martes, noviembre 30, 2010
Seguridad, cumpleaños y romanos
Miro el reloj, apago los ordenadores y salgo escondida bajo el abrigo y una bufanda de trabajar. Intento recordar en qué plaza del parking he dejado el coche y barrunto en mi mente qué menú preparar para celebrar el cumpleaños de Álvaro. Frente a mí aparece sonriente un empleado de seguridad.
─Hola, te vi el sábado.
Mi mente se queda en blanco y no sé qué decir. Le miro con detenimiento: un chico joven con perilla cubierto con su chaqueta marrón de Prosegur y cara simpática.
─Ehhh... ─logro balbucear mientras rastreo por mi mente dónde me ha podido ver: Mercadona, piscina (¡no por Dios!)...
─¿Estuviste el sábado en Avenida 55?
─Sí ─mis neuronas me recuerdan la fiesta sorpresa de Antonio, el concierto de "Rayban", las copas con los amigos...
─Te vi y supe que te conocía del periódico.
─Ay, pues perdona si no te saludé, pero no te vi.
─Ya me imagino...
En el coche repasé aterrada todo lo que hice el sábado, que a mí la noche me pierde y cuando me junto con mis amigos siempre acabo bailando como una loca, riendo estrepitosamente o... "No, no hiciste nada fuera de lo normal", me susurró la conciencia y me confirmó mi Alonso al otro lado del móvil. No estaba muy convencida, pero el estrés me impidió darle más vueltas a la historia, debía concentrarme en cómo multiplicar el poco tiempo que tenía por mil. La lista de asuntos pendientes aumentaba por momentos: comprar la bicicleta de Álvaro, encargar las chuches para llevarlas al colegio, preparar las croquetas, ir a la reunión con la tutora, rematar algunos diseños pendientes, la tarta, las velas, el vino... ¡Encima me toca trabajar el fin de semana!
Tensión. Dos horas para el gran evento y aún me falta mucho por hacer.
Recojo a Álvaro del cole (Diego tiene antes otro cumple), aparco en casa y de pronto, de la nada, aparece un chico, corre hacia nosotros y salta sobre el capó del coche. Miro atónita, perpleja, paralizada, parapetada tras el volante y a punto de morir de un paro cardíaco.
─¡Qué susto, hermanita! ─grita el atracador-secuestrador-asesino que había imaginado mi mente.
─¡Pepe!, ¡casi me matas! ─exclamo consciente de que el ataque de asma está a punto de aprisionar mis bronquios.
Entre respiración y respiración le encargo ir a comprar velas, jamón york, ginebra...
¡Ding, dong! Es la hora, todo está listo. Álvaro disfruta con sus regalos, con su familia: su bisabuela, su abuela, los tíos, los primos, su hermano, sus padres... Las risas se multiplican, la comida es excesiva (comeremos lo mismo el resto de la semana, lo típico), los juguetes son los dueños de la fiesta y la felicidad se extiende al cantar el "cumpleaños feliz" y soplar las velas.
─Prueba superada─ exclama mi Alonso mientras recoge el salón.
─Por hoy, amor, que mañana vienen dos amigos de Álvaro a dormir, tengo que hacer una guitarra con cartón y tres romanos.
─¿Qué?
─Déjalo, mañana te lo explico.
viernes, noviembre 19, 2010
La doctora Francis
Alonso aliña la ensalada, señala con el índice de su mano derecha el reloj imaginario de su muñeca izquierda y gesticula impaciente. No le hago caso, nada ni nadie me puede desconcentrar de mi misión: aconsejar lo mejor posible sobre temas de amor.
Ángel acaba de retomar una relación de su juventud. Los azares de la vida separaron sus caminos. Tres lustros después, un mail llegó para recordar aquel amor justo en el momento en que ambos estaban solos, sin compromiso. Cuando la vio, Ángel supo que esta vez no la iba a dejar escapar, que lucharía por compaginar el pasado de cada uno, los hijos respectivos de parejas anteriores, las inevitables críticas de sus ex, los comentarios de los amigos del trabajo... Pero antes de librar esas duras batallas, disfrutaría del paraíso junto a ella, los dos solos, con la emoción sudorosa de sus citas furtivas, la explosión de sus cuerpos, las veladas iluminadas por la tímida luz de las velas...
Una historia que baila al son "Inolvidable", de Diego El Cigala en su disco "Lágrimas Negras" (En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse. Imborrables momentos que siempre guarda el corazón. Porque aquello que un día nos hizo temblar de alegría, es mentira que hoy pueda olvidarse con un nuevo amor)
Siento la sonrisa pegada a mi cara al oír sus confidencias secretas y al comprobar que Ángel roza la felicidad que tanto se merece. Cuelgo, me lanzo al sofá y me acurruco bajo la manta. Antes de que Alonso dé al play del mando del vídeo, vuelve a sonar el teléfono.
El dial de mi mente se desplaza hasta "Tenía tanto que darte", de Nena Daconte. (Tenía tanto que darte, tantas cosas que contarte, tenía tanto amor, guardado para ti... Tenía tanto que a veces maldigo mi suerte.. A veces la maldigo... Por no seguir contigo...)
Carlota lleva varios días arrastrando su desilusión. Hace tiempo surgió una pequeña grieta en su relación, la tapó con un poco de yeso y se olvidó. Ahora, después de unos cuantos meses, esa grieta se ha convertido en una falla y la distancia entre ellos, enorme.
─Te quiero mucho, pero no puedo seguir junto a ti ─intentó explicarle una tarde Andrés, su gran amor.
Carlota no entendió lo que decía. Negó con la cabeza la evidencia, calló y se sentó sin fuerzas en la cama donde tanto había reído y disfrutado junto a él. Ahora, la soledad la hundía en el somier.
─¿Tú qué opinas?, ¿sabes algo de él?, ¿te ha llamado?
─No, no sé nada ─ni quiero saber─, deja que pase el tiempo, date un respiro...
─¡No puedo! ¡Ay, si el corazón tuviera la opción "eliminar recuerdos"!
La tensión le aprisiona el estómago y los nervios le impiden dormir.
Me retuerce verla sufrir, me gustaría gritarle que vale mil veces más que él, que saldrá adelante, que ya se arrepentirá Andrés cuando vea todo lo que ha perdido, que no encontrará a nadie tan fantástica como ella... Callo, aprendí hace mucho que es mejor no opinar sobre las parejas contrarias.
Dani Martín empieza a cantar en mi mente "Te recuerdo" (Te has marchado y has dejado otro hueco dentro de mí. Te recuerdo porque fuiste y has sido la chispa que me ha hecho vivir. A tu lado me sentía protegido y dentro de ti. Ahora ya no existe risa ya no hay nada que me haga reír y me acuerdo del cariño y todos los besos que a veces no di)
─¿Ya? ─pregunta mi Alonso con el dedo entumecido sobre el botón del play.
─Eso creo...
─Es increíble la capacidad que tienes para hablar por teléfono. ¿Qué te han contado?
─Nada en especial.
─¡Pero si llevas todo la noche ejerciendo de doctora Francis!
─Bueno, mañana te lo resumo...
Si alguien desea escuchar las canciones que comento en el texto que dé un click sobre el título en rojo.
viernes, noviembre 12, 2010
Súper mosca al agua
─¡Hoy no trabajo! ─he gritado con alegría a mis hombres al despedirles a primera hora de la mañana.
En mi rincón de diseño he rematado algunas cosas (bueno, varias, que llevo una semanita de aúpa) y he decidido mimarme el resto del día.
Después de preparar mi gran mochila, secador de pelo incluido, he salido como una cucaracha de casa. Es decir: mallas negras, sudadera negra, Adidas negras y me he subido a mi nuevo coche negro. A los cinco minutos mi imagen era aún peor: bañador negro, crocs a mis pies, gorro rosa y mis gafas de "súper mosca" (que las anteriores, pequeñitas y monísimas, me destrozaban los ojos y la piel).
Al verme frente al espejo una escena ha venido a mi mente: Hugh Grant en una sala de cine junto a su adorada Julia Roberts y sus gafas de buceo graduadas. Igualito que yo, salvo que las mías, además de tener unos cristales muy oscuros, no son graduadas. Feliz, ciega y contenta me he lanzado a la piscina sin ningún tipo de complejo. Largo arriba, largo abajo he nadado mis mil metros correspondientes (¡y eso que en los últimos cincuenta metros me ha dado un tirón en la pierna!).
Cojeando un poco y oculta tras mis gafas, he dejado flotar mis músculos en la piscina sensorial al son de unos acordes orientales. Después, a la sauna de vapor. A los tres minutos el pánico me ha dominado. "¡Horror, se ha ido la luz, no veo nada!", he pensado aterrorizada. Antes de gritar ¡socorro! me he percatado de que había olvidado quitarme las gafas de bucear. Aliviada, sudando y a punto de desmayarme por la bajada de tensión y el pánico sufrido he huido a la sauna finlandesa para desintoxicar mis poros; unas duchas a distintas temperatura y, de postre, al jacuzzi para que las burbujas a presión maltrataran un poco mis cervicales.
En el vestuario, todo un espectáculo, me he animado. No sé en otros gimnasios, pero en el mío no existe la "mujer perfecta". Todas tenemos algún fallo: quien no tiene culo, tiene tripa o pistoleras... Vamos, que después del esfuerzo y vista tanta imperfección he decidido que este fin de semana tampoco voy a hacer dieta, que la vida son dos días y además de reírse de uno mismo hay que ser feliz.
Desde luego soy única buscando excusas. ;-)
Hugh Grant. Igualito que yo |
(Para vosotros, para los "Ángeles" que tanto quiero. El humor también ayuda cuando las cosas se tornan un poco negras. A por la victoria. Os quiero)
lunes, noviembre 08, 2010
Infiel hasta los huesos
Tanta mentira me estaba destrozando por dentro. El temido momento había llegado y por una vez debía ser sincera. Sus ojos me miraban con un leve brillo de esperanza. Evité pestañear, sabía que las lágrimas no aguantarían y se deslizarían por mis mejillas. El silencio era peor que los gritos.
─¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Mi cabeza asintió y mi cuello menguó como el de E.T. en pleno ataque de pánico. Intenté articular alguna palabra, justificarme, explicar mis razones.
─Lo siento ─balbucí con un tímido hilo de voz.
─No entiendo por qué me has hecho esto, no logro explicármelo.
─Yo no quería...
─Pues para no haberlo querido te ha salido de locura.
─Perdóname, me dejé tentar.
─Pero, ¿qué tiene él que yo no tenga?
─No sé qué contestarte ─tomé con mis puños las mangas del jersey y empecé a apretarlas para desahogar mi tensión─. Me hablaron tanto de él. Dudé y al final le llamé...
─¿Y?
─Pues que una cosa llevo a la otra. Después de la primera cita, repetí y repetí...
─¿Cuánto tiempo?
─Más o menos, un mes.
─No me cuentes los detalles.
─Lo siento.
─¿Te ha merecido la pena?
─No, estoy muy arrepentida... No quería hacerte daño... Surgió y me dejé tentar. ¿Serás capaz de perdonarme?
─No creo que sea el mejor momento para contestarte. Todo depende de ti.
─Te prometo que no volverá a suceder. Sé que solo tú me entiendes, que te necesito.
─Deberás portarte muy bien si deseas que vuelva a confiar en ti.
─No te voy a fallar y jamás me volveré a ir con él. Por favor, dame otra oportunidad.
─No sé.
─No me hundas más. Te he fallado, pero te necesito.
─Bueno, te daré una última oportunidad.
─¿De verdad?
─Sí, pero no me vuelvas a ser infiel.
__________________________________
─Te noto triste, ¿qué te ocurre? ─preguntó mi Alonso como si el oráculo le hubiera transmitido mi estado anímico.
─He confesado mi infidelidad.
─¿Qué?
─He ido a mi gordóloga de toda la vida y le he confesado que le he sido infiel con otro gordólogo. ¡Súper fuerte!
─Estás fatal.
─Lo sé. En quince días debo volver y lograr de nuevo su confianza.
─Así que empiezas hoy la dieta.
─¡No!, ¡qué exagerado! Hoy como en casa de mi abuela, mañana tengo cena con mis amigas, el domingo haremos una "family escapadita", el lunes no trabajo, el martes es fiesta...
─¿El miércoles?
─Sí, me parece bien.
─¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Mi cabeza asintió y mi cuello menguó como el de E.T. en pleno ataque de pánico. Intenté articular alguna palabra, justificarme, explicar mis razones.
─Lo siento ─balbucí con un tímido hilo de voz.
─No entiendo por qué me has hecho esto, no logro explicármelo.
─Yo no quería...
─Pues para no haberlo querido te ha salido de locura.
─Perdóname, me dejé tentar.
─Pero, ¿qué tiene él que yo no tenga?
─No sé qué contestarte ─tomé con mis puños las mangas del jersey y empecé a apretarlas para desahogar mi tensión─. Me hablaron tanto de él. Dudé y al final le llamé...
─¿Y?
─Pues que una cosa llevo a la otra. Después de la primera cita, repetí y repetí...
─¿Cuánto tiempo?
─Más o menos, un mes.
─No me cuentes los detalles.
─Lo siento.
─¿Te ha merecido la pena?
─No, estoy muy arrepentida... No quería hacerte daño... Surgió y me dejé tentar. ¿Serás capaz de perdonarme?
─No creo que sea el mejor momento para contestarte. Todo depende de ti.
─Te prometo que no volverá a suceder. Sé que solo tú me entiendes, que te necesito.
─Deberás portarte muy bien si deseas que vuelva a confiar en ti.
─No te voy a fallar y jamás me volveré a ir con él. Por favor, dame otra oportunidad.
─No sé.
─No me hundas más. Te he fallado, pero te necesito.
─Bueno, te daré una última oportunidad.
─¿De verdad?
─Sí, pero no me vuelvas a ser infiel.
__________________________________
─Te noto triste, ¿qué te ocurre? ─preguntó mi Alonso como si el oráculo le hubiera transmitido mi estado anímico.
─He confesado mi infidelidad.
─¿Qué?
─He ido a mi gordóloga de toda la vida y le he confesado que le he sido infiel con otro gordólogo. ¡Súper fuerte!
─Estás fatal.
─Lo sé. En quince días debo volver y lograr de nuevo su confianza.
─Así que empiezas hoy la dieta.
─¡No!, ¡qué exagerado! Hoy como en casa de mi abuela, mañana tengo cena con mis amigas, el domingo haremos una "family escapadita", el lunes no trabajo, el martes es fiesta...
─¿El miércoles?
─Sí, me parece bien.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)