jueves, marzo 27, 2008

Semana Santa 2008. Animales II



Los gritos de Álvaro a primera hora de la mañana solicitando su biberón me hicieron saltar de la cama. Mientras se calentaba la leche en el microondas observé por la ventana como el sol dominaba a las nubes. Desayunos, unos pocos deberes, vestir a los niños y, por fin, a la calle. En el parque nos encontramos con Ángeles y sus hijos. Al final, volví a casa con cuatro niños, les senté a comer y batallamos un poco. ¡Jo, mamá, por qué tenemos que comernos las judías verdes!, refunfuñó Diego. Porque lo digo yo, argumenté con un razonamiento aplastante.
El sol seguía luciendo. Chicos, nos vamos de paseo, impuse para lograr que los mayores no se engancharan a la Nintendo. Kaos, empezó a mover el rabo emocionado y los niños corrieron a por todos sus aparejos. El espectáculo al salir de casa era muy cómico: Diego, Alejandro y Álvaro con sus bicicletas, Cristina con su monopatín y yo arrastrada por Kaos. Hasta que llegamos al camino de tierra, corrí como una loca detrás de Álvaro que se cree Induráin y aún no es consciente del peligro de los coches.
El paseo comenzó tranquilo. Los niños pedaleaban felices, Cristina a duras penas podía mover el monopatín y Kaos me suplicaba que le soltará. No, Kaos, ya sabes que a mí me da miedo, le dije pensando que me entendía. Álvaro paró su bici y gritó: ¡mamá, hay dos vacas sueltas o dos toros, no lo sé! Bueno, contesté, pues en vez de ir a ver a la vaca Avelina cogemos el camino de Alpedrete.
Al cabo de diez minutos, empezaron las quejas:
-Jo, mamá, hace mucho calor, ¿me puedes llevar el abrigo? -suplicó Diego.
-El mío también, por favor -pidió Alejandro.
-Emma, y a mí me puedes llevar el monopatín -rogó Cristina.
Anduve con dos abrigos, un monopatín y el perro durante cinco minutos. El sudor caía por mi frente y mis energías se iban agotando.
-Chicos -grité- hay que buscar un escondite para guardar todos estos trastos y a la vuelta los recuperamos.
Depositamos todo bajo unos matorrales y continuamos con el paseo. Diego y Alejandro se distanciaron de nosotros. Álvaro, a dos metros míos, cayó de su bici. No sé por dónde apareció, pero de pronto un enorme perro negro salvaje se interpuso entre nosotros. Se acercó a Álvaro, que empezó a llorar aterrorizado, y le olisqueó.
-Álvaro, tranquilo -supliqué con la histeria por dentro-, que no note que estás nervioso.
Cristina se aferró a mis piernas con sus ojos llorosos.
El perro se separó un poco de mi hijo y no me lo pensé dos veces: solté a Kaos y confíe en él. No me defraudó: ladró como un loco al perro invasor, enseñó sus fauces, le mordió y el perro salvaje corrió por el monte con el rabo entre las patas.
Álvaro lloraba, Cristina lloraba y yo aguantaba mis ganas de llorar. Relatamos a los mayores nuestra "aventura terrorífica con el perro negro de ojos rojos" (según los pequeños) y decidimos volver a casa y recuperar nuestros "tesoros escondidos".
-¡¡No, mamá!!, por ese camino no -balbuceó Álvaro.
-¡¡No, Emma, qué miedo!! -lloró Cristina.
-Está bien, no os preocupéis seguiremos por este camino aunque sea más largo, llegaremos a casa y ya veré cómo recupero los "tesoros" -expliqué para calmarles.
Al cabo de un kilómetro, el perro salvaje se plantó en nuestro camino. Kaos ladró desesperado, los niños balbucearon su pánico y mi estrés me rizó aún más el pelo.
-Tranquilos, chicos -susurré- vamos a volver por el atajo que ha utlizado el perro y así no nos podrá hacer nada.
Despacio, muy despacio, aceleramos el paso y nos colamos por el pequeño hueco que había en el vallado, metimos las bicis y corrimos campo a través, tropezamos, corrimos y por fin vimos al perro salvaje muy alejado de nosotros. Me di un chute de ventolín para evitar el ataque de asma nervioso, sonreí y exclamé: "venga chicos, vamos a recuperar nuestro tesoro". Los niños respiraron tranquilos, abrazaron a Kaos y le dijeron con ternura: "Kaos, eres nuestro héroe, nos has salvado la vida".

Cuando se lo conté a Juan Fran suspiró: "Emma, a ti siempre te ocurren unas cosas rarísimas"

PD: En esta ocasión no pude realizar el reportaje gráfico. El miedo me lo impidió.

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