jueves, septiembre 15, 2022

Desconfiad de las parejas perfectas

¿Pareja perfecta?

Hacedme caso, desconfiad de las parejas perfectas. Sí, esas que de forma cansina se declaran su amor eterno, que se miran como babosas deslizándose por un tobogán; aquellas que nunca discuten porque el love domina sus cuores; que se creen más guapos que las miss o misters universo y, sobre todo, las que se creen siamesas y van agarraditas de la mano como si sus falanges se hubiesen pegado con adhesivo Super Glu. Mal rollo, os lo aseguro.
    En mi vida he conocido bastantes parejas perfectas. Al principio, sentía un pellizco de envidia. 
─Ay, cuánto se quieren, son lo más ─suspiraba mientras fregaba los trozos de arroz que se habían pegado en el fondo de la olla superrápida WMF y berreaba a mi marido porque se le había olvidado bajar las puñeteras bolsas de basura al contenedor.
    Al cabo del tiempo, el disgusto me dominaba.
─¡Pero qué me estás contando! ─gritaba por el auricular del teléfono─. No me lo puedo creer. ¿Seguro que se han separado? Dios mío, pero si eran la pareja perfecta. Y dices que él le ha puesto los cuernos con el conserje. Imposible. ¡Y que ella se ha liado con su monitor de fitness! Ay, nena, espera que me voy a abrir un vino, que estoy a punto de desfallecer.
    Al final, aprendí la lección y mi ojo clínico (solo me funciona el derecho, el izquierdo es poco clínico) empezó a detectar las señales de las parejas perfectas que al cabo del tiempo se convierten en imperfectas.
    Estos días, tras la muerte de la Reina Isabel, el bombardeo de imágenes de la familia real británica ha sido continuo. Féretro arriba, féretro abajo. Despedidas, mensajes, ceremonias... De pronto, mi ojo clínico (el derecho) empezó a temblar. La señal era inequívoca, debía encontrar a la pareja perfecta. Y la hallé: el príncipe Harry junto a su inseparable Meghan Markle, los dos vestidos de riguroso luto, observando las flores que habían depositado los ingleses junto a la verja de Buckingham, caminando en el cortejo fúnebre presidido por el féretro de su abuela, la Reina. El tic del ojo se aceleró, tanto que las imágenes se entrecortaban, hasta que centré la vista en sus manos: iban agarraditos, ¡muy agarraditos! No quiero decir nada, pero ahí lo dejo. El tiempo dirá, pero esos dedos entrelazados apuntan maneras y más en un cortejo fúnebre, que no es lugar para carantoñas. 
    Recordad, desconfiad de las parejas perfectas.

3 comentarios:

  1. Anónimo2:17 a. m.

    Me ha encantado. Siempre en tu línea. Me da gusto y me levanta el ánimo leer tus textos. ¡¡Sigue así compañera y creo que amiga!!

    ResponderEliminar
  2. Anónimo2:17 a. m.

    No es ánonima... soy tu amiga televisiva y animalera

    ResponderEliminar
  3. Emma Peña Tojo9:47 a. m.

    Mil gracias, CA. Así da gusto escribir, amiguita. Besos

    ResponderEliminar