"Pareces Mejuto", comentó Roberto al verme vestida de negro y con el silbato colgado del cuello. "Muy gracioso", contesté mientras observaba como un águila desde su nido que ningún polluelo se escapara. Mi concentración era extrema. Controlar a treinta niños no es tarea fácil. El motivo de tanto infante: el cumpleaños de Diego, otro clásico de mi vida.
La noche anterior preparé 30 bolsas de chuches; por la mañana: ochenta sandwichs, patatas, palomitas, canapés para los adultos... A las cuatro el maletero del familiar rebosaba de juegos, neveras, manteles, bebidas en el carrito de la compra, tartas. ¡Un show! Por fin, llegamos con toda la tropa al Juan Carlos I. Tras zamparse la merienda y soplar las velas, empezaron los juegos: carreras de sacos, el pañuelo, tirar de la cuerda (ay, ¡qué drama, algunos se rasparon las manos!), fútbol... Y yo corriendo con mi silbato de un lado para otro.
La familia también se manifestó: mis padres, mi hermano, cuñada y sobrinas... Todo genial.
Volvimos a las nueve de la noche. Sacamos los regalos: deportivas con ruedas, un enorme futbolín; camiseta, taza, estuche y bolígrafo del Real Madrid, más ropa, más juegos y pedimos una pizza. El cansancio era insostenible.
Hoy es mi cumple (¡por fin me han regalado mi súper bici!) y me toca trabajar, así descanso.
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