Hace años, la vuelta de vacaciones también me tensaba. La congoja de saber si le había sucedido algún percance a familiares o amigos me preocupaba hasta que en septiembre pasaba lista. En cambio, ahora, las nuevas tecnologías nos informan segundo a segundo de la vida. Imposible desconectar.
Este verano el tinto de verano se tornó negro oscuro. El sonido insistente del whatsapp anunció tristes noticias. “Ha fallecido Domingo Pérez”, leí en la pantalla del móvil. De golpe me atacaron los recuerdos. Trabajé con Nano en julio de 2004, cuando hicimos el suplemento especial de los Juegos Olímpicos. Venía desde la sección de deportes, se sentaba en una silla a mi derecha y, siempre con una sonrisa, mostraba su emoción por el diseño arrevistado de las páginas que diferían totalmente del enconsertado periódico. Formamos un gran equipo y reímos mucho, a carcajadas. Hace años se fue de ABC y, la vida es así, perdí el contacto con él, pero no su recuerdo.
“Ha fallecido Manolo”, me escupió de nuevo el whatsapp al cabo de pocos días. Y lloré. Manuel Erice llevaba años luchando contra un puñetero cáncer. En julio su situación era preocupante, pero uno se pone la venda en los ojos y no lo acepta, se niega a creer que es verdad. Podría decir de él que era un gran profesional, subdirector o corresponsal. Y me quedaría corta, pero mi recuerdo me lleva a las mañanas de domingo en el polideportivo de Barajas. Nos cruzábamos en las pistas: él con estilo y elegancia jugaba al tenis; yo, sin su glamur, al pádel. Siempre nos saludábamos con nuestra ropa deportiva, raqueta y palas. Por la tarde, más aseados y elegantes, trabajábamos en la redacción de ABC. La dualidad personal y laboral.
Los mecanismos de la mente son complejos, los recuerdos que almacena no tienen mucha lógica, pero es así como ellos viven en mi memoria.
D.E.P., queridos compañeros.
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