lunes, enero 10, 2011

No soy tan buena...

Ella era la estrella de la cocina, una más de la familia. Después de más de tres años de adopción, jamás pensé que nos la fueran a "quitar", pero sucedió. 
Durante las fechas navideñas es habitual recibir regalos, en cambio a mí me arrebataron mi préstamo, mi adorada y querida Thermomix. Su ausencia generó una depresión en todos los electrodomésticos de la casa. En una semana dejó de funcionar la Princess y la minipimer, el microondas multiplicó su descarga de rayos y el horno empezó a emitir unos extraños ruidos. 
Estresada, decidí ser buena y solventar todas mis maldades del año para ver si se apidaban de mí los Reyes Magos (uff, con lo que me gusta ser mala). Mi lista para Sus Majestades descansaba bajo un imán con forma de ballena en la puerta de la nevera. Por ahora solo había anotado dos cosas: un atornillador eléctrico de los pequeños y una lijadora -también los pedí por mi cumpleaños, pero todo el mundo optó por artículos más glamurosos. (¡Qué cosas más raras pides!, alegaron sin complacer mis deseos)-.
Para ganar puntos ante sus altezas y el gordinflón que viste de rojo, gestioné una escapada con todos mis amigos al Parque Warner (¡incluso invité al "arrebatador de mi préstamo"!).



La noche del 24 (Nochebuena, por si alguien se ha despistado), me esmeré en preparar exquisitas delicias gastronómicas (sin thermomix, que conste) para que los invitados disfrutaran de una gran velada.

Como recompensa a mi bondad, Papá Noël me trajo un precioso cuadro (1x1m), una impresora y una minipimer. Sonreí feliz, parecía que mis buenas acciones daban sus frutos. Emocionada por la explosión de regalos y la felicidad de los míos, me escapé con mis peques a dar nuestro clásico paseo por Madrid
El 31 de diciembre me sentí muy mal (tanta bondad no es buena) y mi voz me abandonó. En urgencias me diagnosticaron una afonía total, me medicaron y me prohibieron hablar. ¡Pero si hoy es Nochevieja!, intenté decir desde mi mutismo. Pese a todo la noche fue perfecta: cenamos bajo la tenue luz de las velas,  mi Alonso y los niños ─aprovechando que no les podía regañar─, contaron cientos de chistes de Jaimito (unos malos y otros peores), comimos las uvas (Álvaro, gajos de mandarina, como es su tradición) y contemplamos los fuegos artificiales.


Al cabo de dos días, nos escapamos a Cuenca. La Ciudad Encantada nos recibió con sus piedras erosionadas por la acción de la Naturaleza: el Tormo, los amantes de Teruel, el mar de piedra... El paraíso pétreo.



Después, degustamos unos zarajos, unos callos con garbanzos, un puding casero... Humm, qué dietético. 
Los nervios del cinco de enero revoloteaban por todas las habitaciones de la casa. Los Reyes estaban a punto de llegar. Diego soñaba con sus juegos para la PSP, Álvaro con su batería plana, Alonso con una nueva cámara de fotos y yo me imaginaba atornillando y desatornillando tornillos y lijando maderas. Para comprobar que Sus Majestades habían abandonado Oriente, acudimos a la Cabalgata del barrio. ¡Qué pánico!
Pese a los disparos indiscriminados de caramelos, llegamos a casa sanos y salvos. Colocamos el champán y los dulces para los Reyes; las zanahorias, el agua y el pan duro a los camellos y esperamos a que los niños se durmieran...
"¡Despertad, despertad, es la mañana de Reyes!", gritaron los pequeños a primera hora. Descendimos las escaleras y observamos con emoción la invasión de regalos, globos, confeti y guirnaldas. ¡Qué buenos habíamos sido, qué de regalos! Álvaro aporreaba feliz su batería, Diego jugaba con su PSP, Alonso disparaba desde su nueva Canon G12... En el sofá descansaban más juegos de la Wii, el balón de fútbol de la Liga, pistolas Nerf...
Sí, yo también estaba feliz con mi reloj súper chic, mi perfume, mi ropa, mis pendientes... Pero, snif, como he sido mala, no me han traído ni mi miniatornillador eléctrico ni mi lijadora... ¡Y encima me han quitado la Thermomix!


PD. ¿Tendré que ser buena este año y abandonar mi sarcástica ironía y mal genio? Uff, qué complejo.... ¡¡¡¡Seguiré siendo mala!!!, ¡¡me encanta!!

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