Nunca he sido una apasionada de la música. De pequeña Mozart o Vivaldi me despertaban con sus atronadoras melodías. Mi madre las ponía para que las escuchara todo el vecindario y así, poco a poco, empecé a repudiar la música clásica o música-despertador (con el tiempo le he cogido un poco de cariño, pero aún no he superado el trauma). Tampoco fui una fan de la música inglesa o americana, no entendía sus letras y eso me crispaba. Así que me aficioné al bolero, la salsa o las canciones de "Los Secretos", "Duncan Dhu" o Antonio Vega. Además, debo añadir que no soy capaz de leer o estudiar con música, me distraigo. Tampoco soporto el volumen excesivo que perfora mis tímpanos y me saca de quicio. En cambio, adoro el silencio, percibir los leves sonidos cotidianos. Con estos antecedentes tan atípicos es normal que los conciertos nunca hayan llamado mi atención. Solo recuerdo con pasión mi primer concierto de Bruce Springsteen en 1988, en el Vicente Calderón y, 20 después, su concierto en Barcelona. Entre medias, escuché en las Ventas a Sting (antes de comenzar a cantar me desmayé por la falta de oxígeno o mi miedo a las multitudes) y Alejandro Sanz (en la tercera canción ya estaba aburrida). En el Palacio de los Deportes, a Depeche Mode (hui a la planta superior al ver tanto cúmulo de gente), Ana Belén y Víctor Manuel (vibraban tanto las gradas que solo estaba pendiente de la ubicación de las salidas de emergencia)... Después de unos cuantos conciertos multitudinarios más, opté por no acudir a ellos hasta que Bruce se dignara a volver a España y decidí relajarme con la música jazz en pequeños locales (Clamores, Café Central...) junto a una cerveza bien fría o un gin-tonic.
Esta noche he acudido al concierto de Madonna. El escenario era enorme. Los decorados, la coreografía y la puesta en escena, espectacular. Madonna bailaba sin parar, volaba sobre el público... En el descanso se generó una avalancha de gente. De pronto, descubrí cinco cadáveres tendidos en el suelo, pisoteados por la histeria colectiva.
─¡Qué horror! Supongo que cancelarán el concierto. ─exclamé con voz pavorosa a mi acompañante.
─No, esconderán los cuerpos hasta que acabe. ¡El espectáculo debe continuar!
He abierto los ojos con espanto. ¿Qué hacía en un concierto de Madonna?, ¿cómo era posible que no lo suspendieran?, ¿cómo estando tan lejos del escenario podía percibir los detalles más nimios?...
Sí, era un sueño, pero era tan real que puedo asegurar que ayer acudí a un concierto de Madonna.
No me gustarán los conciertos pero tengo la suerte de poseer una doble vida: la real y la onírica. Ay, si yo contara...
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