Me gustaría ser culta, pero no lo soy. Por lo menos no soy tan culta como algunos que me rodean: auténticos culturetas que introducen con soltura y un poco de impertinencia a grandes literatos, artistas y filósofos en cualquier conversación matutina mientras mi cabeza adormilada es incapaz de decidir qué botón seleccionar de la máquina de la cafetería: ¿pan de pipas (bomba calórica) o galletas integrales (aburrimiento gastronómico)? No soy culta, pero soy una auténtica amante de las palabras: me enloquece descubrir, sin buscarlo, términos que me hipnotizan.
Esta semana me he enamorado del vocablo amuseparse (entristecerse y sentir melancolía, generalmente por nostalgia de su tierra natal). Tal vez sea por culpa de las nubes grises o del ambiente oscuro de mi Madrid, pero desde mi último hallazgo me siento tan amusepada como una marsopa o una marmota. El paso del tiempo, la vida que se escapa sin que uno se dé cuenta, los recuerdos del pasado o la afonía que me ha incomunicado durante un día han desatado mi musepo (tristeza, melancolía).
¡Pero ya no puedo más! Y mira que lo intento... Ay, con lo que me gustaría ser una mujer lánguida, seria y etérea (vaga, sutil, vaporosa). De verdad que ensayo todas las mañanas frente al espejo, pero de pronto me imagino con mi musepo vestida de marsopa y no soy capaz de controlar mi ataque de risa. Fatal, pero que muy mal: ni cultureta, ni melancólica, ni seria. Lo admito, más que culta soy una marsopa.
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