Que levante la mano quien tenga un perro y no haya salido a la calle en pijama escondido bajo el abrigo.
Lo sé, pillines, todos habéis caído en la trampa porque en el momento en que nuestro amor de cuatro patas salta sobre la cama o invade el sofá para reclamar nuestra atención a cierta hora del día sabemos lo que quiere. Sí, aunque haga un frío que congele los huesos, nuestro perro quiere salir a hacer sus necesidades, correr y relacionarse con otros congéneres... La pereza nos intenta apalancar, pero el achuchón canino nos obliga a levantarnos. Te miras y dices, ¡menudas pintas! Sí, una malla gris de pantalón, una camiseta tres tallas mayor que la tuya pero que te hace sentir en la gloria, unos pantuflos con el dibujo de un pingüino... ¡Totalmente impresentable! De pronto descubres tu plumas colgado detrás de la puerta y sabes que es el mejor camuflaje. Te embutes en él, llamas al perro, abres la puerta de la calle, un gélido viento frío congela la punta de tu nariz, enfrascas los rizos bajo el gorro de lana y ruegas a la santísima trinidad y todos sus ángeles que no aparezca ningún conocido, por favor, por favor, que hoy no es el día para hacer relaciones ni saludar a los vecinos.
Quien tenga perro y no haya salido en pijama a la calle, ni tiene perro, ni tiene vergüenza, ni tiene mascota. ¡Confiesa canalla!
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