La cuenta atrás y la loca de las uvas |
─Emma, ¿qué ocurre?
Observé que aún estaba somnoliento pero mi obsesión salió de mi boca convertida en una verborrea incontrolable.
─Alonso, esta noche no he podido dormir, tengo una duda que me atormenta, que me aprieta los pulmones y no me deja respirar.
─¿Te ha dado un ataque de asma?
─No, pero todo puede ocurrir... Mi intriga, mi duda, mi insomnio y mi preocupación es porque no sé qué vamos a hacer en Nochevieja.
─Sí lo sabes, pasaremos fin de año en el barco del crucero.
─Claro, he ahí el problema, mi quitasueños, mi pregunta: ¿cómo vamos a tomar las uvas?
Alonso me miró entre sus legañas, me ignoró, se giró y volvió a roncar como si hubiera tenido una pesadilla con Chucky... ¡Pero la semilla de la duda empezó a germinar en su cerebro!
Al cabo de unos días mi santo sonrió en mitad de la cena.
─Emma, he hablado con la organización del crucero y me han explicado que al ser el barco italiano no se habían planteado el tema de las uvas, pero que se lo comentemos al chef para que esa noche nos las preparen.
─Bueno, no sé, me estresa mucho el tema, así que nos llevamos unas latitas con nuestras uvas, pero... ¡Y las campanadas!
─Tranquila, Chucky, que me he descargado un vídeo con las campanadas del año pasado en el móvil.
La mañana del 31 de diciembre, pese a tener mis latas en el camarote, comencé con mi campaña internacional de obtención de uvas. Al mediodía apliqué mis leves dominios de inglés con el encargado del restaurante: "Please, I'm from Spain, I need for to night twelve grapes. No, sorry, forty-eight grapes for all my family" El malasio me miró como si fuera la "loca de las uvas" y me recomendó en inglés que lo comunicara en recepción para que solventasen mi gran problema. Allí me fui y la suerte me acompañó: ¡el recepcionista hablaba un perfecto francés lo que me permitió explicarle con detalle mi obsesiva neura!
─Tranquila, esta noche tendrá sus uvas─ me contestó desde el mostrador el hombre con cara de perplejidad
─Y no podrían habilitar uno de los salones para que los españoles veamos las campanadas en el Canal Internacional como marca la tradición, con Ramón García, la capa y el reloj de la Puerta del Sol.
El recepcionista abrió los ojos como si tuviera a Chucky delante y exclamó:
─¡Eso es imposible, el capitán del barco iniciará la cuenta atrás junto a todo el personal de animación! ¡Es la gran fiesta del crucero!
Lo miré atónita: ¡cómo osaba comparar a Ramón García con el capitán del barco!
Lo miré atónita: ¡cómo osaba comparar a Ramón García con el capitán del barco!
Por la noche, para controlar mis nervios ensortijados en mis rizos me alisé el pelo, me coloqué las lentillas y aparecimos en el restaurante con nuestras mejores galas. Nuestros compañeros de mesa nos esperaban impacientes después de haberles contagiado mi intranquilidad a lo largo de las últimas cenas.
─¿Tendremos uvas? ─preguntó Fernando con intriga.
─Eso espero ─susurré a todos los comensales─, he hablado con casi toda la tripulación, con los chefs, los camareros y el recepcionista. Creo que me tienen miedo...
A las once y media apareció Óscar, nuestro camarero, con una ensaladera repleta de uvas. El vino y el champán nos hicieron gritar de emoción. Tomamos cada uno nuestras doce uvas, las conté y reconté diez veces, Alonso ubicó su smartphone en mitad de la mesa con el vídeo de las campanadas, los niños reían, los nervios se agarraron al estómago... De pronto el comedor se vació. A las doce menos un minuto brindamos para despedir el año y al instante el vídeo nos mostró los cuartos, y empezamos con la gran tradición española: ¡comenzar el año atragantados! Los camareros nos rodeaban, miraban el teléfono con intriga y observaban con sonrisas como engullíamos doce uvas, doce sueños, doce besos, doce locuras en las aguas de Cerdeña, en pleno Mediterráneo. Misión cumplida: ¡feliz año!
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