientras preparaba a los niños. Ay, Emma, espera que me pinte los labios y me ponga los pendientes, suplicaba, porque ella siempre tenía que ir divina), sus trampas para dar de comer a Kaos a escondidas, sus elogios ante una buena tortilla de patata o un gazpacho, sus besos, su ternura... No hay espacio para contar todo el amor y el cariño que nos ha dado. Y también, porque no decirlo, nuestros pequeños enfados que eran solucionados entre risas...
Y ahora está allí, en una fría cama de hospital, rodeada de toda su familia, de todos a los que ha querido y de todos los que la hemos amado. Y estoy enfadada, dolida con la vida... Encolerizada por ver cómo una persona que tanto ha deseado vivir, que tanto ha disfrutado tenga ahora que depender de la morfina para no sufrir dolores, de nuestros cuidados, del suero... Abuela, te quiero y no sé qué voy a hacer sin ti..
No hay comentarios:
Publicar un comentario