Al igual que las cucarachas, mi correo electrónico nace, crece y se reproduce. Los mails se suceden y con gran agilidad mental (siempre tan modesta, no lo puedo evitar) marco la importancia de cada uno de ellos: laborales, de amistad, de granjeros... Todo marcha tranquilamente hasta que recibo alguno titulado "Cumpleaños de los niños". En ese momento mis ansias de volver a fumar se multiplican y empiezo a temblar. Como el virus que reside en mis bronquios, los mails se autorreproducen. Entre sudores fríos compruebo que en el listado para comprar los regalos hay dieciocho mamás. Presa de un ataque de inestabilidad mental me ofrezco a comprar uno de los tres regalos. Realizo un cálculo para saber cuánto dinero debemos poner y cuánto puedo gastarme en el regalo que me he autoadjudicado. Cuando ya tengo todo comprado observo como los correos siguen regenerándose y mi pelo, atacado de los nervios, se va rizando cada vez más. Todo se descuadra: Fulanito al final no va porque está malo, Menganito tampoco porque tiene un cumpleaños familiar... Agarro un lápiz del escritorio y simulo que fumo... Se acabó, es la última vez que participo en un regalo conjunto de tales magnitudes, retorno al pasado, a los cumpleaños tradicionales en que cada niño compraba un regalo... Será lo más "in" del mundo, súper moderno, pero yo soy una antigua y tanto estrés no me merece la pena. Rancia, que soy una rancia.
-Mamá, ¿voy a ir al cumpleaños? -pregunta Álvaro emocionado por estar toda la tarde saltando en un sitio de bolas.
-Claro, cielo -contesto con mi ronca voz bronquítica, mi lápiz en la boca, el pelo erizado y los nervios saliendo por las orejas...
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