"Me ha dicho Esther que esta noche no bebas, que mañana debes rendir al máximo en el torneo de pádel femenino", me dijo Alonso al ver que me ponía una copita de vino blanco para la cena. Le miré ojiplática, mi mano temblorosa no supo qué hacer con la copa que sujetaba, mi voz empezó a tartamudear y una sensación de alcohólica anónima se apoderó de mí.
Me dolió. Reconozco que el primer partido de pádel lo perdimos porque la noche anterior salí hasta altas horas de la madrugada y los excesos me pasaron factura. Desde entonces, he modificado la agenda social y planifico mis salidas para los viernes. Este último acudimos al teatro con Roberto y Virgina a ver "Tócala otra vez, Sam", basada en el texto de Woody Allen e interpretada por Luis Merlo y María Barranco. Después, cenita mexicana entre "Coronitas" y unos sabrones y novedosos gin-tonics en Malevos
El sábado, día de concentración... Tanta, tanta, que me dormí agotada por el estrés. La mañana del domingo abrí mi ojo de mala leche al notar que Alonso me zarandeaba y bufé entre sueños.
─¿Qué ocurre?
─Son las once de la mañana. ¿No tenías partido a las once y media?
Las sirenas de alarma me hicieron botar de la cama y vestirme en cuatro minutos y cinco segundos. Me recogí el pelo en una coleta, tomé mi pala, un bote de coca-cola light y salí disparada de casa ante la mirada atónita del resto de la familia. Llegué con la respiración entrecortada a la pista. Esther, mi súper-compi, calentaba. Nuestras rivales, Elena y Carmen, estaban concentradas en sus perversas jugadas.
El partido fue tenso (6-3, 4-6, 2-0), pero no pudimos acabarlo en una hora (¡es lo que tiene ser tan profesional, que los juegos duran y duran, como las pilas Duracell!). El lunes, con nuestra ventaja de 2-0, nos citamos en la pista de la urbanizción de Carmen. Antes de entrar me sentí como una gladiadora que se va a enfrentar a una jauría de leones al ver la puerta enrejada. La batalla duró un instante. Elena con su saque y Carmen junto a la red nos machacaron. Esther y yo asumimos la derrota con dolor, pero, para qué negarlo, nosotras somos unas jugadoras de fondo y en cuatro puntos no podemos demostrar nuestra valía. Además, ¡solo a mí se me ocurre nadar 1.250m. por la mañana! Ay, que aspirar a profesional es muy duro y mi orgullo está muy resentido.¡Por Dios, que los Peña tenemos muy, pero que muy mal perder!
El sábado, día de concentración... Tanta, tanta, que me dormí agotada por el estrés. La mañana del domingo abrí mi ojo de mala leche al notar que Alonso me zarandeaba y bufé entre sueños.
─¿Qué ocurre?
─Son las once de la mañana. ¿No tenías partido a las once y media?
Las sirenas de alarma me hicieron botar de la cama y vestirme en cuatro minutos y cinco segundos. Me recogí el pelo en una coleta, tomé mi pala, un bote de coca-cola light y salí disparada de casa ante la mirada atónita del resto de la familia. Llegué con la respiración entrecortada a la pista. Esther, mi súper-compi, calentaba. Nuestras rivales, Elena y Carmen, estaban concentradas en sus perversas jugadas.
El partido fue tenso (6-3, 4-6, 2-0), pero no pudimos acabarlo en una hora (¡es lo que tiene ser tan profesional, que los juegos duran y duran, como las pilas Duracell!). El lunes, con nuestra ventaja de 2-0, nos citamos en la pista de la urbanizción de Carmen. Antes de entrar me sentí como una gladiadora que se va a enfrentar a una jauría de leones al ver la puerta enrejada. La batalla duró un instante. Elena con su saque y Carmen junto a la red nos machacaron. Esther y yo asumimos la derrota con dolor, pero, para qué negarlo, nosotras somos unas jugadoras de fondo y en cuatro puntos no podemos demostrar nuestra valía. Además, ¡solo a mí se me ocurre nadar 1.250m. por la mañana! Ay, que aspirar a profesional es muy duro y mi orgullo está muy resentido.¡Por Dios, que los Peña tenemos muy, pero que muy mal perder!
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