... las fotos de la boda de Antonio y Marta. En breve, el relato...
domingo, noviembre 23, 2008
viernes, noviembre 21, 2008
Todo listo
Soy insoportable, lo sé desde hace tiempo y hay momentos en los que no me aguanto ni yo. Estaba muy tranquila ante el próximo enlace de Antonio y Marta: el vestido colgaba en su percha, los complementos en el primer cajón y los zapatos en el armario. Todo estaba listo cuando de pronto mis neuronas empezaron a bailar por mi cerebro y a hacerme dudar. ¿Seguro que vas bien con un traje corto? Y la pregunta me machacaba sin piedad, ahuyentado mi sueño.
Por suerte, mi madre que me conoce como si me hubiera parido, percibió mi neurotismo y me obligó a ir con ella a una tienda fantástica. Un acierto. Allí mis ojos se iluminaron, empecé a probarme vestidos y (¡cómo no!) me compré uno divino. Faltaban dos días para la boda, los complementos ya no me combinaban, tampoco los zapatos, ni el abrigo... A la hora de comer saqué de nuevo la Visa (este mes está agotada) y adquirí unos zapatos y un bolso carísimos y monísimos. Mis entradas a casa provocaban una mirada perpleja de Alonso: "Emma, no hay día que no te compres algo...". "Calla, calla, corazón, que te va a encantar...", contestaba corriendo. Y él, que es buen tipo, omitía sus comentarios porque sabe que yo he nacido para ser rica...
Por fin, ayer solucioné todo y respiré tranquila. Tan bien estaba, tan relajada que al ir a buscar a Diego y Daniel a catequesis, mientras arrastraba la mochila de mi hijo y les preguntaba qué tal les había ido sonó un ruido estrepitoso: ¡¡cataplofffff!!, ¡¡Ay, ay, ay!! Diego y Daniel me miraron y no pudieron ocultar su ataque de risa. ¡Mamá, ha sido como en los dibujos animados!, dijo Diego entre carcajadas. Me coloqué las gafas, rocé mi pierna dolorida y mi moflete magullado y miré la señal de tráfico contra la que me había estampado.
Llegué a casa avergonzada del ridículo y con el dolor multiplicado por mil.
-Cielo, me he dado un tortazo impresionate... -empecé a relatar.
-¿Con el coche? -preguntó asustado.
-No, andando, me he comido una señal de tráfico, he rebotado, casi rompo las gafas y tengo la pierna fatal.
-Ah, bueno, esas cosas que te ocurren a ti...
Por suerte, mi madre que me conoce como si me hubiera parido, percibió mi neurotismo y me obligó a ir con ella a una tienda fantástica. Un acierto. Allí mis ojos se iluminaron, empecé a probarme vestidos y (¡cómo no!) me compré uno divino. Faltaban dos días para la boda, los complementos ya no me combinaban, tampoco los zapatos, ni el abrigo... A la hora de comer saqué de nuevo la Visa (este mes está agotada) y adquirí unos zapatos y un bolso carísimos y monísimos. Mis entradas a casa provocaban una mirada perpleja de Alonso: "Emma, no hay día que no te compres algo...". "Calla, calla, corazón, que te va a encantar...", contestaba corriendo. Y él, que es buen tipo, omitía sus comentarios porque sabe que yo he nacido para ser rica...
Por fin, ayer solucioné todo y respiré tranquila. Tan bien estaba, tan relajada que al ir a buscar a Diego y Daniel a catequesis, mientras arrastraba la mochila de mi hijo y les preguntaba qué tal les había ido sonó un ruido estrepitoso: ¡¡cataplofffff!!, ¡¡Ay, ay, ay!! Diego y Daniel me miraron y no pudieron ocultar su ataque de risa. ¡Mamá, ha sido como en los dibujos animados!, dijo Diego entre carcajadas. Me coloqué las gafas, rocé mi pierna dolorida y mi moflete magullado y miré la señal de tráfico contra la que me había estampado.
Llegué a casa avergonzada del ridículo y con el dolor multiplicado por mil.
-Cielo, me he dado un tortazo impresionate... -empecé a relatar.
-¿Con el coche? -preguntó asustado.
-No, andando, me he comido una señal de tráfico, he rebotado, casi rompo las gafas y tengo la pierna fatal.
-Ah, bueno, esas cosas que te ocurren a ti...
domingo, noviembre 16, 2008
Reloj, no pares la hora
El reloj, impasible a mi desesperación, ralentiza el tiempo. Siempre ocurre el fin de semana que trabajo. Me desespero. En cambio, los momentos libres que tengo los aprovecho con pasión. Ayer, al salir del periódico, cogí a mis niños y me fui a un espectáculo de magia en la Plaza de las Artes. Ellos disfrutaron y yo, para qué negarlo, me reí y alegre la tarde. Nos acompañaron Alejandro y Cristina con sus padres. Después, una coca-cola en el Vips. Los peques nos dejaron escuchar el rugir de sus estómagos. ¿Qué queréis merendar?, pregunté perpleja -hacía media hora que se habían tomado un yogur y unas galletas-. No, queremos cenar, contestaron hambrientos. En cuestión de segundos, Diego se tomó una quesadilla de queso, una hamburguesa y unas tortitas. Hijo, vas a explotar, comenté con envidia malsana al ver su vientre plano. Álvaro levantó los ojos del plato de espaguetis para llamar mi atención y dijo con la boca llena: yo también me lo voy a comer todo. Volví a casa con los niños cenados. Una ducha rápida y a ver un poco de tele. Alonso estaba de mal humor, el Madrid había perdido (ninguna pena me dio, que conste). Cenamos copiosamente (¡qué delicia saltarse el régimen!) y el sueño hizo su aparición. Subí a mi cuarto. Álvaro contemplaba «Nemo» en el televisor. Me acurruqué a su lado y a los diez minutos ambos dormíamos.
Esta mañana he escuchado como mis hombres hacía cosas por casas, pero mi sueño aún era eterno. Poco a poco, me he obligado a salir de la cama. ¡Casi las once y media de la mañana!, he gritado al ver el despertador. Vista la hora, declinamos ir a ver la exposición de La Guerra de las Galaxias y optamos por disfrutar de una mañana de domingo: Alonso se fue con mis retoños a comprar el pan y unos yo-yos (última tendencia escolar) y yo a cocinar unas suculentas patatas con nata (¡viva la dieta!).
Y aquí estoy viendo como el reloj ralentiza el tiempo y deseando volver a mi casita con mis tesoros...
Esta mañana he escuchado como mis hombres hacía cosas por casas, pero mi sueño aún era eterno. Poco a poco, me he obligado a salir de la cama. ¡Casi las once y media de la mañana!, he gritado al ver el despertador. Vista la hora, declinamos ir a ver la exposición de La Guerra de las Galaxias y optamos por disfrutar de una mañana de domingo: Alonso se fue con mis retoños a comprar el pan y unos yo-yos (última tendencia escolar) y yo a cocinar unas suculentas patatas con nata (¡viva la dieta!).
Y aquí estoy viendo como el reloj ralentiza el tiempo y deseando volver a mi casita con mis tesoros...
viernes, noviembre 07, 2008
Me gustan las bodas
La tos de ultratumba que me estaba persiguiendo desde hace cinco días, me obligó a ir al médico. Tras una larga espera, me atendió, me oscultó y determinó que tenía un catarro alérgico. ¡Pero si estamos en otoño!, exclamé desesperada entre toses y mocos. ¡Ya sabes cómo funcionan las alergias, nunca se saben cuándo aparecen o desaparecen!, me argumentó. Y no repliqué, porque tengo motivos para querer a mi médico.
Tras chutarme las pastillas que me recetó empecé a notar una leve mejoría. Esta mañana, toda dispuesta, me he ido a la caza y captura de un traje para la boda de Antonio. ¡En qué momento! Con el primer modelo que me he probado parecía una morcilla de Burgos, pero de las gordas y deformes; en el segundo, no me cabían las tetas; con el tercero parecía la versión femenina del Michelin de las gasolineras francesas; con el cuarto, ¡oh, milagro!, me quedaba grande... Y así toda la mañana, desvistiéndome y vistiéndome. La mala leche ya había invadido todo mi cuerpo (el de las tetas grandes y michelines) y encima todas las tiendas tenían espejos a doquier. Me veía reflejada en ellos y cada vez me iba malhumorando más. Por fin, encontré el vestido que tanto anhelaba, un Carolina Herrera al módico precio de 750 euros. No puede ser, mascullé como una loca entre los pasillos, cómo me voy a gastar ese dineral si en breve me voy a quedar hecha una sílfide (¡narices, que voy a adelgazar!)... Así que le he dicho a mis michelines y mi silueta morcilla, ¡nos vamos!
He cogido el coche con ira y he notado como la lluvia empezaba a caer. ¡Ay, que tengo el pelo liso y se me va a rizar! Cual macarra bakalaera he llegado al periódico, he subido con mi mal humor, que aún no he logrado descartar, y un compañero me ha dicho.
-Huy, Emma, tienes mala cara. ¿Te pasa algo?
He pensado en contarle mi historia, en relatarle mis devaneos psicóticos, pero he optado por la mejor opción.
-Nada, es el catarro alérgico.
Tras chutarme las pastillas que me recetó empecé a notar una leve mejoría. Esta mañana, toda dispuesta, me he ido a la caza y captura de un traje para la boda de Antonio. ¡En qué momento! Con el primer modelo que me he probado parecía una morcilla de Burgos, pero de las gordas y deformes; en el segundo, no me cabían las tetas; con el tercero parecía la versión femenina del Michelin de las gasolineras francesas; con el cuarto, ¡oh, milagro!, me quedaba grande... Y así toda la mañana, desvistiéndome y vistiéndome. La mala leche ya había invadido todo mi cuerpo (el de las tetas grandes y michelines) y encima todas las tiendas tenían espejos a doquier. Me veía reflejada en ellos y cada vez me iba malhumorando más. Por fin, encontré el vestido que tanto anhelaba, un Carolina Herrera al módico precio de 750 euros. No puede ser, mascullé como una loca entre los pasillos, cómo me voy a gastar ese dineral si en breve me voy a quedar hecha una sílfide (¡narices, que voy a adelgazar!)... Así que le he dicho a mis michelines y mi silueta morcilla, ¡nos vamos!
He cogido el coche con ira y he notado como la lluvia empezaba a caer. ¡Ay, que tengo el pelo liso y se me va a rizar! Cual macarra bakalaera he llegado al periódico, he subido con mi mal humor, que aún no he logrado descartar, y un compañero me ha dicho.
-Huy, Emma, tienes mala cara. ¿Te pasa algo?
He pensado en contarle mi historia, en relatarle mis devaneos psicóticos, pero he optado por la mejor opción.
-Nada, es el catarro alérgico.
sábado, noviembre 01, 2008
Una semana "cualquiera"...
La conclusión a la que he llegado esta semana es muy simple: no puedo estar sola. La soledad me turba, pero no en el mal sentido, es decir, no como la gente que se aburre, se deprime y necesita estar con otros humanos. No, lo mío es peor, es una adicción. Y es que en cuanto estoy sola me da la hiperactividad y todo lo que me rodea empieza a temblar. Así que en estos escasos siete días, además de llevar la casa, niños, deberes, compras y demás actividades marujiles; he acometido las siguientes acciones:
En el cuarto de Álvaro: colocar una barra de cortina, cambiar las cortinas, los visillos, nueva funda nórdica y funda de almohada ribeteada con a misma tela que las cortinas (aquí, por supuesto, la ayuda de Ana fue fundamental y me volvió loca con sus encargos: 3 metros de cinta para fruncir los visillos, 50 arandelas de plástico... y mil cosas más)
En el cuarto de Diego: colocar una estantería (¡qué vicio!) y un corcho para colgar sus cosas.
En el baño: pequeña estantería metálica para que el champú, gel y suavizante estén bien colocaditos.
En la cocina: otra estantería.
En el cuarto de estar: Organización del cableado del ordenador mediante un canutillo específico para ello. Además taladré el interior de la estantería de la impresora y el equipo de música para ocultar los cables.
Y, snif, al final no me ha dado tiempo a pintar el cuarto de invitados, pero todo llegará.
Además el gafe o "sucesos imcomprensibles que sólo le pasan a Emma" apareció en mi vida (¡siempre ocurre cuando Alonso está de viaje!) y ni siquiera sé cómo se lo voy a explicar. Enumeremos:
1/ Voy al cajero a sacar dinero y la máquina me indica que el número es erróneo. Vuelvo a marcar el número y la máquina sigue insistiendo en que el número no es válido. "Pero si siempre es el mismo", pienso mientras tecleo otra vez el pin. "¡Tarjeta anulada!", me dice la puñetera maquinita. "¡Mierda!", bufo cabreada. Miro la tarjeta que me escupe el cajero y compruebo que había insertado la tarjeta de crédito del periódico de la que ni siquiera sé el número secreto.
2/Las mamás de los compañeros de Álvaro, sorprendidas por verme por la mañana en el colegio (misión exclusiva de Alonso), me invitan a desayunar, vamos a una cafeterías y parloteamos durante hora y media. Al volver hacia el coche compruebo asustada que está abierta de par en par la puerta de detrás del piloto.
-¿Qué hace mi coche abierto?- pregunto en voz alta.
-¡Seguro que es tu coche! -contestan perplejas.
-¡Claro que es mi coche!
Nos acercamos. Miro el interior y compruebo que no me han robado las sillitas de los niños.
-Anda, mira que estén todos los papeles -me sugiere la madre de Javier Cutanda.
-No se han llevado nada. -certifico después de abrir la guantera.
-Yo que tú miraba en el maletero por si te han dejado un cadáver -comentó la madre de Fernando.
-¡Qué rabia, ni un puñetero muerto! -contesté entre risas.
Y por la tarde: ¡¡¡Niños!!!, ¿quién fue el último en salir esta mañana del coche?, grité a mis alonsitos, que, por supuesto, jamás me contestaron.
3/ Tras mi compras en Leroy Merlin, decidí ir a Decathlon a por unas gafas de piscina para los niños. No sé cómo, pero cogí un desvío nuevo. Empecé a circular y circular, a dar vueltas y mil vueltas por sucesivas rotondas, recorrí varias construcciones, volví a girar... Después de media hora, pregunté al único ser que se cruzó en mi camino: "por favor, me puede decir cómo llegar a Madrid o a la M-40". La reserva se encendió, pero logré volver a un lugar civilizado. Deprisa y corriendo compré en Decathlon. Al ir a pagar comprobé que la cesta que llevaba no era la mía. De nuevo corrí por el centro comercial en busca de mi cesta. Llegué a trabajar agotada y sin poder echar gasolina. Después de comer cogí el coche de Alonso para no quedarme tirada, pero, ay, cómo se lo digo, se ha quedado sin batería. Ya no puedo más.
4/ El viernes, noche de Halloween, me fui con mis retoños y otros amigos a patinar sobre hielo (¡soy una artista!). Comimos en el Chicago's y volví con mis hijos y Alejandro, el amigo de Diego. Tras decorar la casa, disfracé a los niños: Diego de demonio y Álvaro y Alejandro de momia. En el equipo de música sonaba unos ruidos terroríficos y la casa era iluminada por las velas el salón. De pronto, Alejandro empezó a gritar. El fuego se había instalado en una de sus vendas. Corrí a la cocina entre gritos, abrí el grifo, metí su brazo y evité que prendiera como una pira humana.
-¿Qué has hecho Alejandro? -grité con taquicardia.
-Es que quería hacer una sombra con la venda y...
-Yo te mato.
Los niños disfrutaron de su noche terrorífica, fueron de casa en casa, luego a la fiesta de Alejandro y de nuevo de chalet en chalet.
-Mamá, mira que de caramelos y nos han dado más de 30 euros y hemos estado en casa del Gran Wyoming y es la mejor noche de Halloween y...
-Y a la cama, que aún no he superado el susto.
PD. Sábado, nueve de la noche, los niños tienen hambre, les voy a hacer unos espaguetis. Cojo la cacerola, abro el grifo y... Y no hay agua. Una avería en la zona, me comenta mi vecino. Ay, me va a dar algo...
En el cuarto de Álvaro: colocar una barra de cortina, cambiar las cortinas, los visillos, nueva funda nórdica y funda de almohada ribeteada con a misma tela que las cortinas (aquí, por supuesto, la ayuda de Ana fue fundamental y me volvió loca con sus encargos: 3 metros de cinta para fruncir los visillos, 50 arandelas de plástico... y mil cosas más)
En el cuarto de Diego: colocar una estantería (¡qué vicio!) y un corcho para colgar sus cosas.
En el baño: pequeña estantería metálica para que el champú, gel y suavizante estén bien colocaditos.
En la cocina: otra estantería.
En el cuarto de estar: Organización del cableado del ordenador mediante un canutillo específico para ello. Además taladré el interior de la estantería de la impresora y el equipo de música para ocultar los cables.
Y, snif, al final no me ha dado tiempo a pintar el cuarto de invitados, pero todo llegará.
Además el gafe o "sucesos imcomprensibles que sólo le pasan a Emma" apareció en mi vida (¡siempre ocurre cuando Alonso está de viaje!) y ni siquiera sé cómo se lo voy a explicar. Enumeremos:
1/ Voy al cajero a sacar dinero y la máquina me indica que el número es erróneo. Vuelvo a marcar el número y la máquina sigue insistiendo en que el número no es válido. "Pero si siempre es el mismo", pienso mientras tecleo otra vez el pin. "¡Tarjeta anulada!", me dice la puñetera maquinita. "¡Mierda!", bufo cabreada. Miro la tarjeta que me escupe el cajero y compruebo que había insertado la tarjeta de crédito del periódico de la que ni siquiera sé el número secreto.
2/Las mamás de los compañeros de Álvaro, sorprendidas por verme por la mañana en el colegio (misión exclusiva de Alonso), me invitan a desayunar, vamos a una cafeterías y parloteamos durante hora y media. Al volver hacia el coche compruebo asustada que está abierta de par en par la puerta de detrás del piloto.
-¿Qué hace mi coche abierto?- pregunto en voz alta.
-¡Seguro que es tu coche! -contestan perplejas.
-¡Claro que es mi coche!
Nos acercamos. Miro el interior y compruebo que no me han robado las sillitas de los niños.
-Anda, mira que estén todos los papeles -me sugiere la madre de Javier Cutanda.
-No se han llevado nada. -certifico después de abrir la guantera.
-Yo que tú miraba en el maletero por si te han dejado un cadáver -comentó la madre de Fernando.
-¡Qué rabia, ni un puñetero muerto! -contesté entre risas.
Y por la tarde: ¡¡¡Niños!!!, ¿quién fue el último en salir esta mañana del coche?, grité a mis alonsitos, que, por supuesto, jamás me contestaron.
3/ Tras mi compras en Leroy Merlin, decidí ir a Decathlon a por unas gafas de piscina para los niños. No sé cómo, pero cogí un desvío nuevo. Empecé a circular y circular, a dar vueltas y mil vueltas por sucesivas rotondas, recorrí varias construcciones, volví a girar... Después de media hora, pregunté al único ser que se cruzó en mi camino: "por favor, me puede decir cómo llegar a Madrid o a la M-40". La reserva se encendió, pero logré volver a un lugar civilizado. Deprisa y corriendo compré en Decathlon. Al ir a pagar comprobé que la cesta que llevaba no era la mía. De nuevo corrí por el centro comercial en busca de mi cesta. Llegué a trabajar agotada y sin poder echar gasolina. Después de comer cogí el coche de Alonso para no quedarme tirada, pero, ay, cómo se lo digo, se ha quedado sin batería. Ya no puedo más.
4/ El viernes, noche de Halloween, me fui con mis retoños y otros amigos a patinar sobre hielo (¡soy una artista!). Comimos en el Chicago's y volví con mis hijos y Alejandro, el amigo de Diego. Tras decorar la casa, disfracé a los niños: Diego de demonio y Álvaro y Alejandro de momia. En el equipo de música sonaba unos ruidos terroríficos y la casa era iluminada por las velas el salón. De pronto, Alejandro empezó a gritar. El fuego se había instalado en una de sus vendas. Corrí a la cocina entre gritos, abrí el grifo, metí su brazo y evité que prendiera como una pira humana.
-¿Qué has hecho Alejandro? -grité con taquicardia.
-Es que quería hacer una sombra con la venda y...
-Yo te mato.
Los niños disfrutaron de su noche terrorífica, fueron de casa en casa, luego a la fiesta de Alejandro y de nuevo de chalet en chalet.
-Mamá, mira que de caramelos y nos han dado más de 30 euros y hemos estado en casa del Gran Wyoming y es la mejor noche de Halloween y...
-Y a la cama, que aún no he superado el susto.
PD. Sábado, nueve de la noche, los niños tienen hambre, les voy a hacer unos espaguetis. Cojo la cacerola, abro el grifo y... Y no hay agua. Una avería en la zona, me comenta mi vecino. Ay, me va a dar algo...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)