La conclusión a la que he llegado esta semana es muy simple: no puedo estar sola. La soledad me turba, pero no en el mal sentido, es decir, no como la gente que se aburre, se deprime y necesita estar con otros humanos. No, lo mío es peor, es una adicción. Y es que en cuanto estoy sola me da la hiperactividad y todo lo que me rodea empieza a temblar. Así que en estos escasos siete días, además de llevar la casa, niños, deberes, compras y demás actividades marujiles; he acometido las siguientes acciones:
En el cuarto de Álvaro: colocar una barra de cortina, cambiar las cortinas, los visillos, nueva funda nórdica y funda de almohada ribeteada con a misma tela que las cortinas (aquí, por supuesto, la ayuda de Ana fue fundamental y me volvió loca con sus encargos: 3 metros de cinta para fruncir los visillos, 50 arandelas de plástico... y mil cosas más)
En el cuarto de Diego: colocar una estantería (¡qué vicio!) y un corcho para colgar sus cosas.
En el baño: pequeña estantería metálica para que el champú, gel y suavizante estén bien colocaditos.
En la cocina: otra estantería.
En el cuarto de estar: Organización del cableado del ordenador mediante un canutillo específico para ello. Además taladré el interior de la estantería de la impresora y el equipo de música para ocultar los cables.
Y, snif, al final no me ha dado tiempo a pintar el cuarto de invitados, pero todo llegará.
Además el gafe o "sucesos imcomprensibles que sólo le pasan a Emma" apareció en mi vida (¡siempre ocurre cuando Alonso está de viaje!) y ni siquiera sé cómo se lo voy a explicar. Enumeremos:
1/ Voy al cajero a sacar dinero y la máquina me indica que el número es erróneo. Vuelvo a marcar el número y la máquina sigue insistiendo en que el número no es válido. "Pero si siempre es el mismo", pienso mientras tecleo otra vez el pin. "¡Tarjeta anulada!", me dice la puñetera maquinita. "¡Mierda!", bufo cabreada. Miro la tarjeta que me escupe el cajero y compruebo que había insertado la tarjeta de crédito del periódico de la que ni siquiera sé el número secreto.
2/Las mamás de los compañeros de Álvaro, sorprendidas por verme por la mañana en el colegio (misión exclusiva de Alonso), me invitan a desayunar, vamos a una cafeterías y parloteamos durante hora y media. Al volver hacia el coche compruebo asustada que está abierta de par en par la puerta de detrás del piloto.
-¿Qué hace mi coche abierto?- pregunto en voz alta.
-¡Seguro que es tu coche! -contestan perplejas.
-¡Claro que es mi coche!
Nos acercamos. Miro el interior y compruebo que no me han robado las sillitas de los niños.
-Anda, mira que estén todos los papeles -me sugiere la madre de Javier Cutanda.
-No se han llevado nada. -certifico después de abrir la guantera.
-Yo que tú miraba en el maletero por si te han dejado un cadáver -comentó la madre de Fernando.
-¡Qué rabia, ni un puñetero muerto! -contesté entre risas.
Y por la tarde: ¡¡¡Niños!!!, ¿quién fue el último en salir esta mañana del coche?, grité a mis alonsitos, que, por supuesto, jamás me contestaron.
3/ Tras mi compras en Leroy Merlin, decidí ir a Decathlon a por unas gafas de piscina para los niños. No sé cómo, pero cogí un desvío nuevo. Empecé a circular y circular, a dar vueltas y mil vueltas por sucesivas rotondas, recorrí varias construcciones, volví a girar... Después de media hora, pregunté al único ser que se cruzó en mi camino: "por favor, me puede decir cómo llegar a Madrid o a la M-40". La reserva se encendió, pero logré volver a un lugar civilizado. Deprisa y corriendo compré en Decathlon. Al ir a pagar comprobé que la cesta que llevaba no era la mía. De nuevo corrí por el centro comercial en busca de mi cesta. Llegué a trabajar agotada y sin poder echar gasolina. Después de comer cogí el coche de Alonso para no quedarme tirada, pero, ay, cómo se lo digo, se ha quedado sin batería. Ya no puedo más.
4/ El viernes, noche de Halloween, me fui con mis retoños y otros amigos a patinar sobre hielo (¡soy una artista!). Comimos en el Chicago's y volví con mis hijos y Alejandro, el amigo de Diego. Tras decorar la casa, disfracé a los niños: Diego de demonio y Álvaro y Alejandro de momia. En el equipo de música sonaba unos ruidos terroríficos y la casa era iluminada por las velas el salón. De pronto, Alejandro empezó a gritar. El fuego se había instalado en una de sus vendas. Corrí a la cocina entre gritos, abrí el grifo, metí su brazo y evité que prendiera como una pira humana.
-¿Qué has hecho Alejandro? -grité con taquicardia.
-Es que quería hacer una sombra con la venda y...
-Yo te mato.
Los niños disfrutaron de su noche terrorífica, fueron de casa en casa, luego a la fiesta de Alejandro y de nuevo de chalet en chalet.
-Mamá, mira que de caramelos y nos han dado más de 30 euros y hemos estado en casa del Gran Wyoming y es la mejor noche de Halloween y...
-Y a la cama, que aún no he superado el susto.
PD. Sábado, nueve de la noche, los niños tienen hambre, les voy a hacer unos espaguetis. Cojo la cacerola, abro el grifo y... Y no hay agua. Una avería en la zona, me comenta mi vecino. Ay, me va a dar algo...
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