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Salmorejo, chinas con visera, pipas y Córdoba |
Los viajes despiertan mi instinto voyeur: me encanta observar cómo actúa la gente, cómo se relacionan los viajeros con el nuevo entorno, cómo interactúan. Al turista español se le reconoce a distancia por sus gritos y su gesticulación (me incluyo, que mi tono de voz es especialmente alto y mis risas se escuchan hasta el infinito y más allá). También existe el turista cerdo: el que come pipas y tira las cáscaras al suelo. No lo soporto. Los comedores de pipas o los guarros que tiran papeles o colillas de tabaco al suelo deberían pagar un impuesto de limpieza por maleducados. Me indigna. Me dan ganas de sacar un látigo y ponerles a recoger su mierda.
El mundo chino o japonés (no sé diferenciarlos) me llama especialmente la atención. En el último viaje a Córdoba y Sevilla he descubierto cómo han aplicado la tecnología a sus visitas para mantener el silencio que tanto les caracteriza: el guía le susurra las explicaciones a un pequeño micrófono y cada chino o japonés lo escucha a través de un pinganillo que se oculta en el interior de sus orejas. Una masa uniforme y sonriente que se mueve por los monumentos y solo llama la atención cuando se activa el flash de sus cámaras de fotos. Este año casi todas las mujeres ocultaban su cara bajo una enorme visera ultravioleta de colores chillones ─debe ser la última moda nipona─, y por educación todos los que tosen se colocan una mascarilla para no contagiar a sus compañeros. Un detalle antiglamuroso que es digno de admiración.
El instinto voyeur se vuelve terrorífico cuando percibo que en la habitación del hotel las puertas de los armarios son espejos. ¡No, por Dios!, grito al verme reflejada de cuerpo entero. Decidido, después de Semana Santa me pongo a régimen porque a la comunión de mi hijo llego pelotilla total, pero espero abandonar en verano mi estatus morcilla por el de fuet, que es más delgadito. Ay, si es que mi instinto voyeur se convierte en carnal al ver un salmorejo, unos flamenquines, unos huevos rotos... Y, para no atragantarme, unas cañitas bien frescas, unos vinitos... Eso sí, ¡pipas, no!
PD. Frase histórica: ¡Mamá, me ha encantado la guirnalda y los chochitos! Traducción: ¡Mamá, me ha encantado la Giralda y el cochifrito!
(dixit Álvaro)