Una de las mayores dificultades que tiene cualquier superhéroe es mantener el anonimato y saber ocultarse en los actos cotidianos del día a día. Para mi transformación en Magneto-Emma debo acudir todos los días a mis sesiones de magnoterapia junto a un grupo de humanos con diversas molestias.
Los primeros días, para pasar desapercibida, abría mi Kindle y me enfrascaba en la lectura del último libro de Vargas Llosa, "El héroe discreto". Mis intentos fueron infructuosos. El grupo de imperfectos me interrogaba con cariño sobre mi pie y mis dolencias. Después de mentirles para que no me tomaran por una loca de atar con aspiraciones de superheroína, me empezaron a contar sus vidas.
Ramón, antiguo trabajador de una multinacional de carburantes, acude al centro por sus dolencias en la cadera tras una operación. Teresa sufrió un accidente en un autobús de la EMT e intenta recuperar la movilidad en su mano. María repite sus sesiones de ultrasonido porque aún siente dolores en las lumbares. Javier se esfuerza en que su rodilla vuelva a su ser para entrenar a sus equipos de fútbol... Cada humano tiene su historia y al final, para qué negarlo, nos saludamos con cariño cada mañana y relatamos nuestros avances. Incluso hay días que alguien lleva una bandeja de queso curado o mojama para animar a los dolientes y celebrar alguna onomástica.
Entre tanto imperfecto hay dos perfectos: Álvaro y Miriam, los fisioterapeutas que miman a tanto deshecho.
Álvaro, que está a punto de irse a vivir con su novia, logra relajar mi tensión masajeando mi pie izquierdo. Miriam acaba de celebrar su segundo aniversario con su novio. No lo sé por mis superpoderes sino porque el otro día recibió un enorme ramo con una docena de rosas rojas y un mensaje que no nos leyó por rubor.
En fin, me parece que cuando me convierta en Magneto-Emma los echaré de menos.
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