sábado, agosto 07, 2010

Paraíso particular

 ¡Qué maravilloso es leer en mi oasis!

¡No voy a gritar, no voy a gritar!, me imponía a mí misma mientras recorríamos las distintas estancias de la suite del hotel Barceló Cartago: dos habitaciones gigantescas, dos baños, un salón-comedor con una bóveda bajo la que colgaba una enorme lámpara, un enorme vestidor...
¡Ahhhh, qué maravilla!, gritaron los niños, y al ver el paraíso decidí unirme a ellos y sentir que era Jasmine en su palacio real.
-¡¡Ahhhhh!!
Como en los dibujos animados, restregué mis ojos para comprobar que aquello no era una alucinación, que era real. Para nosotros, para nuestros próximos diez días en Túnez. Increíble. En nuestra terraza, una preciosa piscina particular nos hipnotizaba con su agua cristalina.
Antes de deshacer las maletas, los cuatro chapoteábamos en ella.
-¡Qué lujazo, papá!-exclamaron los peques antes de sumergirse en sus buceos.
Miré a mi Alonso con mi cara bobalicona y pensé que con estos caprichos me tenía dominada, que ya sabía él que yo había nacido para ser rica...

 ¡Parecemos unos vándalos!

Al día siguiente empezamos a regatear. El primer campo de batalla, el taxi y el contrincante, ACDC (pronunciado en inglés o Ezdine, su nombre real) para que fuera nuestro "chófer personal". Una vez acordado el precio, recorrimos las ruinas de las Termas de Antonino, el Museo Nacional, el anfiteatro, donde los peques imaginaron a fieros leones devorando a algún cartaginense...


Al oír los rugidos de nuestros estómagos, ACDC nos llevó a Sidi Bou Said, un magnífico y espectacular pueblo costero en el que solo predominan dos colores: el azul y el blanco (el azul para repeler a los mosquitos y el blanco para espantar al calor, según ACDC). Devoramos la comida típica tunecina (jarras con cordero, harissa, calabacín, berengenas...) y paseamos embelesados por las calles adoquinadas y plagadas de puestos con artesanía local.
Al volver, refrescamos el cansancio en nuestra piscina particular y reímos por nuestras aventuras, nuestra felicidad.

 
El jueves decidimos descansar. Las tumbonas de la playa reclamaron nuestra presencia. Los niños danzaron entre las olas, convirtieron la arena en castillos y pasearon en camello por la orilla del Mediterráneo.

 Bab el-Bahr, en Túnez capital

A la mañana siguiente, Mohammed sonrió con su dentadura deslabazada y nos invitó a subir a su taxi. Acordamos un precio ante la mirada atónita de los niños que aún ríen al oír cómo discutimos en francés. Túnez, la capital, era nuestro destino. Paramos en la puerta Bab el-Bahr (Puerta de Francia) y nos sumergimos en las callejuelas de la medina. Los olores nos trasladaron al mundo que tanto nos gustaba, al bullicio,  al regateo, al teatro para disimular qué objeto anhelábamos de verdad, a la fascinación infantil, a los gritos de "español, pepsi-cola" o "española, Mary Pili, Real Madrid"... Las horas se esfuman, las bolsas repletas de objetos cuelgan de nuestras manos. Diego y Álvaro no pueden esconder su emoción: tras casi dos horas de regateo les han comprado la equipación de David Villa.
Después, en la arteria principal de la ciudad, tomamos unos panes de pita rellenos de carne y salsa picante. Los niños devoran sus hamburguesas. Mohammed sonríe desde su taxi. Es la hora de volver a nuestro oasis particular. Mañana, más.

 Mosaico del Museo Nacional

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