sábado, marzo 19, 2016

Runners vs. paseadores de perros

Sé que con esta entrada en el blog voy a despertar la ira de muchos amigos deportistas que corren cual gacelas por las calles y parques de Madrid, que sudan la gota gorda preparándose para alguna maratón y cuidan su cuerpo con dedicación. En el fondo les envidio. Las pocas veces que he intentado practicar el running me he zambullido de cabeza en el ridículo por mi congestión (me pongo roja como un gazpacho), mi respiración estilo Darth Vader por mi incipiente ataque de asma y mis lorcillas bailando a ritmo de samba. Lo reconozco, tiré la toalla pero me convertí en una caminante profesional. Todos los días paseo un mínimo de hora y media con paso acelarado, estilo y glamour. Antes podía remolonear en la cama y fallar alguna vez a mi compromiso, pero desde que tengo a Yoda, mi pequeña schnauzer miniatura, no hay excusa posible.
Nuestros paseos rozan la perfección hasta que aparece un ser trotando con camiseta fosforita, zapatillas brillantes y unas mallas ajustadas en los muslos. Mi perra observa su presa, prepara la posición y sale en estampida tras el extraterrestre fosforito que ha invadido el pinar, tras ese conejo sin orejas puntiagudas pero más veloz que el correcaminos, la presa perfecta. Mi corazón palpita, grito Yoda, la tiento con una cuantas chuches, pero el amor es ciego y ella solo tiene ojos para el extraterrestre.
A ver, queridos runners, ¿es necesario que vistáis con esos modelos multicolores tan espantosos? ¿No os importaría llevar un silbato para avisar de vuestra presencia y así sujetar con antelación a mi perra y evitar mi posible paro cardíaco? En fin, queridos runners, debemos admitir que nuestro amor es imposible.

jueves, marzo 10, 2016

Facebook ya no es lo que era...


Imaginad: Madrid, mayo de 2008 ─como decía la abuelita de la mítica serie "Las chicas de oro"─, aquel año creé mi cuenta en Facebook, cuando la red social en España acababa de desembarcar y poca gente se había conectado. Recuerdo que mi grupo de amigos era de treinta y dos personas y entonces me parecía una barbaridad. En aquella época los muros sí que eran personales: fotos del verano, familiares, fiestas, viajes, eventos sociales... En mi caso, muchas imágenes y enlaces a mi diario-blog para que mis amigos accedieran con facilidad. Poco a poco Facebook aumentó su tamaño. Con ilusión descubrí personas del pasado, amigos que había perdido... El tiempo pasó y mi cuidado sobre lo que publicaba se incrementó para intentar proteger la intimidad de mi gente. Alguna entrada de mi blog levantó ampollas en conocidos más o menos cercanos e inevitablemente implanté mi propia autocensura. De la auténtica libertad pasé a un mínimo control sobre lo que escribía en el blog o las fotos que publicaba en Facebook. Respecto a mi imagen o mi forma de ser no me contuve: siempre me he reído de mí misma y no pienso cambiar (si alguien se ofende tiene la absoluta libertad de dejar de seguirme o bloquearme)
Desde hace unos meses barajo la idea de abandonar Facebook porque no se ajusta a los principios de su inicio. Seré sincera: me harta ver en los muros las propuestas políticas del partido afín de cada persona (¡no me interesa!), estoy hastiada de las frases de Paolo Coehlo, Pablo Neruda o Mario Benedetti que se repiten semana a semana; me dan mucha pena los niños con enfermedades o desaparecidos pero siempre dudo de la veracidad; no soporto que me pidan firmar cada dos por tres por una causa en change.org; me irrita que a través de las cookies detecten mis gustos y me bombardeen con cientos de anuncios... En fin, que la red social Facebook se ha convertido en una red política, poética o publicitaria y reconozco que me cansa. Aunque, como todo, aún mantiene parte de su encanto.
Seguiré pensando...

viernes, marzo 04, 2016

Tengo un don (que no un dron)

Cada persona tiene un don, un arte que lo caracteriza y hace genial. No pienso echarme flores, ni enumerar las cosas que hago bien, ni explicar mis habilidades adquiridas a lo largo de más de cuarenta años, pero hay una característica en mi ser que me hace si cabe más especial. No es fácil realizarlo con mi estilo y glamour (repito, he tardado años en perfeccionar mi técnica). Lo confieso: soy una experta en caerme al suelo. Sí, tal y como suena. Mi no parar se paraliza cuando me estampo. Oye, que no todo el mundo puede hacerlo con mi gracia y estilo. Que hoy por ejemplo he pisado mal con el pie izquierdo, me he caído y me he rebozado cual croqueta por el césped del pinar bajo la mirada atenta de Yoda, mi schnauzer miniatura. Por suerte, que siempre es de agradecer, no había público para aplaudir mi hazaña. Eso sí, con mi súper estilo me he levantado, he sacudido la tierra de mis mallas, colocado la coleta de mi pelo y he continuado con dignidad, como si fuera la reina de los pinos. Ay, hacía tanto tiempo...

Enlaces con mis caídas ilustres: