Al agua patos |
Los niños siguieron con intriga a su padre. De nuevo un grito rompió la calma.
-¡Ahhh! ¿Podemos ir, podemos ir? Por favor, por favor -rogaron mientras se imaginaban deslizándose por los distintos toboganes del "Aqualand" del hotel.
-Yo preferiría quedarme en nuestra piscina privada, pero si ellos quieren...- suspiré.
Mis alarmas se encendieron nada más entrar. Mi mente solo imaginaba lo peor y comenzaron mis órdenes e imposiciones.
-Tened mucho cuidado, ni se os ocurra tiraros de pie, fijaros en el cartel donde explica cómo debéis poner los brazos, Diego supervisa todo el tiempo a tu hermano, no os acerquéis a los más mayores que son unos bestias y...
-Jo, mamá, qué pesada eres... ¿Te vas a tirar por el tobogán?
-No sé...
Después de observar cómo disfrutaban, decidí lanzarme por una rampa gigante. Subí las escaleras, me senté y dejé que mi cuerpo se deslizara y rodara por la pendiente. Al chocar contra el agua mi nariz se inundó. Tosí estrepitosamente, reubiqué mis carnes en el bañador, nadé hasta la orilla, subí unos peldaños, pisé el suelo empapado y.... ¡cataplof!, resbalé y topé con las baldosas tunecinas. De nuevo todo el mundo me miraba y como soy muy educada decidí explicar lo ocurrido por si tenían alguna duda.
-J' ai tombé!
Me levanté del suelo y vi como los dedos de mi pie derecho se empezaba a hinchar. Me arrastré hasta la tumbona.
-Emma, ¿por qué caminas tan raro?
-No te lo vas a creer...
-Amor, ya sabes que de ti me creo cualquier cosa. ¿Te has caído?
-Bueno, no exactamente... Había agua en el suelo, me he resbalado...
-O sea, que te has caído... ¡Te temo más que a los niños!
Por la tarde me quedé en mi fantástica suite contemplando cómo mis dedos tomaban la forma y color de una berenjena. ¿Me habré roto un dedo?, pensaba mientras mis hombres paseaban por la playa.
Mosaicos del Museo del Bardo |
-S'il vous plaît, je peux passer pour faire une photo?
-Oui, bien sure...
El hombre descorrió una cortina y nos hizo pasar rápidamente. Entre los cascotes y andamios pudimos admirar la grandeza del palacio: bóvedas con artesonado, las salas privadas del bey... El corazón palpita, sofoco las exclamaciones de admiración al entrar en las distintas salas, los mosaicos son impresionantes... Una propina y salimos a los circuitos legales.
Después, a la medina de Túnez para callejear entre los puestos, contemplar desde una terraza la vista panorámica de la ciudad salpicada por varios minaretes y, cómo no, regatear por algún antojo de los niños.
Alonso me mira con media sonrisa.
-¿Qué tal va tu pie?
-Ça va bien, mon amour.
En el cielo de Túnez |
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