lunes, mayo 07, 2018

La estantería de los horrores


Mi amigo Pablo sufría cada vez que se acercaba el Día del Padre. Más que por la celebración, por los tortuosos regalos de sus hijas. En su denominada  estantería de los horrores colocaba con orden incierto la corbata de papel charol, el cenicero elaborado con alambres o el llavero con la "P", la inicial de su nombre. 
    Al cabo de los años, nacieron mis hijos y mi estantería de los horrores. Tarjetas de cartulina verde con un corazón rojo en el centro, un joyero con cáscaras de huevo, una rosa de goma-eva, las huellas de sus manos en barro cocido y un sinfín de textos de amor, garabatos y faltas de ortografía.
    Ayer fue el Día de la Madre, mis adolescentes se levantaron somnolientos, se acercaron a la cocina mientras preparaba la comida familiar, me felicitaron con un abrazo-oso y me regalaron el perfume que compró mi Alonso con su tarjeta de crédito.
    Sonreí, les abracé y sentí la pena del paso del tiempo. Añoré aquellos viernes que volvían del colegio con la manualidad que habían hecho en clase oculta en la mochila, corrían a su cuarto para esconderla en el lugar más recóndito (debajo de su cama) y el domingo, antes de que saliera el sol, saltaban a mi cama para felicitarme, acurrucarse bajo el edredón y regalarme su precioso tesoro para mi adorada estantería de los horrores
    Nostalgia del amor infantil y, cómo no, de mi collar de macarrones. 

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