Fotogramas de mi vida |
Hay regalos que nunca se olvidan. En 1984, cuando cumplí 14 años, mis padres me invitaron a comer a un restaurante chino de la calle Ibiza. El color rojo dominaba la decoración del local, las paredes sostenían cuadros de mujeres vestidas con kimono, del techo colgaban farolillos con borlones rojos y la vajilla lucía flores de loto. El sushi aún no había aparecido en nuestras vidas, entonces el menú se componía de rollitos de primavera, pollo con almendras, arroz tres delicias y de postre, nata con nueces. La emoción me impedía saborear con placer. Solo deseaba que llegaran las cuatro y media de la tarde para completar mi regalo: ¡ir al cine a ver una película para mayores de 14 años!
Entré en la sala con sabor a salsa agridulce y de pronto me sentí mayor, como si la visión de aquella película me obligara a abandonar la infancia y me empujara a la temida adolescencia.
Me senté en la butaca, se apagaron las luces y me sumergí en el auténtico miedo de la mano de Spielberg, su espiritual "Poltergeist" y su terrorífico"¡ya están aquí!".
Antes de ser mayor, recuerdo mi dolor en "Campeón" al oír al niño de pelo rubio gritar desgarrado "¡Papá, despierta, por qué no te despiertas!", los llantos desconsolados junto a mis primos en una película sobre el Yeti y las palomitas que tomaba cuando sonaba en el descanso "¡Movierecord! Visite nuestro bar"
La gran película de 1982 fue "ET". Después de largas colas, mis padres consiguieron entradas para el primer día. A mi lado se sentó Luis, el hijo de unos amigos suyos y mi pasión de los 12 años. Conseguí mantener la compostura hasta el final, cuando Elliot se despidió del extraterrestre. En ese instante mis grifos lacrimales jarrearon infinitas lágrimas, el hipo me dominó y la congestión enrojeció mi cara como si fuera un tomate de ensalada. "¡Tierra trágame!", rogué cuando encendieron las luces.
"A partir de ahora podrás ir a la cárcel", escuché al cumplir 18 años, pero esa tarde me fui con mi amiga María y nuestros corazones enamoradizos a ver "Darty dancing" y deseé algo que nunca he conseguido: bailar como los protagonistas.
La adolescencia me trasladó a la época de los subtítulos en los Renoir, Alphaville... un nuevo estilo de cine: "Reservoir Dogs", "Delicatessen", "Azul", "Clerks", "Tacones lejanos", "El silencio de los corderos" y las cervezas en los bares.
Con"Frenético" (1988) y mi adorado Harrison Ford descubrí el placer de la soledad frente a una pantalla. Una escapada conmigo misma que siempre me ha gustado alimentar.
─¿Dónde vas con tanta prisa?─, me preguntó un chico al salir del trabajo hace más de veinte años.
─Al cine.
─¿Has quedado con tus amigos?
─No, voy sola.
Me miró extrañado.
─¿Te puedo acompañar?
─Claro, si te gusta Woody Allen. Voy a ver "Misterioso asesinato en Manhattan"...
Aquel chico se subió a mi calabaza, mi antiguo coche, compartió mi soledad cinematográfica y con el tiempo el cine nos unió, pero... esa es otra historia.
Cine, más cine, por favor.
P.D.: Mis padres son únicos, especiales, nada tradicionales, singulares, pero siempre nos han inculcado grandes placeres: el cine, los viajes, los libros, el buen comer, la música... Mil gracias.
Antes de ser mayor, recuerdo mi dolor en "Campeón" al oír al niño de pelo rubio gritar desgarrado "¡Papá, despierta, por qué no te despiertas!", los llantos desconsolados junto a mis primos en una película sobre el Yeti y las palomitas que tomaba cuando sonaba en el descanso "¡Movierecord! Visite nuestro bar"
La gran película de 1982 fue "ET". Después de largas colas, mis padres consiguieron entradas para el primer día. A mi lado se sentó Luis, el hijo de unos amigos suyos y mi pasión de los 12 años. Conseguí mantener la compostura hasta el final, cuando Elliot se despidió del extraterrestre. En ese instante mis grifos lacrimales jarrearon infinitas lágrimas, el hipo me dominó y la congestión enrojeció mi cara como si fuera un tomate de ensalada. "¡Tierra trágame!", rogué cuando encendieron las luces.
"A partir de ahora podrás ir a la cárcel", escuché al cumplir 18 años, pero esa tarde me fui con mi amiga María y nuestros corazones enamoradizos a ver "Darty dancing" y deseé algo que nunca he conseguido: bailar como los protagonistas.
La adolescencia me trasladó a la época de los subtítulos en los Renoir, Alphaville... un nuevo estilo de cine: "Reservoir Dogs", "Delicatessen", "Azul", "Clerks", "Tacones lejanos", "El silencio de los corderos" y las cervezas en los bares.
Con"Frenético" (1988) y mi adorado Harrison Ford descubrí el placer de la soledad frente a una pantalla. Una escapada conmigo misma que siempre me ha gustado alimentar.
─¿Dónde vas con tanta prisa?─, me preguntó un chico al salir del trabajo hace más de veinte años.
─Al cine.
─¿Has quedado con tus amigos?
─No, voy sola.
Me miró extrañado.
─¿Te puedo acompañar?
─Claro, si te gusta Woody Allen. Voy a ver "Misterioso asesinato en Manhattan"...
Aquel chico se subió a mi calabaza, mi antiguo coche, compartió mi soledad cinematográfica y con el tiempo el cine nos unió, pero... esa es otra historia.
Cine, más cine, por favor.
P.D.: Mis padres son únicos, especiales, nada tradicionales, singulares, pero siempre nos han inculcado grandes placeres: el cine, los viajes, los libros, el buen comer, la música... Mil gracias.