viernes, mayo 26, 2006

Secuestro en el jardín

Miércoles. Día de cierre (de los antiguos, aquellos que me quedaba hasta altas horas de la madrugada y que mi jefe, que me quiere mucho, ya no me permite hacer para que mi cuerpo luzca lozano). Suena el teléfono.
-Buenas tardes, le paso una llamada. Preguntan por usted- dijo la telefonista con voz de megáfono del Corte Inglés.
-Muy bien. Gracias- contesté como una autómata temiendo que los de la imprenta tuvieran problemas con alguna página del suplemento.
-Hola, eres Emma- preguntó una voz desconocida.
-Sí-.
-Mira no me conoces. Ante todo no te asustes- al oír esto mi cuerpo empezó a temblar- Soy la vecina del chalet de enfrente de tu casa y mi hijo acaba de ver por la ventana que la cuidadora de tu hijo está encerrada en el jardín y Diego está solo dentro de casa.
-¡¡¡Quéee!!!- sollocé desesperada.
-Parece ser que Diego ha cerrado la puerta del jardín con llave y ahora no puede abrirla. La chica me ha gritado el teléfono de tu trabajo y me ha pedido que te llamara para que fueras a liberarla. Por favor, no te asustes y ven lo más rápido posible.
-Gracias- dije mientras colgaba y salía escopetada del periódico.
Jamás tardé tan poco en hacer el recorrido hasta casa. Conducía y lloraba a la vez imaginando todas las cosas que era capaz de hacer Diego. "Y si abre la puerta y se va de casa; y si abre el armario de los productos de limpieza y se bebe la lejía; y si se cae por las escaleras; y si mete los dedos en un enchufe..." pensaban mis neuronas cinéfilas.
Abrí la puerta con gran ímpetu, corrí a la cocina y admiré el espectáculo. Diego, subido en la encimera, sacaba su mano por la pequeña ventana mientras Ana le sujetaba desde el jardín subida a una escalera para evitar que se cayera.

Abracé a Diego como si hiciera un año que no le veía y empecé a reír histéricamente.
-Perdona, mamá, no quería hacerlo.- musitó entre lágrimas.
-Lo sé, cielo, no te preocupes- contesté mientras abría la puerta del jardín- Ana, ¿qué ha ocurrido?
-Diego tiene razón. No ha sido su culpa. Ha cerrado la puerta y se ha caído el picaporte, no había forma de entrar.
Alcé la vista y vi a mis vecinos que aplaudían la hazaña.
-¡¡Muchas gracias!!- les grité como si vivieramos en la clásica corrala italiana que se comunican a voz en grito.
-De nada. ¿Están todos bien?- vociferó la madre del chalet de enfrente.
-¡Sí, sólo ha sido un susto! Están todos sanos.
-Nos alegramos- gritaron mientras cerraban su ventana.
Entramos en casa y nos abrazamos como si hubiésemos vivido un secuestro terrorista.
Al día siguiente vino el cerrajero.
-Señora, nunca había estado en una casa con tantas puertas rotas- exclamó con cara de sorpresa.
-Ya ve- contesté secamente.¡Cómo le iba a explicar que mi hijo de cuatro años era el causante de las cuatro puertas rotas!
-Si yo le contara...- murmuró JuanFran mientras abría la hucha de Diego.

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