lunes, febrero 07, 2011

Mi primera experiencia (de pádel)

Vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda. Imposible dormir. Desesperada bajo al cuarto de estar. Me traslado con mi Kindle a principios del siglo XIX de la mano de Ken Follet y su último libro, "La caída de los gigantes". Devoro las páginas. De vez en cuando observo el reloj, los minutos corren la maratón y el sueño sigue sin aparecer. El estrés me aprisiona el estómago: tengo que despertarme en unas pocas horas, no puedo llegar tarde, no puedo fallar. A las cuatro y media me abandono al sopor. 
¡Las ocho! Salto del sofá, me ducho y me disfrazo de mujer deportista: mallas grises, sudadera roja, pelo recogido en una coleta y mi bolsa de deportes. Mis hombres duermen. Alonso abre un ojo y no puede evitar reír. 
─¿Ya te vas? ─pregunta con voz somnolienta.
─Sí, no puedo llegar tarde a mi primera clase.
Abro la puerta de la calle, un golpe de aire frío ahuyenta mis ganas de dormir. En el coche, las palabras de mi padre retumban en mi cabeza: "Emma, pero si a ti siempre se te ha dado fatal el tenis". Su afirmación es absolutamente cierta. En mi infancia acudí a cientos de cursos en los que jamás destaqué: ballet clásico ─ojito, junto a Chábeli Iglesias─, natación ─el día que pude ganar una medalla nos quedamos dormidos─, flauta ─¡pero si nunca he tenido oído, solo oreja!─, tenis ─malísima, pero compartía pista con mi primer amor─, inglés... Menos a pintura, que era lo que me gustaba, acudí a cientos de cursos en los que nunca destaqué y al final abandoné.
Y ahora, en plena crisis de los cuarenta, retomo la raqueta y vuelvo al ruedo. Aquí estoy en la pista de pádel, vestida de adefesio, junto a unas desconocidas que no paran de hablar. Me gustaría decirles que se callen, que aún estoy dormida, que no soy persona, que a mí me gusta la noche, que madrugar me sienta fatal, que no sé qué hago con el frío que hace al aire libre en una pista con césped artificial congelado. Cuando estoy a punto de hablar entra el profesor.
─Hola, soy Diego. Tú eres la nueva, ¿no?
─Sí.
─Bienvenida. A ver, colocaros todos al final de la pista. Empezamos con un lanzamiento al fondo de derecha, luego un revés de pared y revés directo...
─Oye, que yo nunca he jugado al pádel, que no sé nada ─balbuceo  asustada y con mi nueva raqueta colgando de mi muñeca.
─Tranquila, mira a tus compañeros... ─contesta Diego con su meloso acento argentino.
Una hora de ridículo absoluto corriendo detrás de las pelotas, intentando dar alguna con la raqueta, la cara congestionada, las células adiposas botando por todo mi ser... ¡¡¡y mis compañeras sin parar de hablar y reír!!
─¿Qué tal tu primera clase?
─Bien, Diego ─miento cual bellaca, regulando la respiración para que no me dé un ataque de asma y sudando la gota gorda─ Ha estado genial.
Mi ridículo y yo abandonamos la pista y optamos por no ir a nadar. Será mejor descansar un poco e ir fresca a la comida de las "fifty". Allí sí que hablaré y reiré de mi absoluto y espantoso estilo "padeliano".
Y el próximo viernes, de 9:30 a 10:30 de la mañana, más.... ¡¡¡Horreur!!!



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