Esto de llevar vida de maruja me tiene emocionada. No paro. Estoy siempre liada y con cien mil actividades. Los niños absorben gran parte de mi tiempo, bueno, la mayor parte. Esta mañana, por ejemplo, me he ido con Álvaro a hacer la compra a Mercadona, luego, a buscar a Diego y a su amigo Alejandro (¡consiguieron plaza la segunda quincena de julio en el campamento!). Tras la comida, aprovechando que se habían quedado abducidos por la Nintendo y el último juego de Harry Potter, he aprovechado para rematar la limpieza del jardín (lo de tener residencia estival es agotador) y arreglar una mesa. A las cuatro y media, toque de corneta y puesta en fila. Chicos, ¿queréis ir al pantano?, les pregunté con tono autoritario. ¡¡¡Sí!!!, gritaron los tres emocionados. Guau, guau, ladró Kaos. Pues os dejo diez minutos para que recojáis y coloquéis el cuarto y los juguetes que están desperdigados por el jardín. No es justo..., musitaron con ojos de cordero degollado. Bueno, si cuando vuelva no está todo perfecto no vamos al pantano... A los diez minutos su "orden" lucía en sus dependencias y nos fuimos al prometido pantano de la Jarosa. Hace quince días descubrimos en la barbacoa que organizan todos los años Mayte y David, y a la que este año hemos asistido más de cuarenta personas (prometo fotos), un pequeño riachuelo en el que los niños disfrutaron como si estuvieran en el Acquopolis. Decidí repetir la aventura y allí me fui con todas mis fieras: Diego, Álvaro, Alejandro y Kaos. Gozaron tirándose por los toboganes de granito y retozando en el barro de los charcos cercanos. Kaos se esmeró en destrozar un tronco de cuatro metros de largo y yo dejé que mi pie descansara un poco de tanto estrés y disfrutara de su baja laboral.
Pero lo que me tiene loca, loca, loca es el préstamo de mi hermano y Virginia. No, no es un préstamo económico que este mes hemos cobrado paga extra, je, je. Es un préstamo que están degustando todos nuestros amigos residentes en Guadarrama. Y es que estoy enviciada, aunque mi primera experiencia fue catastrófica. Resuelvo la intriga: me han prestado la Thermomix. Un súper robot de cocina que hace de todo y del que todo el mundo me hablaba maravillas. Ahora ya puedo presumir de mi catálogo de comidas: purés, gazpachos, setas al ajillo, granizado de limón... Pero el primer día fue terrorífico. Llegué con el súper robot a casa y entre la emoción y las ganas de hacer alguna maravilla con la Thermomix me abstuve de leer con detenimiento el manual de instrucciones. Puse los ingredientes básicos del gazpacho, los trituré, añadí el agua y justo antes de dar al botón leí en el libro de recetas que el agua debía incorporarse más tarde. En fin, no creo que afecte mucho, pensé tranquilamente. Giré el botón de potencia y vi elevarse la tapa del robot, y sentí como mis camisa y mis tetas eran bombardeadas por gazpacho a presión, y la cocina varió su tono blanco por un tono rojo tomate, y desenchufé a toda velocidad la thermomix, y grité con risa histérica a Ana para que me ayudara a limpiar el desaguisado de casa. ¡Qué desastre! -pensé al mirar mi pie operado todo lleno de gazpacho-, pero ganaré la batalla. Ahora estoy encantada con "el bicho" (nombre familiar y cariñoso que he adjudicado al robot), ayer lucí mis artes con un delicioso granizado de limón que duró un suspiro en los paladares de Javier, Do, Isabel, Pablo, mi abuela, mi madre... Y mi Alonso, cuyas dotes culinarias tras doce años de matrimonio aún son desconocidas por mí, está pensando en aprender a utilizar "el bicho".
Y encima mi madre ha contratado el Adsl en Guadarrama ya que el vecino al que pirateábamos la línea ha desaparecido del mapa o la ha codificado para que no tengamos acceso (¡será idiota!). Así que ahora ya no debo desplazarme hasta el centro del pueblo para acceder a internet. Resumiendo: ahora gorroneo a mi madre la línea Adsl y de paso su ordenador portátil; a mi hermano y a mi cuñada, la Thermomix; y a... Bueno, será mejor que calle no vaya a ser que me quiten privilegios. Besos.
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