domingo, enero 13, 2008

Navidad, agotadora Navidad (II)


Varios momentos de la fiesta de Navidad. Para ver con detalle, cliquear en la imagen

Navidad: Sin saber cómo (bueno, sí, me despertó Álvaro para tomarse el biberón), a las diez de la mañana ya estaba colocando el mantel extralargo en la mesa, los platos, cubiertos... Mi padre y yo nos encargamos del sector culinario: cortar fiambre, emplatar el salmón, calentar la cebolla confitada que dejé hecha hace dos días, asar el cordero, el paté... Alonso ejerció de padre ejemplar y a las dos todos corrimos a nuestros cuartos para ponernos de gala (algo informal, claro, que es Navidad). Este año acudieron a la fiesta familiar los padres y la hermana de Virginia. Cuatro botellas de Moët-Chandon les acompañaban. Mi sonrisa se iluminó e hice un cálculo, complejo, pero lo logré: cuatro botellas por parte de la familia Calle más dos que ha traído mi madre... Hummm... Resultado: seis botellas.
Y empezó la fiesta. Javier rechazó el champán y se decantó por el tinto Matarromera. Nosotros descorchamos la primera botella de champán y el aperitivo se esfumó sin darnos cuenta, sobre todo el paté que fue visto y no visto. Antes de ir a la mesa los niños abrieron sus regalos. Álvaro se emocionó al ver el helicóptero de Playmobil (para él no son clics, son Playmobil) y Roberto, con su espíritu navideño, le montó todas las piececitas. Cayetana, mi adorada ahijada, se zurraba con las maracas multicolores; Manuela paseó por el salón a su perrito Rufus y Diego empezó a hacer figuras marciales con su muñeco de Naruto. Aprovechamos la situación y nos sentamos para tomar la ensalada de piña y el cordero con cebolla confitada. Por supuesto, cada plato tenía su divino angelito y su cartel indicativo (ay, qué petarda soy). Descorche de botellas, risas, brindis... Pasaron las horas y, poco a poco, nos fuimos relevando para ir a fumar al jardín (ideal, por cierto).
Al cabo de unas horas, llegó el momento de jugar una partidita y nos decidimos por el Rummy. El juego, como siempre, levantó ampollas y de vez en cuando se escuchó algún que otro grito -hacia mi madre, que no paraba de mover y colocar las fichas para desesperación de Pepe y mía-. Cayetana, agotada, se durmió en los brazos de Roberto y el cansancio empezó a hacer mella en todos nosotros.
A las nueve y después de que cayeran las seis botellas de champán y el litro y medio de Matarromera (¡Borrachos, que somos unos borrachos!), dimos por finalizada la fiesta de Navidad. Alonso y yo colocamos lo máximo posible, acostamos a Álvaro que se frotaba los ojos de cansancio y por fin dejamos caer nuestros cuerpos sobre el sofá. Diego, sigilosamente, se coló en el cuarto de estar y nos rogó que por esa noche le dejáramos quedarse con nosotros. Y así fue. Intenté ver la película, pero mis párpados se cerraron.

Anécdota: A las doce y media Álvaro lloró, abrí los ojos, salté del sofá, subí corriendo por la escalera y al llegar al salón noté que mi cuerpo no me respondía. Fui hacia el sofá para sentarme y... oí un grito de Alonso: ¿qué ha pasado, qué ha pasado? No sé, contesté tumbada en el suelo del salón, me he debido desmayar... Tantos nervios para lograr la perfección, tanto champán, tanta fiesta... Y mi tensión se derrumbó.

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