martes, mayo 30, 2006

Síndrome del paracaidista


El drama de aquellas vacaciones era saber qué hacíamos con el gato (aún no habían nacido nuestros retoños). Juan Fran se rompía la cabeza. Las opciones de Guadarrama y Saldaña las descartó rápidamente. "Emma, allí puede que se pierda. Imagínate qué disgusto", me argumentaba todo sofocado. "Bueno, pues si quieres no vamos a Mallorca", contestaba yo un poco desesperada. Por fin, Paloma nos dio la solución.

-Oye, Emma, si quieres me quedo yo con el gato.- comentó un día.
-¿En serio? No te importa.
-Emma, qué más me da... Ya tengo un gato, así que dos no me va a suponer ningún problema.
-Bueno, en principio vale, pero antes se lo preguntaré a Alonso... Ya sabes que Lucas es lo que más quiere.
Al cabo de unos días quedamos en ir a cenar a su casa y, de paso, depositar al felino.
-¿Pedimos una pizza?- preguntó Raúl, el marido de Paloma.
-Vale- asentimos todos.
Mientras los maridos hablaban de cámaras fotográficas, Palo y yo nos fuimos a fumar un cigarrito a la terraza (un cuarto piso, aunque parezca que no tiene importancia, la tiene).
Los gatos nos acompañaron al rincón del vicio. Vincent, el gato de Paloma, intentó pasar a casa de la vecina, pero ante el peligro desistió. Lucas, en cambio, se dispuso a rematar la idea.
-!!Lucas!!- gritó Paloma- Ven aquí que te vas a caer...
El gato la miró con ojos de felino, adelantó una pata y cayó al vacío.
-AAHHHHHHHHH- gritamos con el corazón en un puño.
La oscuridad no nos dejaba ver qué había pasado.
Entramos en casa a toda velocidad y con un enorme ataque de nervios.
-Juan Fran- dije con un hilo de voz- Lucas se ha caído por la terraza.
Alonso me fulminó con la mirada.
-¿Qué dices?
-En serio, no sé qué ha ocurrido, ha resbalado y se ha precipitado al vacío. Lo siento, creo que se ha matado.
Alonso mantenía las lágrimas a raya. Se levantó.
-Raúl, por favor, acompáñame a ver qué ha pasado- suplicó con voz de funeral.
Descendieron hasta el rellano. El garaje estaba cerrado y la única forma de acceder al patio interior era a través de la terraza de alguna casa del primer piso.
Tras llamar sucesivamente a una puerta, una anciana mujer envuelta en una bata de pana nos abrió.
-Disculpe, señora, necesitamos que nos deje pasar a su casa para llegar al garaje. Mi gato se ha caído desde el cuarto piso. Por favor, déjenos pasar.- argumentó Juan Fran.
La mujer al ver la cara de drama que teníamos los cuatro accedió un poco sorprendida.
Nos asomamos a la terraza. Todo estaba oscuro, pero un pequeño maullido nos ilusionó.
-!!Está vivo!!- gritó Juan Fran.
Alonso, desesperado, se subió a la barandilla y saltó al vacío. Yo me quedé lívida. Raúl decidió ayudarle, se subió a la barandilla y saltó al vacío. Paloma se quedó lívida. La anciana nos miró estupefacta.
-Pues sí que quieren al gato...-nos comentó perpleja por la aventura que se estaba viviendo en su casa.
-!Está aquí!- gritó Raúl.
Juan Fran se acercó a toda velocidad y cogió dulcemente a Lucas.
-Lucas, Lucas- susurraba a su oído- ¿Qué te ha pasado?
Lo palpó levemente y no percibió ninguna rotura, aunque el gato estaba en estado de shock.
-Juan Fran, ahora no sé cómo vamos a salir- dijo Raúl con cara de preocupación.
-Es verdad, no hay manera de subir hasta el primer piso.
-!!Chicas!!- gritaron los dos - Buscad una escalera para que podamos salir.
La anciana nos miró y nos tranquilizó.
-Tengo una escalera, esperad que os la traigo.- nos dijo mientras se iba a la cocina.
Apareció con una gran escalera. Estábamos a punto de tirársela a nuestros hombres y al gato cuando...
-Emma, espera- gritó Paloma- Si bajamos la escalera luego no habrá forma de subirla. Habría que atarla con una cuerda para ascenderla más tarde- sugirió Paloma.
De pronto, la anciana sacó unas tijeras y cortó la cuerda de tender.
-Atadla con esta cuerda- nos ordenó.
-Señora, pero se ha quedado sin cuerda de tender- dije con cara de sorpresa.
-No me importa. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien. Mañana compró otra cuerda- contestó súper sonriente.
Bajamos la escalera, primero subió Raúl y después muy despacio Juan Fran con el gato enganchado a su espalda.
Los gritos y abrazos de emoción se sucedieron.
-Luquitas, cómo estás. Ay, qué susto nos has dado- musitábamos los cuatro llorando de la emoción.
La mujer de la bata, nos miraba desde una esquina y no daba crédito.
-Señora, muchas gracias- dijimos tras subir la escalera- No se imagina cuánto se lo agradecemos.
-No hay de qué- contestó educadamente- La pena es que no se lo puedo contar a mis amigas y a mi familia porque son capaces de encerrarme en un psiquiátrico.
Acarició al gato y le susurró al oído.
-Gato, aprovéchate de tus amos, están totalemente agilipollados.
Rápidamente cogimos a Lucas y nos fuimos a un centro veterinario de urgencia. Le contamos nuestra aventura al veterinario y se rió al ver como el gato saltaba por toda la consulta.
-Chicos, vuestro gato ha sufrido el "síndrome del paracaidista". Los felinos aunque sean caseros no pueden evitar vivir emociones fuertes, va en sus genes. Aun así os voy a recetar unos tranquilizantes y mañana lo traéis de nuevo para que le haga una revisión.
Volvimos a casa de Paloma, comimos la pizza fría y después de unas copas de vino, dejamos a Lucas.
La semana en Mallorca fue muy relajante, aunque Juan Fran llamaba un mínimo de dos veces al día a Paloma y Raúl para ver como evolucionaba su amado gato.

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