El piloto rojo se encendió. Mierda, exclamé dentro del coche, ya están las lucecitas amargándome la vida (la última vez que se alumbró un piloto no le hice caso y se cayó el perro del maletero).
-Alonso, se ha encendido el piloto del aceite -le expliqué sin mirarle a los ojos y temiéndome lo peor.
-Pues habrá que llevarlo al taller.
Me lo temía, pensé con desgana.
Así que al día siguiente me tocó dejar mi adorado coche y volver a casa andando. Sólo son diez minutos, pero si bajo un cielo soleado te cae una tromba de agua y si encima te acabas de alisar el pelo, te acuerdas del piloto rojo y de la madre del piloto rojo.
Esta mañana realicé un acto heroico: me fui al trabajo caminando. Para que no me sucediera como la última vez (me caí por un terraplén, casi me rompí el coxis y estuve una semana tomando antiinflamatorios), decidí modificar el trayecto. Seguro que si cruzo Conde de Orgaz tardo menos y no corro riesgos, razoné con las neuronas un poco dormidas. El día era soleado y las florecitas y floripondios adornaban los megas chalets del trayecto. Una estampa muy bucólica para alguien normal. Pero si eres alérgico y empiezas a estornudar cada dos pasos, la nariz te moquea y el rímel te embadurna la cara por el lagrimeo, te acuerdas del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las florecitas, de los floripondios, del jardinero que plantó los arbustistos y de los dueños de los mega chalets que contrataron al jardinero. Entre estornudo y estornudo miré el reloj, habían pasado treinta y cinco minutos y aún me faltaba un buen trecho para llegar al periódico (por mi camino habitual sólo tardo veinticinco minutos). Desesperada, aceleré el paso, los estornudos, el moqueo, el lagrimeo y la mala leche. Salvo un piropo de un camionero que desde la altura de su cabina no percibió mi imagen alérgica, todo fue nefasto.
-Alonso, esta tarde me llevo tu coche y tú vuelves andando -le espeté nada más verle. Eso sí, a distancia para que no se asustara de mi imagen sudorosa.
-Vale -contestó sin entender mi cara de mal humor.
Por la tarde, con el coche de mi Alonso, fui a por los niños y los llevé a la peluquería. Volvieron súper guapos (yo, tras mi experiencia matutina, seguía horrorosa). De pronto, llamaron del taller. "Ya está arreglado su coche. Puede venir a buscarlo cuando quiera, estamos aquí hasta las ocho", comentó el mécanico. ¡Mi coche!, suspiré emocionada.
-¡Chicos, poneros los zapatos que nos vamos a buscar mi adorado coche! Venga rápido que sólo faltan quince minutos para que cierren el taller -grité un poco neurótica.
-Jo, yo quiero ver los dibujos -se quejó Diego.
-Y yo no quiero caminar -sollozó Álvaro.
-No me fastidiéis, ahora mismo nos vamos a por el coche, y rapidito...
-Pues entonces vamos en bici -impusieron mis "adorables niños".
Y en el trayecto hasta el taller, corriendo por las aceras detrás de mis hijos en bici, esquivando farolas, evitando que les atropellara un coche y sudando la gota gorda me acordé del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las flores, de las bicis, de mis hijos y de la madre de mis hijos (es decir, de mí).
-Señora -dijo el mecánico perplejo del panorama de las bicis, los niños y la madre sudorosa-, le he tenido que cambiar el aceite, el filtro del aire del motor, el filtro del aire acondicionado y le he puesto nuevos los pilotos traseros que estaban rotos. Así que la factura asciende a...
-Ni me lo cuente, pasé la tarjeta de crédito y deme las llaves de mi coche, por favor -contesté sin fuerzas.
Abrí el maletero, coloqué las bicis, puse los cinturones de seguridad, arranqué, llegué a casa, saqué las bicis, los niños y, por fin, me senté en el sofá.
-Emma, son casi las nueve, cómo es que los niños no están en pijama -preguntó Alonso al entrar por la puerta.
-¿Y tú por qué has venido tan tarde?
-Es que he esperado a que me trajera Barroso en coche.
-¿No has venido andando?
-No.
-Pues te toca bañar a los niños, ponerles el pijama, darles la cena, hacer los deberes con Diego y acostarles.
-Uff, ¿qué te pasa? Te noto malhumorada.
-Nada, es culpa del piloto.
-¿Qué piloto?
-Déjalo, amor, luego te lo cuento...
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