La sesión continua de Navidad ha comenzado. El miércoles, cena con mis compañeros de la sección. Por supuesto, mi jefe no se atrevió a aparecer. Tenía dos opciones: ir y cenar solo o no ir y así el resto podíamos cenar en paz y armonía. Optó por la segunda opción. Las risas se alargaron hasta las dos de la mañana. Entré en casa sigilosamente y me encerré en el baño para desvestirme y no despertar a mis hombres. Todo iba por sus cauces normales: me desmaquillé, me quité la ropa (tampoco es plan de entrar en detalles), pero cuando intenté bajar la cremallera de una de las botas. Ay, ni bajaba ni subía. Probé de todas las maneras posibles, pero no había forma de que descendiera. Entre carcajadas apagadas me puse mi mega fashion camisón y me fui a la cama con la bota puesta. Alonso roncaba. Le di un codazo y entreabrió los ojos.
–¿Qué tal la cena? –preguntó con voz somnolienta.
–Bien, pero tengo un problema.
–¿Te has dado un golpe con el coche?
–No, es que no me puedo quitar la bota.
–Pues duerme con ella.
Abrió los ojos como platos y observó mi modeli camisón con una bota y se rió de lo lindo.
–Anda, acércame tu pata a ver si lo puedo arreglar –dijo con tono socarrón.
Tras varios intentos logró que la cremallera bajara.
–Gracias, amor, te has librado de una noche de patadas con tacón.
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