imaginó al detalle la situación:
En mitad de una noche de viernes un hombre llamó a la puerta.
Alonso, impaciente, observó por la mirilla. Tras una oscura gabardina, un gorro de fieltro negro y unas gafas de sol (¡a esas horas!) se escondía la persona que él tanto anhelaba ver. El silencio reinaba en la casa. Los niños dormían y su mujer se había ido a una cena de amigas. Abrió la puerta presionando el manillar para que no emitiera ningún sonido.
-Buenas noches. ¿Me esperaba? -dijo el desconocido misterioso.Alonso, impaciente, observó por la mirilla. Tras una oscura gabardina, un gorro de fieltro negro y unas gafas de sol (¡a esas horas!) se escondía la persona que él tanto anhelaba ver. El silencio reinaba en la casa. Los niños dormían y su mujer se había ido a una cena de amigas. Abrió la puerta presionando el manillar para que no emitiera ningún sonido.
Bajo su brazo portaba una gruesa carpeta roída y el número de expediente, el 758 exactamente, marcado en su lomo.
-Sí, por supuesto. Pase.
Ambos hombres se sentaron frente al ventanal del salón. De fondo, el silbar del viento y hojas otoñales revoloteando y chocando contra el cristal.
-He hecho lo que me ha encargado. Ha sido difícil, pero lo he conseguido.
-Antes de que comience su relato quisiera ponerme una copa. ¿Me acompaña?
-Sí, tomaré lo mismo que usted.
Alonso abrió el arcón de la bebida, inspeccionó y extrajo un whisky de malta escocés, reserva, por supuesto. Los hielos chocaron al caer dentro de los vasos y se dejaron inundar por el líquido color oro con leves tonos ámbar.
Alonso se acomodó de nuevo en el sofá, respiró profundamente y preguntó lo que tanto temía.
-Y ahora, dígame, ¿qué ha descubierto sobre mi mujer?
El detective privado rozó sus gafas de sol, encendió un cigarro, retiró las gomas que sujetaban la carpeta, extrajo el expediente 758 y lo depositó sobre la mesa.
-Tengo buenas y malas noticias.
Alonso dio un trago largo a su copa.
-Dispare, por favor.
-Llevo varios meses siguiendo a su mujer, me he convertido en su sombra y creo haber descifrado toda la verdad. En el informe encontrará material fotográfico documentado y un informe detallado sobre todas sus actividades.
-Al grano, por favor.
-Sus temores eran infundados -un suspiro de alivio se escapó de la boca de Alonso- su mujer no le ha sido infiel. Es cierto que tiene mucha vida social, pero jamás ha cometido adulterio.
-Entonces, ¿cuál es la mala noticia?
-No sé cómo explicárselo, no tengo datos certeros, pero la actitud que mantiene su mujer la mayor parte de los viernes me ha hecho dudar. Cada vez que sale a cenar va con distintos grupos de amigas. Ella los denomina según su procedencia: Sando (compañeras del Saint-Dominique), Fifty (compañeras del trabajo, el 50% siguen allí y el otro 50% salió), Mamdi (mamás de los amigos de Diego), Mamal (mamás de los amigos de Álvaro), Fem (aquí no puede abreviar)... Tardé en descubrir sus códigos y en el informe verá que hay algunos pendientes de resolución.
-¿Y?
-Tras analizar la variedad de amistades femeninas que tiene me he planteado que tal vez su mujer...
-Mi mujer, ¿qué?
-Que tal vez esté escondida.
-¿Escondida?
-Sí, en el armario.
Una enorme carcajada rompió el silencio nocturno.
-Pues habrá sido su sombra durante todo este tiempo, pero creo que no conoce a mi mujer -intentó decir Alonso entre risas-. De todas formas, le diré que me ha alegrado la noche, que sus suposiciones me han parecido muy divertidas y que hoy dormiré a pierna suelta.
El hombre misterioso y desconocido estrechó la mano de Alonso y le entregó el expediente 758.
-Si me necesita para otro encargo, ya sabe dónde localizarme- dijo al despedirse y perderse por la oscuridad de la noche.
Alonso tras hojear el informe y las pruebas documentales escondió el expediente y se fue a dormir con su sonrisa.
A las dos y media de la madrugada, abrí la puerta de casa y el pánico me invadió. Tras unos segundos inmovilizada, corrí por la escalera, entré en la habitación y salté sobre él.
-Alonso, ¿quién ha estado esta noche en casa?
-Nadie -contestó somnoliento y asustado.
-Mentiroso, la casa huele a tabaco.
-Pero si tú fumas...
-Sí, pero en el jardín, sabes que en casa está prohibido y tú no fumas.
-No ha venido nadie, en serio.
-No me mientas...
Callé un instante, empecé a bajar la cremallera de mis botas y una idea me atacó con fuerza.
-Alonso, ¿no tendrás una amante y te has atrevido a traerla a casa?
-No seas peliculera...
-Y por qué huele a tabaco.
-Pues yo no huelo a nada. ¿Qué tal tu cena?
-Muy divertida, con muchos cotis... Mañana te lo cuento mejor que ahora tengo mucho sueño y estoy un poco mosca con el olor a tabaco... A ver si voy a tener que contratar a un detective para que investigue tus movimientos...
-¡Qué tonterías dices!
-No sé, amor.
Me encanta este Alonso tuyo. Sois geniales. Un beso.
ResponderEliminarLa mujer de la chica infiltrada.
Para geniales, vosotros. Dile a la chica infiltrada que esta semana voy a requerir sus servicios... Espero que no te moleste, mujer de la chica infiltrada, je, je.
ResponderEliminarBesotes
Buenísimo relato, como tantos otros. Creo que deberías dar el salto al periodismo escrito YA.
ResponderEliminarParece que tu santo ha resuelto lo de los enlaces a los blogs que tanto te martirizaba.
Besos.
Qué bueno es tener amigos que te elogian (¡lo que hace la amistad, je, je!).
ResponderEliminarBesotes