miércoles, diciembre 13, 2006

Puente en Oliete


Hacía tiempo que no iba por Oliete (Teruel). El puente y el que fuera mi prima con sus niños y marido nos animó para lanzarnos a la aventura turolense. Allí, como siempre, visitamos nuestros clásicos: el pantano de Cueva Foradada y la sima (¡la mayor de Europa!).


Mantuve las anginas con los antibióticos y disfruté de lo lindo. Mi prima, fiel a sus vicios, durmió una monumental siesta para reponer fuerzas después de la excursión por el pantano (hay que subir más de 250 escalones). Alonso, Diego, Álvaro, Mónica y yo aprovechamos para ir a la sima.
De pronto se me activó la imaginación y les relaté la historia del dragón que habitaba en el fondo de la sima. Los niños, emocionados, me bombardeaban con preguntas.


–¿El dragón es bueno?
–Sí, claro, es tan bueno que sólo sale por la noche para que los más pequeños no se asusten.
–¿Y echa fuego?
–Sí, por las fosas nasales. Hay días que al anochecer se ve el cielo iluminado de rojo, es el fuego del dragón.
–¿Por qué se esconde?
–Porque en la Edad Media hubo un caballero que le persiguió para matarle. El dragón pasaba mucho miedo. Un día llegó a Oliete, encontró la sima y se escondió dentro de ella. El caballero desistió en su búsqueda y desde entonces el dragón no ha vuelto a cambiar de casa.
–¡Pobrecito! –musitaron los tres a la vez.
Llegamos a la sima y se agarraron a nuestras manos presos del vértigo. El agujero que surca las montañas es gigantesco y al fondo una pequeña laguna delata las aguas subterráneas. Me asomé con miedo y grité:
–¡Eco!
Los niños razonaron a toda velocidad e imitaron mis gritos.
–¡Eco, sal de ahí para que te veamos! ¡Eco, dragón Eco!
Alonso y yo sonreímos. Diego, Mónica y Álvaro encontraban indicios del dragón en cualquier esquina: creían que las cagarrutas de oveja eran del dragón y los pájaros que revoloteaban por el cielo protegían a su fantástico amigo.
Otra mañana nos fuimos al observatorio de buitres de Alacón, un fracaso. No vimos ni un solo buitre, en cambio en el camino de vuelta pudimos admirarlos en Muniesa. Las noches transcurrieron entre juegos y limpieza (¡hemos dejado la casa como los chorros del oro!). Sin darnos cuenta llegó el domingo y finalizamos nuestra agradable escapada a los recuerdos de infancia.

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