Por fin el sol ha hecho su aparición. Las mesas metálicas invaden las aceras de mi Madrid y las terrazas rebosan gente. Me encanta. Después de una leve caminata (maldita trocanteritis) nos sentamos para saciar la sed. El camarero, un chaval joven, toma nota de nuestras bebidas y aparece al rato portando una bandeja plateada circular con nuestro pedido y una amplia sonrisa.
─La jarra de cerveza para el caballero, la Coca-Cola para la señorita y unas patatas fritas ─dice con un tono jocoso que desmonta mi malhumor.
─Si no te importa es al revés: el tanque de cerveza para mí y la Coca-Cola para él ─le contestó hipnotizada por la espuma de la jarra.
─Ay, perdón, perdón...
La escena es habitual. La sociedad tiene tatuados una serie de estereotipos difíciles de modificar. Es necesario destruir los clichés entre hombres y mujeres para lograr la igualdad. Reconozco que nunca he sido una feminista reivindicativa porque, gracias a la educación que recibí en mi familia, jamás me he sentido discriminada por mi condición sexual. Al contrario, he gozado de una gran libertad: he viajado sola siempre que he querido, salgo con distintos grupos de gente sin necesidad de ir con mi pareja y desde bien joven he cultivado mi independencia y soledad. ¡Incluso soy la "manitas" de mi casa!
Y, por si alguien tiene alguna duda: bebo, como, rįo, disfruto y al final de cualquier fiesta él conduce de vuelta (a buen entendedor pocas palabras bastan).
La cerveza, para mí.