miércoles, mayo 17, 2006

En campo enemigo

Desde que llegó el capullo de mi jefe, me toca trabajar un fin de semana de cada cuatro. Esta situación me tensa. No es por el trabajo, al contrario, no tengo mucho que hacer y me dedico a navegar por internet o a cotorrear con mis compis, sino por la situación casera: Alonso se queda ejerciendo de padre durante más de cuatro horas y se masca la tensión. Sin embargo, el pasado sábado al llegar a casa todo estaba en calma. Álvaro aún dormía y Diego estaba abducido por Jimmy Neutron. Tanta relajación me animó. Llamé a Sandra y quedamos en pasarnos por su casa.
Los peques estaban felices. Salieron al jardín y jugaron con Lucía y Jorge.
Sebastián, el marido de Sandra, estaba tenso (claro, había ido al Hipercor con los niños y esa prueba de fuego quema a cualquiera) y se alió con Juan Fran para hacer un frente común contra los retoños.
-Sois unos exagerados- comenté antes de oír un terrorífico grito.
-¡¡¡Mamáaaaa, la pelota se ha caído a la calle!!!- gritaron Lucía y Diego.
Sandra y yo miramos con amor a nuestros maridos y se fueron a recoger el balón.
Antes de que volvieran, la pelota se había salido de nuevo a la acera.
-¡¡Qué pesaditos!!- rugieron Alonso y Sebastián.
La situación se estaba complicando y decidimos ir a cenar al restaurante del Real Madrid.

Para nuestra desgracia o nuestra fortuna, sólo quedaban dos mesas separadas. Así que felices y optimistas depositamos a las joyas de la corona en una mesa y acotamos la otra para los mayores de treinta años.
-Diego, no me pegues- suplicó Lucía.
-Oye, Lucía, no seas chivata, tú me estás amenazando- contestó Diego.
-¡¡Vale ya!!- gritamos los treintañeros (esto lo pongo para animarnos, pero alguno ya está en la cuarentena y los otros estamos a puntito...)
-¡¡¡Jorge!!!- aulló Sandra.
Miramos alrededor en busca de Jorge, pero no estaba.
Sandra y Sebastián se levantaron presos de un ataque de nervios (incluso pensé que les había tocado el súper bote de la primitiva). Corrieron entre las mesas y por fin descubrieron al pequeño admirando desde el cristal el campo del Madrid.
-Esto no hay quien lo aguante- comentó Sebastián al sentarse- Huy, ¿qué hay debajo de la mesa?.
-Es Álvaro. Ten cuidado no le vayas a abrir la crisma- contesté mientras comía un delicioso revuelto de gambas.
-Veis- argumentó Juan Fran- A mí esto me parece insoportable y sin embargo a Emma le parece de lo más normal.
-Alonso, reconoce que no se están portando tan mal- constesté dando un sorbo a la cerveza.
-No, se están portando de maravilla: Jorge hace carrera de obstáculos entre las mesas, Álvaro limpia con su barriga el suelo del local y Diego y Lucía no se han matado porque les hemos quitado los tenedores y los cuchillos. Quitando esos pequeños detalles...
-Juan Fran, tienes toda la razón. Esto es insoportable- dijeron Sandra y Sebastián apoyando la moción de Juan Fran.
En ese momento noté como me hundía en el sofá. No sólo estaba en el campo enemigo, el Bernabeú, sino que además se había creado una alianza para apoyar a mi marido.
-Miradles ahora qué tranquilos están- rogué con dulzura.

No sé cómo pero los cuatro terremotos estaban sentados en su sitio y Diego y Lucía contaban el cuento de los Tres Cerditos a los pequeños.
-Aprovechemos para comer- sugirió Sebastián.
-¡¡¡¡CHIST, CHIST, CHIST, CHIST!!!- gritó un hombre de otra mesa.
Miramos presos de la curiosidad. ¿Qué ocurrirá?, pensamos todos al unísono y observamos al viejecillo con cara amargada que hacía callar a.... A NUESTROS HIJOS.
La indignación nos invadió a los cuatro de golpe.
-¡Será imbécil! Ahora los niños no están dando la lata. Además, si quiere una cena tranquila que no venga a un restaurante con menú infantil- vociferó Sebastián.
Por fin vi la luz al final del túnel. Gracias a un impresentable había conseguido la unión de todos los padres. Ahora nuestra misión era vengarnos del amargado de la mesa de al lado.
La venganza es un plato que se sirve frío. Dejamos que transcurrieran los minutos. Y, de pronto, escuchamos como empezaban a cantar el cumpleaños feliz a voz en grito.
Giramos los cuatro la cabeza, contemplamos la procedencia de la canción y...
-¡¡¡¡CHIST, CHIST, CHIST, CHIST!!!-aullamos los cuatro con fuerza al amargado que entonaba el "te deseamos todos...".
-¡Qué sinvergüenza! Primero hace callar a nuestros retoños y ahora va él y se pone a cantar- comentó Sandra.
Un silencio invadió el restaurante. Todos miraban al triángulo de las Bermudas (nuestras dos mesas y la del amargado, triángulo perfecto)a la espera de que alguien comenzara la guerra. Los niños no se movían, yo agarré el vaso de agua y tuve la tentación de tirárselo por encima, pero tras un disparo de miradas mantuvimos la compostura.
-Será mejor que nos vayamos. Los peques se están quedando dormidos- dijo Juan Fran.
La zona de copas del local nos llamaba a gritos. Aún no sé cómo, pero aguantamos la llamada del alcohol.
-La próxima, sin niños- afirmó Sebastián.
-¡¡¡Nooooo!!!-imploraron los peques- ¡Nosotros queremos ir con vosotros!.
-Por cierto, Emma, ¿a ti no te sobraron lexatines?- preguntó Sebastián soltando una gran carcajada.- Otra noche les dopamos y nos tomamos unas copitas.
-Cojonudo, Montero, cojonudo- aplaudió Alonso.

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