Pasa el tiempo en un suspiro. El 3 de junio, nuestro once aniversario. La ocasión merecía una gran celebración (bueno, yo encuentro motivo para una fiesta hasta debajo de las piedras)y mi fin era claro.
Lo preparé todo con mucho mimo y organización. Llamé a mis suegros y con dulce voz les rogué que se trasladaran a casa para cuidar a los peques la noche del viernes y el sábado. A las nueve: niños cenados, duchados y dormidos. Era mi momento. Me metí en el baño y comencé la reconstrucción: mascarilla hidratante para la cara, mascarilla de pelo, alisado de melena con las puntas hacia fuera (esto me costó, ¡menuda carnicería me hizo el otro día la peluquera!, ¡con lo mono que tenía yo el pelo), base de maquillaje, rímel... Esos potingues de mujeres.
Por fin llegó Alonso y nos fuimos a un restaurante noruego del centro de Madrid, "Olsen". El bullicio de gente, el aire acondicionado a todo trapo y la música demasiado elevada no favorecían mis planes. Rauda y veloz pedí un buen vino y empezamos a beber y a reír. Después, unas cuantas copas y más risas. "De esta noche no pasa", pensaba yo en mi interior "esta noche, a por el tercero". Mi ilusión y emoción iban en aumento.
A las tres de la mañana, Alonso me susurró al oído:
-Emma, ¿nos vamos a casa?
-Claro, cielo, estoy como loca- constesté socarronamente al notar el brillo ebrio de sus ojos.
Al aparcar en el Olimpo me desmoroné y la líbido desapareció. Toda la casa estaba encendida.
-¡No puede ser!- masculló Alonso.
Pues sí pudo ser. Al abrir la puerta mi suegro se llevó las manos a la cabeza.
-Chicos, qué nochecita. Se ha despertado Álvaro y al ver que no estábais ha empezado a llorar.
Subí corriendo. Mi suegra agotada miraba desde la distancia a Álvaro, que no quería saber nada de ella. Diego, somnoliento, abrazaba a su hermanao y le consolaba.
-Álvaro, no llores, papá y mamá se han ido a trabajar. Ahora vuelven- le decía a su hermano tiernamente.
El pequeño al verme se abalanzó sobre mis brazos y en un segundo desaparecieron los lloros y empezó la juerga.
-Mamá, a dormir a tu cama- dijo con la sonrisa que me desmorona.
Alonso, mientras acurrucaba a Diego, me miró con cara de espanto.
-No, Álvaro, tienes que dormir en tu cama.- argumenté agotada.
-¡¡¡Nooo!!!!- gritó con pucheros y lágrimas.
-Jo, yo también quiero- comentó Diego apoyando la gran idea de su hermano.
Al final, mi aniversario, mi noche loca y apasionada, mi plan de engañar a mi marido e ir a por un tercero, terminó con todos los infantes en mi cama y mi señor marido en la habitación de los niños.
-Emma, los niños son cojonudos. ¿Verdad?- dijo Alonso con risa burlona.
-Tú siempre tan gracioso, Alonso.
Alonso, hazte un nudo en el pito, que las santas se mudan en diablesas en menos que se chupa un espárrago y engañan a los mirlos blancos. Avisado quedas.
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