sábado, enero 12, 2008

Navidad perfecta, agotadora Navidad (I)


El caviar, el salmón, los fiambres... fueron los reclamos para sentarnos junto a la mesa. Abajo, detalle de la mesa con los divinos ángeles y, a la derecha, Emma luciendo uno de sus regalos. Para ver en detalle, cliquear sobre la imagen


El titular de estos últimos días sería: "Navidad perfecta, agotadora Navidad". Y no es que me quiera poner medallas (aunque nunca vienen mal), pero es la realidad. Sintetizaré por puntos y en cada uno de ellos destacaré la anécdota inolvidable que quedará agarrada a nuestras neuronas. Pero iré poco a poco, que hay mucho que contar.

NOCHEBUENA: Desde primera hora de la mañana me embarqué en la decoración general de la casa. Mis órdenes salían de mi boca a toda velocidad: Alonso coge a los niños y vete al parque para que no me molesten, Ana ayúdame a meter la mesa del jardín; mamá, deja de llamarme por teléfono que no me da tiempo a que esté todo listo, no, no necesito nada, gracias, bueno, trae mantequilla que se me ha olvidado; Juan Fran compra unas hamburguesas, que no tenemos nada para comer...
A las cinco de la tarde todo estaba listo: cada comensal tenía un cartel que le indicaba dónde debía sentarse, un divino angelito le sonreía desde el platito de pan (sí, mis divinos ángeles), la cubertería relucía y las velas estaban ansiosas de ser encendidas. Era el momento de mi restauración y mi baño relajante. A partir de las ocho los nervios invadieron la casa. Diego, ven que te visto. Ay, mamá, yo quiero ir de Elfo, como en la fiesta del colegio. Vale, si tú quieres, a tu hermano le pondré de pastorcito. No, mamá, gruñó Álvaro entre pucheros, yo quiero ir de Papá Noël. Ay, Álvaro, no sé dónde está el disfraz. Pues búscalo, ordenó con su vena hitleriana. Y lo busqué.
Alonso apareció súper elegante con su traje sin corbata (vaya, que ahora le ha cogido manía a la corbata). Papá Noël y el elfo estaban súper graciosos. Y yo, ¡aún estaba en ropa interior! Todos abajo, que ni siquiera me he puesto la lentillas, grité un poco atolondrada, ah, Juan Fran, enciende las velas. Misión cumplida. A los diez minutos sonó el timbre y todos estábamos divinos.
Los invitados entraron con sus mejores prendas -mi madre, mi padre, Florentina, Valeriano y Pepe (ay, qué guapo vestido de traje)- y me comieron un poco la oreja (que tampoco viene mal): ay, qué bonita está la casa, huy, qué mesa tan elegante, estáis todos guapísimos... Y esas pequeñas frases compensaron la paliza de los días anteriores.
El aperitivo voló por nuestras gargantas he hizo que casi todo el mundo rechazara la crema de marisco para dejar paso a la merluza con gulas (¡buenísima!). Luego, dulces, copazos y brindis por mi abuela y por sus añorados tangos.
Los niños revoloteaban a nuestro alrededor presos de un ataque de nervios. ¡Subimos a ver si ha venido Papa Noël!, ¡venga, daros prisa!, rogaban desesperados. No les dejamos sufrir. Subimos y (¡oh!, sorpresa) Papá Noël había venido plagado de regalos. Todos abrimos los paquetes y gozamos con nuestros "pequeños" detalles. A las dos mis suegros decidieron que era hora de dormir, mi madre aguantó hasta las tres y a mi padre le obligué a quedarse para que me ayudara a la mañana siguiente. Además, como había tirado una copa de vino (¡qué raro en mí!) en el extralargo mantel navideño que me trajo Juan Fran de Francia, tenía que esperar hasta que finalizase la lavadora. Y nada mejor que abrir otra botella de cava para mí y preparar un gin-tonic a mi padre. Alonso, horrorizado ante la perspectiva, se despidió con un buenas noches y se fue a dormir. La tertulia con mi padre duró hasta las cinco de la mañana. ¡Y al día siguiente debía preparar todo de nuevo!

Anécdota: Mi madre ha relevado a mi abuela y ahora es ella quien regala el calendario anual.

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