Verano 2017. Toma 2. ¡Acción!
Dicen que después de la lluvia llega la calma, pero no siempre es así. Pasado el diluvio universal, las toallas del grupo de amigos invaden de nuevo la playa. La bandera verde ondea libre y salvaje. Los niños navegan en la barca hinchable, jugan a las palas o botan por las dunas.
Al salir de mi baño en agua salada (es decir, del mar) me dirijo a la ducha del Oli-ba-bá ─el chiringuito mega cool decorado con dos enormes moais que al atardecer te hacen creer que estás en la Isla de Pascua─ para que el chorro de agua fría elimine la sal de mi bronceada y fina piel. Mientras balanceo mis carnes embutidas en el biquini (¡adiós vergüenza!) hacia nuestro campamento playero observo movimientos extraños. Al llegar veo a Roberto tumbado en la toalla protegido por la sombrilla. Carmen, a su lado, le da trozos de melocotón.
─¿Qué te ocurre? ─le pregunto con intriga.
─Emma, no le hagas hablar ─me ordena Elena─. Le ha dado una bajada de azúcar.
─Tranquilos ─musita Roberto─, en breve estaré bien.
Raúl le acerca una Coca-cola (ni zero, ni light, la normal con sus azúcares) del chiringuito. Ángeles rebusca más fruta en su mochila...
─Tal vez los de la Creu Roja (así se dice en valenciano) tengan glucosa ─sugiero con mi mejor intención.
¡Buena idea!, exclama Carmen que se levanta, corre hasta el socorrista y le explica lo sucedido.
─Aquí no tengo ningún gel de glucosa, pero ahora mismo llamo a la central y nos lo acercan ─contesta el vigilante de la playa, de cuerpo esmirriado y sin tableta de chocolate en su torso, walkie talkie en mano.
¡Y empieza el espectáculo!
Por tierra, mar y casi aire llegan los efectivos. El quad rojo derrapa por la arena de playa, una moto acuática que arrastra una camilla surca las olas del Mediterráneo. La gente mira atónita sin saber qué ha sucedido.
No me puedo resistir a tomar unas cuantas instantáneas para documentar el suceso. Foto aquí, foto allá. Los niños se acercan a la moto acuática, al quad... Y miran al cielo con la ilusión de que aparezca un helicóptero.
─¿A quién se le ha ocurrido avisar a los socorristas? ─bufa Roberto cuando su azúcar alcanza los niveles mínimos─. ¡Seguro que ha sido Emma para escribir en su blog!
─Ay, Roberto, eres increíble. ¡Te salvo la vida y me llamas bloguera alarmista! ¡Lo que hay que oír! ─contesto a la vez que escondo con disimulo mi móvil para que no descubra que está lleno de fotos del suceso.
¡Ay, soy una incomprendida!
Dicen que después de la lluvia llega la calma, pero no siempre es así. Pasado el diluvio universal, las toallas del grupo de amigos invaden de nuevo la playa. La bandera verde ondea libre y salvaje. Los niños navegan en la barca hinchable, jugan a las palas o botan por las dunas.
Al salir de mi baño en agua salada (es decir, del mar) me dirijo a la ducha del Oli-ba-bá ─el chiringuito mega cool decorado con dos enormes moais que al atardecer te hacen creer que estás en la Isla de Pascua─ para que el chorro de agua fría elimine la sal de mi bronceada y fina piel. Mientras balanceo mis carnes embutidas en el biquini (¡adiós vergüenza!) hacia nuestro campamento playero observo movimientos extraños. Al llegar veo a Roberto tumbado en la toalla protegido por la sombrilla. Carmen, a su lado, le da trozos de melocotón.
─¿Qué te ocurre? ─le pregunto con intriga.
─Emma, no le hagas hablar ─me ordena Elena─. Le ha dado una bajada de azúcar.
─Tranquilos ─musita Roberto─, en breve estaré bien.
Raúl le acerca una Coca-cola (ni zero, ni light, la normal con sus azúcares) del chiringuito. Ángeles rebusca más fruta en su mochila...
─Tal vez los de la Creu Roja (así se dice en valenciano) tengan glucosa ─sugiero con mi mejor intención.
¡Buena idea!, exclama Carmen que se levanta, corre hasta el socorrista y le explica lo sucedido.
─Aquí no tengo ningún gel de glucosa, pero ahora mismo llamo a la central y nos lo acercan ─contesta el vigilante de la playa, de cuerpo esmirriado y sin tableta de chocolate en su torso, walkie talkie en mano.
¡Y empieza el espectáculo!
Por tierra, mar y casi aire llegan los efectivos. El quad rojo derrapa por la arena de playa, una moto acuática que arrastra una camilla surca las olas del Mediterráneo. La gente mira atónita sin saber qué ha sucedido.
No me puedo resistir a tomar unas cuantas instantáneas para documentar el suceso. Foto aquí, foto allá. Los niños se acercan a la moto acuática, al quad... Y miran al cielo con la ilusión de que aparezca un helicóptero.
─¿A quién se le ha ocurrido avisar a los socorristas? ─bufa Roberto cuando su azúcar alcanza los niveles mínimos─. ¡Seguro que ha sido Emma para escribir en su blog!
─Ay, Roberto, eres increíble. ¡Te salvo la vida y me llamas bloguera alarmista! ¡Lo que hay que oír! ─contesto a la vez que escondo con disimulo mi móvil para que no descubra que está lleno de fotos del suceso.
¡Ay, soy una incomprendida!
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