Los síntomas eran claros: un gusanillo recorría mi estómago, mis manos dibujaban y dibujaban compulsivamente sobre los folios, mis ojos observaban con detenimiento las habitaciones...
-¡Nooo! -exclamó mi Alonso al percibir mi cuerpo emocionado.
-¡Sí, querido, no lo puedo evitar!
Alonso me miró con cara de "¡qué le vamos a hacer!" y soñó con una mujer que fuera feliz con diamantes, joyas, abrigos de piel... Cualquier cosa antes que una adicta a las obras.
-Emma, ¿estás segura?
-Sí, voy a cambiar las habitaciones de los niños.
-Pero si no están mal...
-Huy, sí. Además, me van a quedar monísimas. Lo malo es que para el diseño que tengo previsto hay que cambiar de lugar los radiadores, los enchufes...
-Noooo....
Le sonreí y asumió que no tenía nada que hacer.
Al día siguiente, llamada a mi amigo David. Por la tarde, revisión de catálogos, elección de muebles, de colores... Por la noche me envió por mail los "prediseños".
-¡Adelante! -grité como una pirata sobre el mástil de su fragata.
-En menos de quince días te lo instalan.
-¡Bien!
De pronto la ansiedad me atacó con fuerza. Móvil en mano llamé al albañil y le conté mi drama.
-Nos quedan ocho días (hábiles, que aún no había pasado el puente) para que todo esté listo.
-Tranquila, señora -dijo Adalid, el albañil que realizó mi obra del año pasado.
El fin de semana se esfumó desmontando las habitaciones de los niños, plagando la casa de somieres, colchones, estanterías, libros... Un auténtico caos.
-Emma, ¿te has dado cuenta que van a empezar las navidades y tenemos la casa manga por hombro? -dijo mi Alonso cargando un mueble con su dedo gordo del pie negro por la patada al cemento.
-Sí, más emoción.
El viernes corrí a encargar el papel de empapelar. Después de 400 modelos encontré el adecuado. Por la tarde los niños me acompañaron a seleccionar las pinturas para la pared.
Saqué del bolso las muestras de madera y de papel y probé cómo combinaban con los distintos tonos.
-Diego, sujeta el papel sobre ese gris, tú Álvaro la madera, así, quietos que me alejo para ver qué impresión me causa.
Tras una hora se escucharon las quejas.
-Mamá, ¡eres pesadísima!
-Ya, ya, pero ahora acercaros a ese azul...
Han pasado los días, los martillazos me han vuelto más loca si cabe, los cuartos ya están casi rematados, el sábado instalan los muebles...
-¿Eres feliz? -pregunta mi Alonso.
-Mucho.
-Pues si así eres feliz...
-Sí, además ya le he comentado a Adalid que en febrero quiero...
-Calla, calla, no me estreses más
Y por una vez, callé.
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