Alonso empezaba a estar seriamente preocupado. Las señales de alarma se sucedían y no sabía cómo protegerme de mí misma.
Primera señal
El sábado, no puedo explicar cómo ocurrió, terminé pagando el peaje de la T4 al salir de Mercadona. Mi padre, alucinado, miraba el parking de la terminal y no daba crédito. Cuando llegamos a casa, los helados estaban descongelados y el sudor se había convertido en pestilente.
-Ha sido culpa del resol- les expliqué muy ofendida al escuchar las risas tras mis explicaciones y su mofa por mi deseo de comprarme una moto.
Segunda señal
La noche del domingo quedamos con varios amigos en una terraza para despedirnos antes de partir de viaje. Los niños jugaban al fútbol y nosotros reíamos entre cervezas y tostas. De pronto los niños nos contaron que unas chicas les habían hecho unas fotos y les habían amenazado con publicarlas en tuenti. Me levanté y partí como una heroína a defender a los menores. Las niñas temblaron al verme aparecer, me entregaron sus móviles, comprobé que no tenían imágenes de ellos y las asusté con mi mirada asesina. Al salir todo el mundo me miraba y todos comprobaron mi arte y estilo para adorar el suelo. Mi tobillo se torció, mi plataforma de 15 centímetros sirvió de trampolín y volé. Mi dignidad me obligó a levantarme velozmente del suelo, simular con mi sonrisa que había sido un pequeño tropezón y gritar a todos mis seguidores que no se preocuparan, que no había sido nada mientras mi rodilla lloraba su dolor.
-Emma, solo falta un día para que nos vayamos. Por favor deja de caerte, de perderte por las carreteras, de romper coches... Relájate, necesitas una vacaciones y estas van a ser fantásticas... -suplicó mi Alonso.
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