No sé si ponerme a llorar o esperar a que llamen al servicio de urgencias. Mi situación es patética (ojo, hay que decirlo con la pronunciación de Tamara -estrella mediática conocida porque su madre lanzó un ladrillo que llevaba en el bolso a un periodista y tenía o se apellidaba Seisdedos-, es decir, "patéeeetica"). Estoy colgada sobre una verja pero sin pinzas de tender. Diego, Álvaro y Manuela han trepado con facilidad y cruzado al otro lado. Me observan desde abajo con cara de susto. Les sonrío disimulando mi pánico.
-¡Mamá, tranquila, que te sujetan las tetas! -grita Diego con seriedad.
No puedo evitar reír ante mi imagen dantesca.
La aventura comenzó a media tarde.
-¿Nos vamos a ver el tren con los niños? -sugirió Virginia ante la impaciencia de Rodrigo por ir a dar un paseo.
Calzamos a la tropa y salimos todos en tropel. Roberto nos adentró por un tétrico túnel, recorrimos un descampado y el olor fétido rompió la imagen bucólica y romántica. Tras una cuesta empinada, que Cayetana optó por no subir, llegamos a las vías y esperamos a que pasara el tren sobre unas monedas que habíamos colocado en los raíles. Al cabo de media hora, a punto de anochecer, los niños observaron felices sus planas monedas.
-Vámonos que va a oscurecer.
-Papá, me duelen las "piernicas"-se quejó Manuela.
-Roberto, si quieres salto la verja con Diego, Álvaro y Manuela y así atajo. -sugerí con esa eficiencia y confianza en mí misma que me caracteriza.
-Pero si tú no puedes saltar esa valla.
-¡Qué tonterías dices!, claro que puedo.
Al llegar a la verja comprobé que su altura era bastante elevada. Diego y Álvaro treparon como chimpancés, ayudé a Manuela y Diego la tomó en sus brazos para ayudarla a descender. Llegó mi turno. La distancia entre los hierros era perfecta para el tamaño de los pies de los niños, pero no para los míos.
-Ay, que no puedo trepar como vosotros. Además llevo bailarinas, ay.
-Venga, mamá, que tú puedes, inténtalo descalza. -me animó Álvaro.
-Tampoco puedo, me hago daño -sollocé.
Pensé en las risas de mi hermano cuando llegara. Tenía que saltar, no había marcha atrás, ya era casi noche cerrada, no podía volver por el otro camino y los niños ya habían cruzado al otro lado. Respiré profundamente, me dije "nena, tú vales mucho", ordené a mis lorzas que me siguieran, apoyé las manos, trepé malamente por la verja, salté y me quedé colgada sobre la valla.
Aquí estoy con medio cuerpo inclinado hacia el lado de los niños y el otro en dirección contraria, un equilibrio imperfecto, un pánico perfecto.
-Diego, coge mis gafas, que se me caen.
No veo, no tengo fuerzas, estoy paralizada y temiendo que alguien me vea en semejante situación.
Los gritos de los niños martillean mis oídos: ¡venga, que tú puedes!, ¡sube la otra pierna!, ¡vamos, un poco más!...
De pronto a mi mente acuden los grandes deportistas (Rafa Nadal, Fernando Alonso, Diego Forlán, Del Potro...) y me insuflan energía para echar el resto, elevar la pierna (¿quién me ha puesto la valla encima?) y pasar al otro lado.
-¡Muy bien, mamá! -grita Diego-. Tranquila que yo te cojo.
-¡Ni se te ocurra que te aplasto! ¡Dadme las gafas que no veo nada!
-Un saltito y llegas al suelo.
Por fin topé con el mundo terrenal agotada, magullada.
Al rato aparecieron Roberto, Virginia, Rodrigo y Cayetana. Mi respiración ya estaba calmada y disimulé el dolor que tenía en mi muslo (mañana, cardenal amoratado).
-¿Has saltado la valla?
-Claro, Roberto, era súper sencillo.
PD. Decidido, ya no me presento a "Pekín Express". Ay, con la ilusión que me hacía.
La prueba del delito |
PD2.: ¡Por Dios, que con tanto golpe y tanto cardenal parezco una mujer maltratada! Menos mal que mi Alonso es un mirlo blanco (o eso dice otro mirlo blanco).
Por supuesto que somos mirlos blancos...
ResponderEliminar...jajajaja... buenísimo. Te daba una columna en Los Domingos.