viernes, agosto 21, 2020

Mis lecturas sin mascarilla


La ficción o fantasía son géneros literarios que nunca me han enamorado. Sin embargo, en 2020 la realidad ha superado con creces la imaginación de los autores y nos ha lanzado de cabeza y sin flotador a una tétrica historia dominada por un terrorífico virus que ha arrasado con la vida de miles de personas. Una pesadilla más real que cualquier drama ficticio que nos obliga a pasear con mascarilla, mantener la distancia de seguridad y lavarnos las manos con hidroalcohol. Ante tanto horror, los libros han sido mi mejor terapia para, por unos instantes, evadirme de este delirio.

La Nena (Carmen Mola. Negra Alfaguara)
Me mola Carmen Mola (¿hombre o mujer?), no lo puedo evitar, y me atrapan sus personajes. Su último libro es muy duro, desgarrador, tenso. Mi tío Roberto siempre ha afirmado que la maldad humana existe, y en esta novela se confirma y adereza con grandes dosis de depravación, tensión y perversión. Pero también se detalla la amistad, la rabia que se desata cuando alguien daña a quien tú quieres. Sin olvidar, jamás, que "nadie regresa del infierno indemne".    

Mujeres que no perdonan (Camilla Läckberg. Planeta)
Novela de ágil lectura para el verano, sencilla y muy predecible. Una combinación literaria del movimiento #Metoo y la trama cinematográfica de Extraños en un tren. Entretenida, sin más. 
    
Tiempos recios (Mario Vargas Llosa. Alfaguara)
Un poco de historia siempre viene bien, y si está escrita por Vargas Llosa, mejor. Las conspiraciones políticas internas y externas que afectaron al devenir de Guatemala en los años 50, la historia de sus presidentes, las relaciones entre los distintos países, la presión de EE.UU. para proteger sus propios intereses económicos... Una novela que descubre una realidad de América Latina muy poco conocida. Y, cómo no, con personajes delineados con el arte de un premio Nobel.

El Ángel (Sandrone Dazieri. Negra Alfaguara)
Lo confieso, me enamoré de la pareja no sentimental formada por la subcomisaria Colomba Caselli y Dante Torre en No está solo, una angustia de libro. Ahora, en El Ángel, se vuelven a unir para esclarecer la última masacre cometida en el vagón de un tren con parada en Roma. La trama, los personajes, el desarrollo de los acontecimientos... Pura y negra adicción. 

La paciente silenciosa (Alex Michaelides. Negra Alfaguara)
Los ingredientes de esta novela negra son perfectos: pintora reconocida que enmudece después de disparar y matar a su marido, psicoterapeuta decidido a romper su silencio con sus terapias, vaivenes en el tiempo, un diario personal que desgrana detalles de la protagonista y su vida... Lo mejor, el final. Lo peor, una escritura poco cuidada pero que logra enganchar al lector hasta el final.
 

Terra Alta (Javier Cercas. Premio Planeta 2019)
Un policía que huye de un pasado, un crimen que revuelve las tripas, los paisajes de Terra Alta, personajes con mucho bagaje... Una historia amena que te obliga a entender, o no, a quienes se toman la justicia por su cuenta. Eso sí, aunque tenga matices históricos, no me impactó tanto como Soldados de Salamina.    
    
Paradero desconocido (Kressman Taylor. RBA)
Breve relato que recorre la amistad de dos amigos a través de las cartas que se escriben. De las vivencias cotidianas se salta a la tensa situación que se vive en la Alemania nazi de la época de Hitler. De pronto, la camaradería se diluye y surgen textos que supuran la presión política y los cambios de mentalidad de Martin, alemán, y Max, judío. Una historia que deriva en una tragedia personal y política con un desenlace que encoge el alma.

Alegría (Manuel Vilas. Planeta)
"Un libro extraño que me ha gustado, aunque no me atrevo a recomendar a todo el mundo", escribí de Setecientos millones de rinocerontes, la primera novela que leí de Vilas. De Ordesa opiné que era "una obra llena de nostalgia a flor de piel, un libro triste". Y este último, es más de Ordesa, sin sorpresa. No me ha emocionado, la verdad. 

1793 (Niklas Natt Och Dag. Salamandra)
Según los críticos, la mejor novela negra del año. Sin embargo, al cabo de pocas páginas, abandoné su lectura. El deleite gastronómico está unido al ánimo de las personas y con la literatura sucede lo mismo. Empecé a leer el libro en un momento muy triste de mi vida, en una situación que ennegrecía cada uno de mis pensamientos. Abandoné la lectura de esta tétrica historia que se desarrolla en 1793, en aquella época en que las calles olían a orín y  lodo, mi ánimo no soportaba más negrura. Lo siento, no puedo ser objetiva.