Los gritos y el ánimo de mi profesor insuflaron mi espíritu ganador, corrí tras la bola y le di con todas mis fuerzas consciente de que era la única opción para no quedar más humillada frente a los contrarios, unos auténticos profesionales. La pelota absorbió toda mi energía, rebotó contra la pared y salió directa hacia mi frente.
Sentí como mi cerebro bailaba dentro de mi cráneo y las ideas se esfumaban por mis orificios auditivos. Todo se movía en mí. Enderecé mis gafas y anduve unos pasos al estilo pato mareado.
Oía las preguntas con eco de mis compañeros de pista: "¿Estás bien?, ¿te duele?, ¡menudo pelotazo te has autoinflingido contra tu frente!" La humillación y la vergüenza me obligaron a sonreír. "Tranquilos, no ha sido nada. Ahora me doy un poco de arnidol y evito que me salga un chichón".
Después de perder los dos partidos frente a los súper-mega e insoportables profesionales (¡nunca más!) me fui a casa con las lágrimas a punto de saltar al vacío. El dolor y el hinchazón de mi frente aumentaban por momentos.
Callé mis dudas, aguanté mi intriga y oculté mis pensamientos de bruja maléfica. Algo raro estaba sucediendo en mí, las fuerzas oscuras me rodeaban y me transformaban. ¿Qué sería? Me fui con mis hombres y mi preocupación a Toledo, a disfrutar de un día de ocio, visitas culturales y placeres gastronómicos. Al volver nos envolvió la noche de los monstruos, zombis, esqueletos y murciélagos. De pronto, bajo la luz de la luna, se desveló el misterio. El dolor de mi frente no era por el golpe. No. En mi cuerpo nacía un nuevo órgano: el ojo que todo lo ve se abría paso en mi frente para analizar a los humanos, los buenos y los malos. Ahora soy la bruja que todo lo ve, la bruja de los tres ojos. ¡Que tiemble el mundo!
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