domingo, agosto 01, 2010
Gazpacho de historias
El sudor cae por mi frente pero no me molesta. Tarareo canciones y recuerdo mi época del calabaza, aquel Seat 131 que tanto amé. Mi situación es parecida: conduzo el Seat Córdoba de mi padre, con más de dieciséis años, sin aire acondicionado y con la radio estropeada. Salvo esos pequeños detalles el coche está perfecto y, lo que es más importante, me transporta de un lugar a otro. Soy feliz.
Acabo de salir de trabajar. Al sudor físico se une el sudor nervioso. ¡El coche está en reserva!, ¡la aguja caída del todo! y ¡no sé qué gasolina usa! Al parar en un semáforo (no vaya a ser que me pongan un multa), llamo desesperada a mi padre. No contesta. Al cabo de unos minutos aparco en el parking de la piscina. Diego, Álvaro y mi padre aparecen sonrientes y morenos.
-¡Casi me quedo tirada!, ¡el coche está en reserva!... Bueno, ni en reserva, la aguja está caída del todo.
-Ay, ¿no te lo expliqué el otro día? -contesta sonriente.
-¿El qué?
-Que el marcador de gasolina está roto.
-¿El aforador?
-No sé como se llama.
-Aforador, papá, ¿no te acuerdas que también le paso al calabaza?
-No.
Entonces recordé lo que sufrí con unos amigos al descender desde el túnel de Guadarrama, sin dinero, con la panceta de la barbacoa repitiendo en nuestros estómagos y el piloto de reserva indicando que el coche estaba sediento de gasolina... ¡Pero si acabamos de echar 1.000 pesetas de gasolina!, ¡el depósito debe tener una fuga!, grité desesperada... No, no había fuga, era el aforador.
Los días se has diluido entre piscinas: las de casa, la de Javi...
-Ay, se me está haciendo eterno este mes... Necesito vacaciones y aún me queda un día... -suspiré desde mi silla laboral y con la piel de gallina por el helador aire acondicionado.
-Emma, estás fatal, hoy es tu último día, mañaña no tienes que venir. -dijo Cristina entre risas.
-Sí que tengo que venir.
-¡Pero si has trabajado el fin de semana!
Rápidamente abrí el cajón, miré el cuadrante de libranzas y comprobé que Cristina tenía razón.
-¡Hasta dentro de un mes y unos cuantos días! -grité feliz al salir de la redacción.
Pero no todo va a ser felicidad. La realidad me acaba de noquear en un vestuario. He acudido allí por necesidad, para comprar un puñetero bañador y, oh, Dios mío, a puntito he estado de coger el extintor y estamparlo contra el espejo.
Me he acordado del fatídico 11 de enero, el día que dejé de fumar y mi cuerpo como venganza empezó a multiplicarse por mil. Sí, me he comprado el dichoso bañador, el único donde mis carnes se han podido acoplar y para espantar mi ira, he acudido a la sección de libros, he admirado las portadas y he arramplado con unos cuantos: el tercer volumen de "Memorias de Idhun", para Diego, "Contra el viento", de Ángeles Caso y "Los ojos amarillos de los cocodrilos", de Katherine Pancol... Las leves llamas de malhumor que aún ardían las he mitigado con un bolso de rafia y tela rosa con pequeñas flores. Antes de salir me he plantado mis gafas de sol y me he prohibido mirarme en los espejos.
-¿Has ido de compras, amor? -me ha preguntado con inteligencia mi Alonso al ver todas las bolsas que colgaban de mis muñecas.
-Sí, una tortura... ¿Cómo no me has dicho nada?
-¿De qué?
-De lo horrorosa que estoy...
-Venga, no dramatices, que has dejado de fumar y seguro que en cuanto te lo propongas adelgazas todo lo que tú quieras, que a fuerza de voluntad no te gana nadie.
-Lo que tú digas, pero en Túnez no me vas a hacer ni una foto, que bastante sufrí ayer al ver las que me mandó Sylvia por la cena de las dominicas... ¡Ni una foto!
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