Marta, la madre de Daniel, me pidió que el jueves fuera a ayudarla a organizar el cumpleaños de su hijo.
-¡Cómo no! -contesté-, además te dejo los sacos de obra para hacer carreras de sacos. A las seis, después de salir del periódico, me paso por tu casa.
-Vale, te espero a esa hora.
Por el jardín de la urbanización corrían despavoridos los habituales: Alejandro, Enrique, Quique, Diego... Y, ¡o no!, el hijo del gilipollas, bastante pato, por cierto.
Tragué saliva y pensé, pobre niño, él no tiene culpa de tener ese padre. Así que, como es habitual en mí, fui encantadora.
Tras agotar las energías jugando al pañuelo, los sacos, fútbol, carreras... Nos fuimos con toda la tropa al McDonald´s. Diego y Álvaro se sentaron junto a Alejandro, Borja, Alberto y David (el hijo de... Y, además, superdotado). Estuve pendiente de todos sus deseos y apetencias gastronómicas. Antes de tomarse el postre e irse a jugar al sitio de bolas, "el hijo del..." levantó la mirada y me preguntó:
-¿Cuántos años tienes?
Pregunta impertinente pero comprensible en un niño. Como el chaval en cuestión es súperdotado decidí poner a prueba su inteligencia.
-Si sumas las dos cifras el resultado es diez.
-Treinta y seis- contestó antes de que pasara un segundo.
-Casi, tengo treinta y siete.
-Pues para la edad que tienes te conservas muy mal, con perdón -dijo el imbécil, claro, que siendo hijo de quien es...
Contuve mis ganas de darle un sopapo (¡que me costó!), miré alrededor, vi Diego y su grupo de amigos discutiendo sobre los pokémon, las técnicas de los asaltantes de Pressing Catch y sonreí al comprobar que mi hijo, por suerte, no es súperdotado y vive a sus ocho años una maravillosa infancia y no es capaz de valorar si una persona aparenta más o menos años (que no es mi caso, que conste).
-¡Cómo no! -contesté-, además te dejo los sacos de obra para hacer carreras de sacos. A las seis, después de salir del periódico, me paso por tu casa.
-Vale, te espero a esa hora.
Por el jardín de la urbanización corrían despavoridos los habituales: Alejandro, Enrique, Quique, Diego... Y, ¡o no!, el hijo del gilipollas, bastante pato, por cierto.
Tragué saliva y pensé, pobre niño, él no tiene culpa de tener ese padre. Así que, como es habitual en mí, fui encantadora.
Tras agotar las energías jugando al pañuelo, los sacos, fútbol, carreras... Nos fuimos con toda la tropa al McDonald´s. Diego y Álvaro se sentaron junto a Alejandro, Borja, Alberto y David (el hijo de... Y, además, superdotado). Estuve pendiente de todos sus deseos y apetencias gastronómicas. Antes de tomarse el postre e irse a jugar al sitio de bolas, "el hijo del..." levantó la mirada y me preguntó:
-¿Cuántos años tienes?
Pregunta impertinente pero comprensible en un niño. Como el chaval en cuestión es súperdotado decidí poner a prueba su inteligencia.
-Si sumas las dos cifras el resultado es diez.
-Treinta y seis- contestó antes de que pasara un segundo.
-Casi, tengo treinta y siete.
-Pues para la edad que tienes te conservas muy mal, con perdón -dijo el imbécil, claro, que siendo hijo de quien es...
Contuve mis ganas de darle un sopapo (¡que me costó!), miré alrededor, vi Diego y su grupo de amigos discutiendo sobre los pokémon, las técnicas de los asaltantes de Pressing Catch y sonreí al comprobar que mi hijo, por suerte, no es súperdotado y vive a sus ocho años una maravillosa infancia y no es capaz de valorar si una persona aparenta más o menos años (que no es mi caso, que conste).
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