sábado, marzo 19, 2016

Runners vs. paseadores de perros

Sé que con esta entrada en el blog voy a despertar la ira de muchos amigos deportistas que corren cual gacelas por las calles y parques de Madrid, que sudan la gota gorda preparándose para alguna maratón y cuidan su cuerpo con dedicación. En el fondo les envidio. Las pocas veces que he intentado practicar el running me he zambullido de cabeza en el ridículo por mi congestión (me pongo roja como un gazpacho), mi respiración estilo Darth Vader por mi incipiente ataque de asma y mis lorcillas bailando a ritmo de samba. Lo reconozco, tiré la toalla pero me convertí en una caminante profesional. Todos los días paseo un mínimo de hora y media con paso acelarado, estilo y glamour. Antes podía remolonear en la cama y fallar alguna vez a mi compromiso, pero desde que tengo a Yoda, mi pequeña schnauzer miniatura, no hay excusa posible.
Nuestros paseos rozan la perfección hasta que aparece un ser trotando con camiseta fosforita, zapatillas brillantes y unas mallas ajustadas en los muslos. Mi perra observa su presa, prepara la posición y sale en estampida tras el extraterrestre fosforito que ha invadido el pinar, tras ese conejo sin orejas puntiagudas pero más veloz que el correcaminos, la presa perfecta. Mi corazón palpita, grito Yoda, la tiento con una cuantas chuches, pero el amor es ciego y ella solo tiene ojos para el extraterrestre.
A ver, queridos runners, ¿es necesario que vistáis con esos modelos multicolores tan espantosos? ¿No os importaría llevar un silbato para avisar de vuestra presencia y así sujetar con antelación a mi perra y evitar mi posible paro cardíaco? En fin, queridos runners, debemos admitir que nuestro amor es imposible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario