Soy rara o más bien rarita. Nunca anhelé diamantes, joyas caras, bolsos de marca o relojes súper-mega-fashion. No, no va con mi carácter. En cambio, me vuelve loca un buen libro, un viaje, una cena, un ramo de margaritas o una bella planta. Mi corazón se conquista con pequeños detalles, con esos guiños imperceptibles para muchos que me hacen botar de alegría y me trasladan a mis momentos zen de felicidad.
Los que me conocen bien (ellos saben quiénes son) entienden mis "absurdos" sufrimientos y me sorprenden con sus detalles. Esta semana dos flechazos me han dado de lleno en el corazón.
Flecha 1: Ángeles.
El domingo quedamos para batirnos en duelo contra los hombres, esos seres miserables que nos vencieron en el último partido de pádel. Los bandos estaban muy bien definidos. Nosotras contra ellos. Una lucha cruenta. Las armas, las palas de pádel. La munición, las pelotas amarillas. Al final la batalla quedó en tablas y nuestro orgullo intacto.
Al abandonar la pista, observé sobre el banco donde descansaban todos los útiles "padelianos" una bolsa morada de la tienda "Lumbre y barro" .
─Es para ti ─sonrió Ángeles─, tu regalo de cumpleaños. Espero que te guste.
Abrí con cuidado y encontré un tesoro: un árbol mágico que me sonreía y escondía una planta en su interior. Intenté articular palabra, pero la emoción me lo impidió.
─¿Te gusta?
─Me encanta, Ángeles... No sé cómo agradecértelo. Eres un cielo, me has emocionado. ¡Qué maravilla!
Volví a casa embriagada por los encantos de mi mágico árbol y por la amistad de Ángeles, un diamante en bruto.
Flecha 2: Luis e Icíar.
La vuelta al trabajo después de un fin de semana siempre se me hace cuesta arriba y cada vez la noto más empinada. Mis pies me arrastran al interior de la redacción mientras mi mente navega por su mundo de fantasía. Abro los ojos, cierro los ojos, repito la operación un par de veces hasta que compruebo que lo que hay sobre mi mesa no es una de mis alucinaciones, no es un sueño. Me acerco y me quedo hipnotizada ante las bolitas rojas. ¡Qué belleza! ¡La perfecta combinación cromática! El verde salpicado por motas rojas.
─Luis ─susurró para mí misma─ ha sido Luis.
Mi mano roza las hojas puntiagudas y se estremece. Mis compañeros observan mi reacción. Quiero gritar, me contengo, aunque no puedo evitar musitar su nombre.
─Un acebo.
Sí, Luis me había regalado un acebo plagado de bayas rojas y de amistad, había devuelto la Navidad a mi casa. "Luichi" (Luis+Ichi), el acebo, está ahora en mi jardín, pero detrás, oculto de las miradas de los malechores, acoplándose a su nuevo hogar, conociendo al resto de las plantas.
"Luichi", mi acebo, mi alegría. ¡Mil gracias Luis e Icíar! He palpitado de emoción.
(¡Ay, cuando se enteré Fifí se va a poner súper celosa!)
Otras flechas al corazón
En estos últimos y tristes días las personas que nos quieren lo han demostrado a través de grandes y pequeños detalles. Con su presencia, con una simple llamada o un mensaje nos han arropado el corazón. Mi memoria prodigiosa (siento mi falta de modestia, pero es una de las pocas virtudes de las que puedo presumir) recuerda cada abrazo, cada llamada o cada mensaje. Mil gracias a todos los que habéis estado ahí.
Los que me conocen bien (ellos saben quiénes son) entienden mis "absurdos" sufrimientos y me sorprenden con sus detalles. Esta semana dos flechazos me han dado de lleno en el corazón.
Flecha 1: Ángeles.
El domingo quedamos para batirnos en duelo contra los hombres, esos seres miserables que nos vencieron en el último partido de pádel. Los bandos estaban muy bien definidos. Nosotras contra ellos. Una lucha cruenta. Las armas, las palas de pádel. La munición, las pelotas amarillas. Al final la batalla quedó en tablas y nuestro orgullo intacto.
Al abandonar la pista, observé sobre el banco donde descansaban todos los útiles "padelianos" una bolsa morada de la tienda "Lumbre y barro" .
─Es para ti ─sonrió Ángeles─, tu regalo de cumpleaños. Espero que te guste.
Abrí con cuidado y encontré un tesoro: un árbol mágico que me sonreía y escondía una planta en su interior. Intenté articular palabra, pero la emoción me lo impidió.
Mi árbol mágico, obra de la hermana de Ángeles. En lumbreybarro.com |
─¿Te gusta?
─Me encanta, Ángeles... No sé cómo agradecértelo. Eres un cielo, me has emocionado. ¡Qué maravilla!
Volví a casa embriagada por los encantos de mi mágico árbol y por la amistad de Ángeles, un diamante en bruto.
Flecha 2: Luis e Icíar.
La vuelta al trabajo después de un fin de semana siempre se me hace cuesta arriba y cada vez la noto más empinada. Mis pies me arrastran al interior de la redacción mientras mi mente navega por su mundo de fantasía. Abro los ojos, cierro los ojos, repito la operación un par de veces hasta que compruebo que lo que hay sobre mi mesa no es una de mis alucinaciones, no es un sueño. Me acerco y me quedo hipnotizada ante las bolitas rojas. ¡Qué belleza! ¡La perfecta combinación cromática! El verde salpicado por motas rojas.
─Luis ─susurró para mí misma─ ha sido Luis.
Mi mano roza las hojas puntiagudas y se estremece. Mis compañeros observan mi reacción. Quiero gritar, me contengo, aunque no puedo evitar musitar su nombre.
─Un acebo.
Sí, Luis me había regalado un acebo plagado de bayas rojas y de amistad, había devuelto la Navidad a mi casa. "Luichi" (Luis+Ichi), el acebo, está ahora en mi jardín, pero detrás, oculto de las miradas de los malechores, acoplándose a su nuevo hogar, conociendo al resto de las plantas.
"Luichi", mi acebo, mi alegría. ¡Mil gracias Luis e Icíar! He palpitado de emoción.
(¡Ay, cuando se enteré Fifí se va a poner súper celosa!)
"Luichi", mi nuevo acebo |
Otras flechas al corazón
En estos últimos y tristes días las personas que nos quieren lo han demostrado a través de grandes y pequeños detalles. Con su presencia, con una simple llamada o un mensaje nos han arropado el corazón. Mi memoria prodigiosa (siento mi falta de modestia, pero es una de las pocas virtudes de las que puedo presumir) recuerda cada abrazo, cada llamada o cada mensaje. Mil gracias a todos los que habéis estado ahí.
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