lunes, marzo 14, 2011

Hasta el infinito y más allá



Debo confesar un secreto íntimo, una realidad que he intentado ocultar y solo conocen mis más allegados, un leve fallo de mi ser que he sobrellevado con dignidad y estoicismo. Sí, lo confieso, no puedo ver las estrellas del firmamento. Por más que arrugo los ojos y me concentro, jamás he logrado contemplar el esplendor estelar. Solo veo un cielo azul oscuro salpicado por cuatro o cinco estrellas. ¿Realmente existe ese firmamento plagado de estrellas que muestran en las películas? Tal vez sea una licencia artística del mundo del celuloide o una manera de engañar a la humanidad. 
─Mamá, ¿cuántas estrellas ves? ─me retan los niños las noches de luna nueva.
Achino mis ojos para acentuar mis patas de gallo, me concentro y observo la oscuridad.
─¡Cinco!
─¡Pero si hay más de mil!
Una noche, en una playa de Egipto, vi una estrella fugaz. Antes de pedir mi deseo escuché unas risas que me revelaron la verdad: no era una estrella fugaz, era un avión aterrizando. 
Hoy por fin me han explicado mi imperfección.
─Emma, la conjunción de tu miopía y tu astigmatismo provoca que no puedas ver el infinito. Tu visión es del cien por cien, pero tu enfoque final se queda en un plano medio que te imposibilita ver más allá.
No, por Dios, con la ilusión que me hace imitar a Buzz Lightyear y gritar: ¡¡Hasta el infinito y más allá!!
Con mis media miras (ahora no puedo tener visión de futuro lejano, demasiado infinito), me fui a la piscina a barruntar unas cuantas teorías cuánticas sobre los fenómenos estelares, los agujeros negros y la lluvia de las Perseidas. Cuando analizaba el enigma de por qué ahora Plutón no es un planeta, observé que un nadador estaba parado en el extremo de la calle. Le miré e hice un gesto con la cabeza para saber si salía él o le adelantaba.  
Pasa, pasa, me indicó moviendo el cuello.
De pronto aterricé desde Platón en la Tierra. ¿Es Antonio Resines el que comparte calle conmigo en la piscina o mi incapacidad de ver el infinito también me provoca alucinaciones?
El estrés casi me ahoga. En el largo de vuelta nos cruzamos. Entrecerré los ojos y supliqué a mi miopía y astigmatismo que se concentraran en su visión media y me aclararan las dudas. Mis ojos confirmaron mis sospechas: Antonio Resines era mi "compi". 
¡Cómo me encandiló con su interpretación en "La buena estrella" o "La caja 507"! Nadamos brazada a brazada varios largos hasta que me abandonó. Rematé mis 1.500 metros y me sumergí en el jacuzzi para destensar mis músculos. Antes de irme, observé a mi compañero de al lado. ¿Quién era? Pues claro, Antonio Resines. 

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