El uno de junio Diego se fue emocionado al campamento. Se sentó en el asiento trasero del autobús junto a sus tres amigos (Alejandro, Daniel y Rubén) y se despidió con una amplia sonrisa en su rostro y la ilusión guardada en la mochila. A media tarde llamó. "Mamá, esto es genial y la comida está riquísima". Hasta el quinto día no volvería a saber de él. El sábado me levanté y no me separé del móvil. Nadal batallaba contra Federer y Alonso y yo contra los nervios. Por fin un ring, ring nos hizo saltar del sofá. Descolgué a toda velocidad.
-¡Hola Diego, mi amor!, ¿qué tal te lo estás pasando?
Entre lloros escuché su voz.
-Mamá, te quiero mucho y te echo mucho de menos... Quiero estar contigo.
Aguanté mi llanto.
-Pero Diego si estás con todos tus amigos, si te he hemos apuntado al campamento multiaventura para que disfrutes y te los pases de maravilla.
-Ya lo sé, pero te echo de menos, quiero estar con vosotros. Me acuerdo mucho de ti, de papá, ¡incluso de Álvaro!
-Cielo, no llores, no quiero que sufras... Además, allí tienes tirolinas, piraguas, tiro con arco...
-Ya, pero las clases de inglés no me gustan. Sólo quiero estar con vosotros.
-Pero si estás con tus amigos...
-Ya, pero todos lloramos mucho. Mamá, te paso a mi monitora, que quiere hablar contigo.
-Hola Emma, soy la monitora de Diego, me imagino que estarás un poco preocupada por cómo está tu hijo.
-No, estoy bastante preocupada.
-Estate tranquila, Diego se lo está pasando muy bien, participa en todas las actividades, se va relacionando con el resto de los niños... Pero a última hora del día es cuando se pone un poco triste, pero te aseguro que está muy bien. A los nervios de hoy por hablar con vosotros hay que unirle el ataque de gastroenterintis que han sufrido casi todos los niños del campamento por un virus. Nuestro médico les ha administrado un jarabe y ya están mucho mejor...
-No sé, pero desde luego no me quedo muy tranquila. Hemos mandado a Diego al campamento para que sea feliz y viva nuevas experiencias, no porque no supiéramos qué hacer con él durante estos quince días, así que te pido por favor que si ves que Diego está mal, que no se anima o que está sufriendo, me avises para ir a buscarle inmediatamente.
-No te preocupes, te mantendré informada y estate tranquila, ya os comenté que la llamada del quinto día es la más dura. Te paso con Diego.
-Mamá, os echo de menos.
-Mi vida, y nosotros a ti. Ya te dije que esto iba a ocurrir, pero debes disfrutar. ¿Quieres hablar con papá?
-Sí, por favor.
Habló con su padre, con su hermano y de nuevo conmigo. Su tono de voz mejoraba por momentos y relataba pequeñas anécdotas. Nos despedimos entre lloros, besos y una montaña de "te quiero mucho".
-¿Qué hacemos, Alonso?- sollocé en el jardín de Guadarrama.
-Esperar. ¿Qué quieres hacer tú?
-Pues estoy por irle a buscar...
-Emma, no dramatices... Los chavales nos están haciendo presión psicológica, es como cuando empiezan el colegio y no paran de llorar.
-Ya, pero jamás pensé que Diego lo fuera a pasar mal con lo sociable que es.
-Sí, pero ten en cuenta que es la primera vez que se separa de nosotros y lo tenemos muy mimado.
Valoramos los aspectos positivos y negativos y decidimos esperar.
Ahora vivo mi psicodrama particular: mis nervios por saber si estamos actuando bien, si hemos hecho lo correcto al mandarle al campamento (¡tenía tanta ilusión!), las conversaciones cruzadas con el resto de las madres, mi angustia nocturna y mi deseo de que llegue mañana para hablar con mi adorado hijo y ver qué tal se encuentra y cómo se lo está pasando.
P.D.: Álvaro, en cambio, disfruta con su posición temporal de "hijo único" y se emociona cada mañana al ir al campamento de día de Guadarrama. ¡Menos mal!
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