domingo, agosto 15, 2010

Un tiempo para la lectura


El cerco se va cerrando, las pistas desvelan el misterio, la tensión se masca... Me acurruco en el sofá, navego en barco junto a Patrik para evitar un nuevo asesinato, contengo la respiración...
-¡Mamá, venga, que queremos ir a dar un paseo en bici! -gritan mis hijos y asiente Stéphan, el vecino.
Vuelvo a mi sofá de España. Les miro con cara tensa.
-Esperad, me faltan diez páginas para acabar el libro.
Tras una mirada furtiva por el cristal empañado, sacamos las pistolas. La situación es extrema, siento ganas de fumar pero no es el momento.
-Vamos hinchando las ruedas de las bicis. ¿Vale?
Un sonido afirmativo sale de mi garganta.
Los hilos tejen un final apasionante. Tras la intriga policíaca, el desenlace amoroso. Las lágrimas se agolpan en mis ojos, la emoción me cautiva...
-Emma, ¿por qué no dejas que vayan los niños solos? -pregunta mi Alonso.
Mirada furtiva.
-No. Álvaro solo tiene seis años. Enseguida termino...
-Si quieres voy yo con ellos. Mírame con esos ojos de cordero degollado y cumplo tus órdenes.
-Espera que acabe el libro...
-Venga, que te conozco, me voy con ellos.
-Bueno, si insistes, pero no olvides la botella de agua.
Estoy sola, acurrucada, Patrik y Erica se están casando, lloro, como siempre, por la emoción, por el final...


LECTURAS DE VERANO:
  • "La sal de la vida", de Anna Gavalda. Se lee en un suspiro. Historia de hermanos, familia, ese complejo mundo que es mejor no analizar.
  • "Contra el viento", de Ángeles Caso. Premio Planeta 2009. La vida de una inmigrante de Cabo Verde... Drama de mujeres, fuerza, golpes, espíritu de supervivencia...
  • "Los ojos amarillos de los cocodrilos", de Katherine Pancol. Sentimientos de una mujer mezclados con mentiras, amor, familia, dinero. Un cóctel explosivo.
  • "Crimen en directo", de Camilla Läckberg. Y, cómo no, una novela policíaca. Dos asesinatos que destapan una trama de muertes múltiples. Y de fondo, las relaciones humanas en la comisaria. Patrik, Erica, Martin, Anna, Dan... Se les coge cariño.
¿Qué libro empiezo ahora? Ay, qué dudas.

martes, agosto 10, 2010

Entre aguas y mosaicos

Al agua patos
-¡Chicos, venid!- ordenó mi Alonso con cara de felicidad-. Os va a encantar lo que he descubierto.
Los niños siguieron con intriga a su padre. De nuevo un grito rompió la calma.
-¡Ahhh! ¿Podemos ir, podemos ir? Por favor, por favor -rogaron mientras se imaginaban deslizándose por los distintos toboganes del "Aqualand" del hotel.
-Yo preferiría quedarme en nuestra piscina privada, pero si ellos quieren...- suspiré.
Mis alarmas se encendieron nada más entrar. Mi mente solo imaginaba lo peor y comenzaron mis órdenes e imposiciones.
-Tened mucho cuidado, ni se os ocurra tiraros de pie, fijaros en el cartel donde explica cómo debéis poner los brazos, Diego supervisa todo el tiempo a tu hermano, no os acerquéis a los más mayores que son unos bestias y...
-Jo, mamá, qué pesada eres... ¿Te vas a tirar por el tobogán?
-No sé...
Después de observar cómo disfrutaban, decidí lanzarme por una rampa gigante. Subí las escaleras, me senté y dejé que mi cuerpo se deslizara y rodara por la pendiente. Al chocar contra el agua mi nariz se inundó. Tosí estrepitosamente, reubiqué mis carnes en el bañador, nadé hasta la orilla, subí unos peldaños, pisé el suelo empapado y.... ¡cataplof!, resbalé y topé con las baldosas tunecinas. De nuevo todo el mundo me miraba y como soy muy educada decidí explicar lo ocurrido por si tenían alguna duda.
-J' ai tombé!
Me levanté del suelo y vi como los dedos de mi pie derecho se empezaba a hinchar. Me arrastré hasta la tumbona.
-Emma, ¿por qué caminas tan raro?
-No te lo vas a creer...
-Amor, ya sabes que de ti me creo cualquier cosa. ¿Te has caído?
-Bueno,  no exactamente... Había agua en el suelo, me he resbalado...
-O sea, que te has caído... ¡Te temo más que a los niños!
Por  la tarde me quedé en mi fantástica suite contemplando cómo mis dedos tomaban la forma y color de una berenjena. ¿Me habré roto un dedo?, pensaba mientras mis hombres paseaban por la playa.

Mosaicos del Museo del Bardo
Al día siguiente, persistía el color morado pero el dolor había disminuido, fuimos al Museo del Bardo, antiguo palacio que alberga una enorme colección de mosaicos. Algunas salas permanecían cerradas por reforma. Alonso se acercó a un operario:
-S'il vous plaît, je peux passer pour faire une photo?
-Oui, bien sure...
El hombre descorrió una cortina y nos hizo pasar rápidamente. Entre los cascotes y andamios pudimos admirar la grandeza del palacio: bóvedas con artesonado, las salas privadas del bey... El corazón palpita, sofoco las exclamaciones de admiración al entrar en las distintas salas, los mosaicos son impresionantes... Una propina y salimos a los circuitos legales. 
Después, a la medina de Túnez para callejear entre los puestos, contemplar desde una terraza la vista panorámica de la ciudad salpicada por varios minaretes y, cómo no, regatear por algún antojo de los niños.
Alonso me mira con media sonrisa.
-¿Qué tal va tu pie?
-Ça va bien, mon amour.

En el cielo de Túnez

sábado, agosto 07, 2010

Paraíso particular

 ¡Qué maravilloso es leer en mi oasis!

¡No voy a gritar, no voy a gritar!, me imponía a mí misma mientras recorríamos las distintas estancias de la suite del hotel Barceló Cartago: dos habitaciones gigantescas, dos baños, un salón-comedor con una bóveda bajo la que colgaba una enorme lámpara, un enorme vestidor...
¡Ahhhh, qué maravilla!, gritaron los niños, y al ver el paraíso decidí unirme a ellos y sentir que era Jasmine en su palacio real.
-¡¡Ahhhhh!!
Como en los dibujos animados, restregué mis ojos para comprobar que aquello no era una alucinación, que era real. Para nosotros, para nuestros próximos diez días en Túnez. Increíble. En nuestra terraza, una preciosa piscina particular nos hipnotizaba con su agua cristalina.
Antes de deshacer las maletas, los cuatro chapoteábamos en ella.
-¡Qué lujazo, papá!-exclamaron los peques antes de sumergirse en sus buceos.
Miré a mi Alonso con mi cara bobalicona y pensé que con estos caprichos me tenía dominada, que ya sabía él que yo había nacido para ser rica...

 ¡Parecemos unos vándalos!

Al día siguiente empezamos a regatear. El primer campo de batalla, el taxi y el contrincante, ACDC (pronunciado en inglés o Ezdine, su nombre real) para que fuera nuestro "chófer personal". Una vez acordado el precio, recorrimos las ruinas de las Termas de Antonino, el Museo Nacional, el anfiteatro, donde los peques imaginaron a fieros leones devorando a algún cartaginense...


Al oír los rugidos de nuestros estómagos, ACDC nos llevó a Sidi Bou Said, un magnífico y espectacular pueblo costero en el que solo predominan dos colores: el azul y el blanco (el azul para repeler a los mosquitos y el blanco para espantar al calor, según ACDC). Devoramos la comida típica tunecina (jarras con cordero, harissa, calabacín, berengenas...) y paseamos embelesados por las calles adoquinadas y plagadas de puestos con artesanía local.
Al volver, refrescamos el cansancio en nuestra piscina particular y reímos por nuestras aventuras, nuestra felicidad.

 
El jueves decidimos descansar. Las tumbonas de la playa reclamaron nuestra presencia. Los niños danzaron entre las olas, convirtieron la arena en castillos y pasearon en camello por la orilla del Mediterráneo.

 Bab el-Bahr, en Túnez capital

A la mañana siguiente, Mohammed sonrió con su dentadura deslabazada y nos invitó a subir a su taxi. Acordamos un precio ante la mirada atónita de los niños que aún ríen al oír cómo discutimos en francés. Túnez, la capital, era nuestro destino. Paramos en la puerta Bab el-Bahr (Puerta de Francia) y nos sumergimos en las callejuelas de la medina. Los olores nos trasladaron al mundo que tanto nos gustaba, al bullicio,  al regateo, al teatro para disimular qué objeto anhelábamos de verdad, a la fascinación infantil, a los gritos de "español, pepsi-cola" o "española, Mary Pili, Real Madrid"... Las horas se esfuman, las bolsas repletas de objetos cuelgan de nuestras manos. Diego y Álvaro no pueden esconder su emoción: tras casi dos horas de regateo les han comprado la equipación de David Villa.
Después, en la arteria principal de la ciudad, tomamos unos panes de pita rellenos de carne y salsa picante. Los niños devoran sus hamburguesas. Mohammed sonríe desde su taxi. Es la hora de volver a nuestro oasis particular. Mañana, más.

 Mosaico del Museo Nacional

jueves, agosto 05, 2010

Antes del paraíso....

Alonso empezaba a estar seriamente preocupado. Las señales de alarma se sucedían y no sabía cómo protegerme de mí misma. 

Primera señal
El sábado, no puedo explicar cómo ocurrió, terminé pagando el peaje de la T4 al salir de Mercadona. Mi padre, alucinado, miraba el parking de la terminal y no daba crédito. Cuando llegamos a casa, los helados estaban descongelados y el sudor se había convertido en pestilente.
-Ha sido culpa del resol- les expliqué muy ofendida al escuchar las risas tras mis explicaciones y su mofa por mi deseo de comprarme una moto.

Segunda señal
La noche del domingo quedamos con varios amigos en una terraza para despedirnos antes de partir de viaje. Los niños jugaban al fútbol y nosotros reíamos entre cervezas y tostas. De pronto los niños nos contaron que  unas chicas les habían hecho unas fotos y les habían amenazado con publicarlas en tuenti. Me  levanté y partí como una heroína a defender a los menores. Las niñas temblaron al verme aparecer, me entregaron sus móviles, comprobé que no tenían imágenes de ellos y las asusté con mi mirada asesina. Al salir todo el mundo me miraba y todos comprobaron mi arte y estilo para adorar el suelo. Mi tobillo se torció, mi plataforma de 15 centímetros sirvió de trampolín y volé. Mi dignidad me obligó a levantarme velozmente del suelo, simular con mi sonrisa que había sido un pequeño tropezón y gritar a todos mis seguidores que no se preocuparan, que no había sido nada mientras mi rodilla lloraba su dolor.
-Emma, solo falta un día para que nos vayamos. Por favor deja de caerte, de perderte por las carreteras, de romper coches... Relájate, necesitas una vacaciones y estas van a ser fantásticas... -suplicó mi Alonso.

domingo, agosto 01, 2010

Gazpacho de historias


El sudor cae por mi frente pero no me molesta. Tarareo canciones y recuerdo mi época del calabaza, aquel Seat 131 que tanto amé. Mi situación es parecida: conduzo el Seat Córdoba de mi padre, con más de dieciséis años, sin aire acondicionado y con la radio estropeada. Salvo esos pequeños detalles el coche está perfecto y, lo que es más importante, me transporta de un lugar a otro. Soy feliz.
Acabo de salir de trabajar. Al sudor físico se une el sudor nervioso. ¡El coche está en reserva!, ¡la aguja caída del todo! y ¡no sé qué gasolina usa! Al parar en un semáforo (no vaya a ser que me pongan un multa), llamo desesperada a mi padre. No contesta. Al cabo de unos minutos aparco en el parking de la piscina. Diego, Álvaro y mi padre aparecen sonrientes y morenos.
-¡Casi me quedo tirada!, ¡el coche está en reserva!... Bueno, ni en reserva, la aguja está caída del todo.
-Ay, ¿no te lo expliqué el otro día? -contesta sonriente.
-¿El qué?
-Que el marcador de gasolina está roto.
-¿El aforador?
-No sé como se llama.
-Aforador, papá, ¿no te acuerdas que también le paso al calabaza?
-No.
Entonces recordé lo que sufrí con unos amigos al descender desde el túnel de Guadarrama, sin dinero, con la panceta de la barbacoa repitiendo en nuestros estómagos y el piloto de reserva indicando que el coche estaba sediento de gasolina... ¡Pero si acabamos de echar 1.000 pesetas de gasolina!, ¡el depósito debe tener una fuga!, grité desesperada...  No, no había fuga, era el aforador.
Los días se has diluido entre piscinas: las de casa, la de Javi...
-Ay, se me está haciendo eterno este mes... Necesito vacaciones y aún me queda un día... -suspiré desde mi silla laboral y con la piel de gallina por el helador aire acondicionado.
-Emma, estás fatal, hoy es tu último día, mañaña no tienes que venir. -dijo Cristina entre risas.
-Sí que tengo que venir.
-¡Pero si has trabajado el fin de semana!
Rápidamente abrí el cajón, miré el cuadrante de libranzas y comprobé que Cristina tenía razón.
-¡Hasta dentro de un mes y unos cuantos días! -grité feliz al salir de la redacción.
Pero no todo va a ser felicidad. La realidad me acaba de noquear en un vestuario. He acudido allí por necesidad, para comprar un puñetero bañador y, oh, Dios mío, a puntito he estado de coger el extintor y estamparlo contra el espejo.
Me he acordado del fatídico 11 de enero, el día que dejé de fumar y mi cuerpo como venganza empezó a multiplicarse por mil. Sí, me he comprado el dichoso bañador, el único donde mis carnes se han podido acoplar y para espantar mi ira, he acudido a la sección de libros, he admirado las portadas y he arramplado con unos cuantos: el tercer volumen de "Memorias de Idhun", para Diego, "Contra el viento", de Ángeles Caso y "Los ojos amarillos de los cocodrilos", de Katherine Pancol... Las leves llamas de malhumor que aún ardían las he mitigado con un bolso de rafia y tela rosa con pequeñas flores. Antes de salir me he plantado mis gafas de sol y me he prohibido mirarme en los espejos.
-¿Has ido de compras, amor? -me ha preguntado con inteligencia mi Alonso al ver todas las bolsas que colgaban de mis muñecas.
-Sí, una tortura... ¿Cómo no me has dicho nada?
-¿De qué?
-De lo horrorosa que estoy...
-Venga, no dramatices, que has dejado de fumar y seguro que en cuanto te lo propongas adelgazas todo lo que tú quieras, que a fuerza de voluntad no te gana nadie.
-Lo que tú digas, pero en Túnez no me vas a hacer ni una foto, que bastante sufrí ayer al ver las que me mandó Sylvia por la cena de las dominicas... ¡Ni una foto!